Torrents Cunill - La alargada sombra del Sol Rojo: Eugenio Llompart 1 (Spanish Edition)

LA ALARGADA SOMBRA DEL SOL ROJO

BARCELONA

ENSANCHE 4 DE JUNIO DE 2012, LUNES, 5:17 HORAS

- Mierda!- el primer paso en la calle de aquella mañana, y el Inspector Llompart, de la División de Investigación Criminal, más conocida por sus sigla DIC, de los Mossos de Escuadra, había sido sobre una mierda de perro situada estratégicamente a la entrada de su domicilio, en la calle Muntaner de Barcelona

- Mal empieza el día, cojones- le espetó a su ayudante, el agente Javier Gutiérrez, un ex guardia civil, asumido por los Mossos, sevillano, cachondo, pero con un catalán impecable, que había aprendido gracias a su mujer, Carme, Licenciada en Filología Catalana, y la madre de sus tres vástagos

- A ver Guti, ya me dirás a qué obedece tanta prisa por sacarme de la cama a estas horas, nada menos hoy, que estaba soñando con…

- ¡Kim Basinguer!!! – cortó Guti, ya que todo el mundo sabía la obsesión del Inspector con la actriz americana, desde que le asignaron su protección en un viaje de incógnito que realizó la belleza a Barcelona. Su otra gran afición eran las películas de Bogard, las cuales se sabía de memoria.

- Te he dicho mil veces que no me cortes, Guti – gritó Llompart, mientras subían al Seat Toledo camuflado de color granate – y venga, cuenta que cojones ha pasado.

- Han encontrado el cadáver del cónsul Chino, nada menos.

- ¡Cooooño!!!, ¿A Bian Bián Hao?

- A ese mismo… …aunque ahora mismo está “Bian” jodido, que digamos.

- Menos coñas y más respeto, y estate por la carretera que te acabas de pasar un semáforo en rojo

- No estaba en rojo, estaba en ámbar.

Los reflejos de unas luces azules iluminaron el interior del vehículo desde la parte trasera, y un Mosso en una potente BMW les conminó a detenerse a la derecha de la calzada.

- Buenos días –Saludó un agente con el llamativo uniforme azul y rojo de los Mossos- carnet de conducir y documentación del vehículo.

- Bueno, verás, es que somos compañeros-comentó Guti, ya que tanto el como Llompart vestían de paisano.

- Sabe usted que se ha pasado un semáforo en rojo

- Más bien en ámbar, compañero –respondió Guti, con un deje de sorna.

El solitario agente no hizo intención de contestar, y se alejó un paso de la ventanilla del vehículo, cuando súbitamente apareció en su diestra una pistola de reglamento, una Heckler & Koch USP Compact de 9 mm., que apuntando al asiento del acompañante, detonó en dos ocasiones, ensordeciendo a Guti, que no obstante, apretó a fondo el pedal del gas, y soltó de forma repentina el embrague, saliendo el Seat Toledo a una velocidad endiablada, calle Muntaner abajo, cruzando la Travesera de Gracia e impactando violentamente contra una papelera, un árbol, deteniendo su carrera por fin contra una caseta de la ONCE en la acera de la izquierda, que afortunadamente y debido a lo intempestivo de la hora, se hallaba vacía.

Durante unos instantes, un silencio sepulcral siguió al formidable estrépito originado por la violencia de la colisión, y solo algunos clientes tardíos de los locales nocturnos de la zona contemplaron el accidente, que algún vecino tomo por uno de los famosos “alunizajes”. En pocos minutos una breve comitiva compuesta por cuatro bellas señoritas de compañía y sus dos proxenetas, se acercó a auxiliar a los ocupantes del vehículo.

Lo primero que pudieron observar, fue al conductor sangrando por múltiples cortes, apoyado en el airbag, ya medio deshinchado…

La noche anterior a que su vehículo fuera tiroteado, el inspector Eugenio Llompart, vestido de paisano, con un impecable traje de Armani de brillante alpaca gris, se disponía a ir a cenar, como acostumbraba a hacer todas las noches que no tenía una cita, o una ocasión especial, a un bar de su barrio, situado en la calle Herzegovina , no exento de cierta idiosincrasia, regentado por un tipo enorme que lucía una brillante calva, y en cuya boca siempre lucía un eterno y no menos gigantesco puro habano.

