La verdadera historia de los dinosaurios
Alan Charig
SALVAT
Versión española de la obra A new look at the dinosaurs,
publicada por el British Museum (Londres)
Traducción: Jordi Fibla
Diseño de cubierta: Ferran Cartes / Montse Plass
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© 1993 Salvat Editores, S.A., Barcelona
© British Museum (Natural History)
ISBN: 84-345-8880-3 (Obra completa)
ISBN: 84-345-8882-X (Volumen 2)
Depósito Legal: B-24167-1993
Publicada por Salvat Editores, S.A., Barcelona
Impresa por Printer, i.g.s.a.. Agosto 1993
Printed in Spain
ÍNDICE
PREFACIO
Con toda probabilidad, la mayoría de los lectores de este libro se interesarán por los dinosaurios, pues es razonable suponer que muy pocos de los no interesados en ellos se habrían molestado siquiera en abrirlo. También es probable que muchos de mis lectores sean personas inteligentes con una amplia gama de intereses y grandes conocimientos de otros temas. No obstante, he descubierto que a menudo esa clase de personas logran realizar la notable hazaña de pasar por la vida sin adquirir ni tan sólo un mínimo de información veraz sobre los dinosaurios, algo similar a lo que me sucede a mí, que me las he ingeniado para aprender muy poco de cualquier otro tema.
Por ello me he puesto a escribir sin ninguna consideración previa, dando por supuesto que muchos de mis lectores no saben prácticamente nada de los dinosaurios ni de cuanto se relaciona con ellos; y en el caso de que sepan algo, lo más probable es que hayan aprendido nociones erróneas o desfasadas. Una larga experiencia me ha enseñado la clase de preguntas que se formulan con más frecuencia y las ideas equivocadas más ampliamente difundidas. Esto significa —si he conseguido mi propósito— que nada de lo que se dice en esta obra debe rebasar la comprensión de cualquier persona, y que no debería ser necesario recurrir a otros libros en busca de explicaciones. Sólo cuando el apetito de conocimiento se haya agudizado, el lector se verá impulsado a buscar en otro lugar informes más detallados y, en algunos casos, puntos de vista diferentes. En cuanto al lector mejor informado que descubra en el libro muchas cosas que ya conocía, le ofrezco mis humildes excusas. De todos modos, también hallará consuelo, puesto que sin duda estas páginas contienen algunos detalles y noticias de interés incluso para él.
Deseo expresar mi agradecimiento a John Attridge (Birbeck College, University of London) y a los doctores William Ball (paleontólogo del British Museum) y Edwin Colbert (Museum of Northern Arizona) por su paciente lectura de mi manuscrito y sus valiosos comentarios y críticas. También deseo expresar mi gratitud a mi esposa, Marianne Charig, por mecanografiar el manuscrito y ayudarme en todo lo posible.
Alan Charig
Mucha gente cree que todos los dinosaurios eran parecidos al Diplodocus. Este dinosaurio medía unos 26 m. de longitud.
I. ¿QUÉ FUERON LOS DINOSAURIOS?
Para la mayoría de nosotros, la palabra «dinosaurios» evoca una imagen bastante confusa de extrañas criaturas prehistóricas del remoto pasado. Representémonos esta imagen aun cuando, como descubriremos pronto, en gran parte está lejos de ser exacta. Bestias enormes, mucho mayores que cualquier elefante, pacían plácidamente hace millones de años en vaporosas marismas, mientras que otras, menos imponentes pero equipadas con dientes y garras formidables, acechaban a sus confiadas presas. Carecían de enemigos, excepto entre ellos mismos, pues, ¿qué animal de menor envergadura se atrevería a atacar a tales gigantes?
