Es posible que exista entre quienes consideran la música clásica algo lejano y difícil una especie de distante temor hacia los cuartetos de cuerda. No tiene por qué ser así. Los cuartetos de cuerda son extremadas formas de una especial poesía que el autor de este libro describe de esta manera: «El cuarteto de cuerda es, de algún modo, la fórmula donde se condensa musicalmente la utopía estética de la modernidad ilustrada».
Quien lo escribe se llama Cibrán Sierra y es un consumado violinista, que forma parte del Cuarteto Quiroga, uno de los conjuntos musicales más admirados no solo en España sino en Europa y los Estados Unidos. Un cuarteto que está a la altura de una época llena de los problemas más duros. El nombre de Quiroga es el de un gran violinista que hizo su carrera más allá de España, en Europa y al otro lado del Atlántico, fallecido 1961, en su ciudad natal, Pontevedra.
Durante un largo tiempo pareció que en nuestro país la música de cámara —elegante, pero también lejana— se había difuminado. Por fortuna no ha sido así. En los últimos años el desarrollo de una nueva generación de estudiosos de la música clásica ha cambiado el carácter de lo que parecía que iba a ser imposible.
No ha ocurrido así, hay que decirlo una y otra vez. La música de los cuartetos de cuerda ha encontrado un público creciente que hace más rico el amor a una música que cada día que pasa cobra mayor interés. Alguien, algún estudioso o algún aficionado, ha dicho cierta vez que aprender a amar la música empieza como un deseo que después se hace cada vez más próximo, cercano y necesario.
El intento que llevan adelante los músicos jóvenes es hacer de su trabajo una verdadera necesidad. Después de muchos años de resignación, en los que, se quisiera o no, la música clásica se reducía en España a un puñado de entusiastas —a veces casi clandestinos—, un número creciente de estudiosos están trabajando de verdad, haciéndola accesible a una mayoría. De nuevo se pone de manifiesto que cuando más se ama la belleza de la música más cercana se la considera.
Cibrán Sierra es uno de esos jóvenes que desde el principio se han volcado en su trabajo, moviéndose en un espacio cada vez más rico en calidad. Este libro está escrito por un profesional que conoce a fondo la necesidad de hacer llegar la belleza y la seriedad —o la alegría— de la difusión.
Agradecimientos
Este libro se ha escrito entre concierto y concierto, entre ensayo y ensayo, en aviones, aeropuertos, trenes y habitaciones de hotel, robando tiempo al violín del autor, al estudio de sus partituras y abusando de la confianza, la paciencia y la generosidad del cuarteto de cuerda del que es miembro, de su familia y de sus personas más cercanas. Muchas han sido las ayudas que he recibido a lo largo de estos arduos años de trabajo y, por ello, no puedo publicar este texto sin expresar mi agradecimiento a todos aquellos que han hecho posible que este libro viese la luz.
En primer lugar, quiero dar las gracias a Javier Alfaya, alma mater, editor y director de la colección en la que este libro se enmarca, por su generosa (y osada) confianza al encargarme este proyecto. A su extraordinaria y bellísima persona se debe, totalmente, este trabajo. Seguidamente, y de manera muy especial, agradecer los apoyos fundamentales de Fernando Delgado, por su inestimable asesoría musicológica y metodológica, y de Jonathan Brown, por su cuidadosa lectura del texto y sus incontables, meticulosas y lúcidas sugerencias, muy particularmente sobre los contenidos más cuartetísticos y musicales del texto. A ambos, toneladas de gratitud por tantos conocimientos compartidos y tantas dosis de buen humor y entrega desinteresada. Debo también mi agradecimiento a todos mis colegas de profesión y grandes maestros que me orientaron en cuestiones puntuales, aportando su privilegiada perspectiva personal sobre aspectos concretos de la vida, la historia y la realidad del cuarteto: Rainer Schmidt, Hatto Beyerle, Valentin Erben, John Myerscough, Olivia Hughes, Carole Petitdemange, Abel y Arnau Tomás, Dénes Ludmány, Vera Martínez-Mehner, Irene Schwalb, Matilda Kaul, Saiko Sasaki, Guido de Neve, Christophe Collette, Stefan Metz, Tomas Djupsjöbacka, Luc-Marie Aguera, Monika Henschel, Philip Ying, Aarón Bitrán, Alla Aranovskaya, Mark Steinberg, Clive Greensmith, Kyril Zlotnikov, Irvine Arditti, Sonia Simmenauer y un largo etcétera.