El saludo habitual a los amigos y clientes habituales era un espaldarazo con una mano, la fuerza del cual no desentonaba del gigantismo del personaje. Sin embargo, transmitía una carga humana que dificultaba que nadie pudiera tomarse a mal el bestial recibimiento.

A pesar de ser un humilde bar de barrio, “El Miguelín”, era conocido por la calidad y frescura de sus materias primas, así como la excelencia de su bodega, solo abierta a los “amiguísimos”, como le gustaba referirse a sus clientes preferidos a Miguel, el dueño del local. Completaba la plantilla el cocinero, Quique, un ser tímido y retraído con una paciencia de santo, expuesto constantemente a las bromas de su jefe, y a una clientela que, exceptuando dos o tres casos, como el inspector Llompart, estaba formada por las proles de la clase media-alta de Barcelona, que a partir de la tercera pinta de cerveza, olvidaban completamente la poca educación de la que hacían gala.

Miguel había sido una de las primeras personas con las que Llompart había establecido un nexo, de lo más aproximado a lo que podríamos llamar amistad, cuando llegó a Barcelona.

Miguel, además, era uno de los buzones del Mossad en Barcelona, y su contacto con su pasado…

El segundo apellido de Llompart, Cohen, delataba su procedencia… …el inspector era el fruto de una pareja formada en los años setenta en el kibutz Sde Boker, en el corazón del desierto del Negev, donde se halla enterrado David Ben Gurión, el fundador y Primer Ministro del estado de Israel, y donde residía la familia de Stela, la madre de Eugenio, donde fue a parar como voluntario el padre del inspector, Víctor Llompart, hijo de una acaudalada familia de Barcelona dedicada al próspero negocio de la publicidad.

En aquellos años, estaba de moda la rebelión entre los hijos de las familias acomodadas de la alta sociedad y esto, más el ansia de demostrar a su padre que podía desenvolverse por si mismo en el mundo, fue lo que llevó al mayor de los Llompart a alistarse como trabajador voluntario durante el verano del setenta y dos, en aquel lugar en medio de la nada, que los israelíes estaban transformando a base de sudor, en un vergel en el desierto.

Víctor volvió a Barcelona en Septiembre, a continuar los estudios de Publicidad, pero la relación que inició con aquella delgada muchacha con extraordinaria determinación en la mirada, altos pómulos y moreno azabache, prosiguió, desembocando a los dos años en una humilde boda civil en Beer Sheva, a pesar de las escandalosas protestas de la madre del novio, que pretendía una ceremonia con toda la pompa y el boato que correspondía a la posición de los Llompart y Gascó. Al final tuvo que conformarse con una recepción, no exenta de todo el lujo y refinamiento, en un salón del hotel Ritz, a la que asistió la flor y nata de la sociedad Barcelonesa.

El matrimonio solo duró un año, cuando el inspector contaba apenas con tres meses la madre, hastiada del insoportable bullicio de Barcelona, huyó con el niño al kibutz donde criaría a Eugenio entre la paz y sosiego del desierto, bajo la influencia de su abuelo, el general Moisés Cohen, miembro del Mossad, y director en funciones de una de las ramas de la inteligencia israelí, el AMAN, el departamento de inteligencia del ejército. El abuelo estimó oportuno matricular al niño en el American International School, de Tel Aviv, de donde salió con una perfecta formación y un dominio nativo del inglés.

Aunque nunca perdió el contacto con su padre, Víctor, con el que pasaba indefectiblemente las vacaciones de verano, el cual le matriculo en cursos intensivos de catalán, y le imbuyó de un amor por su otra patria, España, y su gran afición, navegar, y el buceo en las calas escondidas de la Costa Brava,

Más tarde, a petición del joven, ingresó en las fuerzas especiales, de donde pasó al Mossad como “katsa”, u oficial de campo, ejerciendo su callada y eficiente labor, mientras se licenciaba “cum laude” en derecho.