No obstante, según la creencia popular, la vida de los dinosaurios estaba lejos de ser idílica, pues les asediaban toda clase de problemas. Se tiende a considerarlos animales de «sangre fría», como los reptiles actuales y, en consecuencia, no muy enérgicos. Se supone que se movían poco, y que cuando lo hacían sus movimientos eran lentos y torpes. Tropezaban con los troncos de los árboles, caían y se rompían las patas. Algunos eran tan voluminosos que, cuando caían, ya no podían incorporarse. Sus cerebros eran muy pequeños, por lo que debían ser extremadamente estúpidos. Necesitaban ingentes cantidades de alimentos para mantener en funcionamiento sus cuerpos gigantescos, pero su tremendo peso y su torpeza, su lentitud e indolencia y su estupidez parecían ofrecerles pocas oportunidades de salir adelante. No podían correr con la suficiente rapidez para capturar animales con los que alimentarse, y ni siquiera eran lo bastante activos para hallar plantas suficientes que comer. Pronto se murieron de hambre y acabaron por extinguirse. Sólo quedan sus huesos. Ahora, montados sus esqueletos en nuestros museos, nos llenan de asombro por su tamaño fantástico.
Pterodáctilo del género Pterodactylus comiéndose un pez. Envergadura característica de las alas: 55 cm. No era un dinosaurio.
Esta desgraciada historia de los dinosaurios y su desaparición —en su mayor parte incorrecta hasta el desatino— ha tenido como consecuencia el uso de la palabra «dinosaurio» como un término despectivo. Se emplea para describir algo anticuado, pasado de moda, que tal vez ha crecido demasiado, lento en exceso y muy engorroso; algo que apenas tiene ya utilidad en nuestro mundo moderno, como los grandes transatlánticos de la North Atlantic, el Queen Mary y el Queen Elizabeth.
Sin embargo, la verdadera historia del dinosaurio difiere mucho de la que acabamos de exponer. Quizás antes de entrar en detalles debamos aclarar que no todo cuanto se dice en este libro concuerda con lo que puede leerse en otros libros, revistas o periódicos, o con lo que puede oírse por la radio o verse por televisión. Existen dos razones para ello. En primer lugar, muchas de las personas que escriben libros, artículos y guiones para programas de radio y televisión no son paleontólogos ni expertos en fósiles (aunque ellos mismos se titulen así) y con frecuencia cometen errores. Lo que se escribe en un libro o en un guión, generalmente se ha copiado de otro. Así, si un libro está anticuado o trata de un modo erróneo determinados aspectos, es muy posible que esos errores se reproduzcan en otros libros. En segundo lugar, ni siquiera los paleontólogos profesionales saben, en realidad, mucho sobre estos extraños animales tan antiguos. Todavía están descubriendo nuevos dinosaurios, realizando más hallazgos acerca de los ya descubiertos y concibiendo nuevas teorías sobre el modo en que estas criaturas vivían y se comportaban. Muchas de las ideas que los especialistas tenían por ciertas hace una veintena de años, hoy se consideran con frecuencia totalmente erróneas. Y, en determinados aspectos, los expertos están en desacuerdo entre ellos. En efecto, en los últimos años se han producido animadas controversias sobre temas relacionados con los dinosaurios, en su mayor parte todavía sin resolver, y cuyo seguimiento es fascinante, en especial para el lector que esté preparado para tomar partido.
Pelicosaurio con aleta dorsal: Dimetrodon. Llegaba a alcanzar una longitud de 3,3 m. No era un dinosaurio.
¿Qué es, pues, un dinosaurio? Muchas personas no suelen tenerlo, ni mucho menos, claro, y las ideas difieren de manera considerable. Algunos creen que cualquier animal prehistórico (de preferencia con un nombre impronunciable) es un dinosaurio. Para ellos, no sólo son dinosaurios el conocido Diplodocus y los Tyrannosaurus, Brontosaurus y Stegosaurus, sino también (y en esto se equivocan por completo) los pelicosaurios, caracterizados por sus aletas dorsales, los alados pterodáctilos, los grandes reptiles marinos e incluso los mamuts lanudos. Otros creen —y también están en un error— que el dinosaurio fue un solo tipo de reptil extinto. La mayoría de estas personas, si se les pregunta cuál era el aspecto de «el dinosaurio», probablemente dirán que era una criatura enorme de cuatro patas con el cuello muy largo y la cabeza pequeña, que vivía en las aguas poco profundas de los grandes lagos.