Gracias a Jorge Martín por su apoyo constante y su ayuda con los esquemas y diseños gráficos y a Elena Méndez, Nicolás Astiárraga, Javier Perianes, Víctor y Luis del Valle, Eléonore Autin Pralle, Jorge Fabra y, muy especialmente, a Javier García-Rivera porque, aunque quizás no sean plenamente conscientes de ello, con su amistad supieron desbloquearme y darme ánimo en mis peores momentos de dificultad. A Steve Jobs por diseñar un ordenador tan ligero y delgadito que cabe en el estuche de mi violín, sin el cual habría desaprovechado incontables horas de trabajo, y a la madre naturaleza por dibujar tan bellamente el curso del Pai Miño a su paso por Sanín, refugio desde el que se han escrito buena parte de estas páginas. Gracias a mi padre por su incansable perfeccionismo y sus exigentes y meticulosas correcciones, y a mi madre, cuya maratoniana implicación y extraordinaria imaginación han hecho posible que viera la luz el complicadísimo árbol genealógico de los cuartetos de cuerda que acompaña al último capítulo del libro. Mi gratitud también para Sonia Prieto, responsable de trasladar el árbol genealógico del papel al ordenador, y para Noela Fariña, cuyo asesoramiento sobre informática académica me ha ahorrado muchas horas en el tratamiento de las citas y la bibliografía. Quiero asimismo agradecer profundamente a Ester Domingo tanto su ayuda con el índice onomástico, el material bibliográfico en alemán y sus traducciones como su paciencia, cariño y apoyo inquebrantable durante todos estos años, en incontables y extenuantes sesiones de escritura, lecturas y relecturas, robadas al sueño y a la luz del sol compartida. Nada hubiera salido adelante sin su presencia.
Finalmente, y de manera singular, deseo dar las gracias a mis profesores de cuarteto, Rainer Schmidt, Hatto Beyerle y Walter Levin, cuyo comprometido y generoso magisterio ha grabado en mí, de manera perenne, la pasión por el cuarteto de cuerda y su tradición ilustrada; a mis alumnos del Conservatorio Superior de Música de Aragón, que tanto me enseñan sin ellos darse cuenta, y, sobre todo —del modo más sentido y especial—, a mis compañeros de cuarteto, Helena Poggio, Aitor Hevia y Josep Puchades, por enseñarme cada día a amar con más fuerza esta manera de entender la música, la profesión y la vida, y por apoyarme día sí y noche también en esta ardua y apasionante tarea, que tanto tiempo y energía me ha hecho robarles. Sin ellos, sin nuestra amistad musical y nuestra experiencia compartida como cuarteto, yo no sería quien soy ni podría pensar ni sentir lo que este libro intenta plasmar. Entre cada línea de este libro, tras cada palabra, en forma de música compartida, late su presencia y mi gratitud.
1. Introducción
¿Por qué un libro sobre el cuarteto de cuerda? ¿Qué tiene de especial frente a otras formaciones instrumentales o géneros musicales? ¿Cuál es su trascendencia histórica, su simbolismo estético? ¿En qué radica su importancia para comprender nuestra historia musical? ¿Cuál es su presencia actual en la vida musical europea? ¿Qué relevancia socioeducativa plantea su complejidad interna? ¿Qué interés tiene para el amante de la música, en particular, y de la cultura, en general, conocer más de cerca este fenómeno musical?