© Sandra Borda, 2020
© Editorial Planeta Colombiana S. A.
Calle 73 n.º 7-60, Bogotá
www.planetadelibros.com.co
Fotografías: © Camilo Rozo
Ilustración de cubierta: © @monkeythehuman
Primera edición: mayo de 2020
ISBN 13: 978-958-42-8783-0
ISBN 10: 958-42-8774-5
Impresión: xxxxxxx
Impreso en Colombia – Printed in Colombia
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A Dilan Cruz
A su ausencia ahora permanente,
en nuestros salones de clase
C ONTENIDO
Prólogo
Por Mariángela Urbina Castilla
Siempre le he tenido mucho miedo a convertirme en profesora, porque vi en el espejo de mi mamá, mi abuela, mi bisabuela e incluso en el de mi papá -todos maestros en la familia- lo difícil y sacrificada que es la enseñanza en Colombia. Quizás por la entrega paciente, insistente y usualmente mal pagada de todo su conocimiento, ser maestra me simboliza el acto de humildad más nítido y perfecto de la vida.
Este libro es eso. Pero no precisamente por lo que acabo de decir. No por el acto de entregar conocimiento, sino por un gesto aún más necesario y pedagógico. La disposición de Sandra Borda de aprender de sus estudiantes. Ella, profesora de la Universidad de los Andes, hace de este libro una clase, y no una magistral, sino la mejor de todas: el tipo de clase en la que los profesores escuchan, toman nota, y fomentan la conversación. Es el tipo de clase que extraño y que me hace sentir que vale la pena regresar pronto a estudiar.
Sandra Borda se dedicó a escuchar a sus estudiantes, los de ella y otros tantos, en medio del contexto de la movilización social más grande en la que ha participado mi generación.
El paro nacional que empezó el 21 de noviembre en Colombia y que siguió durante días consecutivos, movilizando en la calle miles de miles personas, como nunca antes lo había visto en mis 26 años, nos entregó algo de lo que carecíamos: la sensación de colectivo. De estar juntas. Cuando digo “nos”, lo digo por mí y por mis amigos y por los cientos de comentarios de personas jóvenes que aparecieron en redes sociales por esos días. Algo pasó. Sandra abraza con su libro este proceso social en el que descubrimos que estamos inconformes, que no vamos a quedarnos quietos y que, aunque somos distintos, podemos encontrarnos afuera, en la protesta.
Este libro empezó a gestarse allí, en caliente, y se publica ahora, cuando todavía nada está frío, pero al mismo tiempo tiene la calma reflexiva, heredada de la academia, que hace de Borda una de las analistas políticas más leídas y admiradas de Colombia. Y debe ser por lo mismo que es una de las profesoras por las que los estudiantes se pelean los cupos de los cursos que enseña.
De paso, Sandra tiene la valentía de observarse a sí misma. Su crónica del movimiento estudiantil y de cómo ellos, los líderes estudiantiles la vivieron, no está desapegada de su experiencia propia. No le teme a cuestionarse, a entenderse como parte de ese mismo colectivo, desde su posición de analista, pero sobre todo, de docente.
Como bien lo describe la misma Sandra en sus primeras líneas, buena parte de los medios de comunicación quedaron en deuda con los estudiantes durante el paro. Los narraron, y a duras penas podría decirse “narrar”, con adjetivos cargados de estereotipos, muy reduccionistas. Por eso este libro es un oasis en medio del ruido mediático, tuitero, las cadenas de whatsapp y las peleas por Facebook.
Es este el espacio para conocer a los estudiantes que están dando la lucha por construir una sociedad mejor para los que vienen. Sus motivos, sus retos, sus sueños, contados por la profesora, la favorita de muchos.
“A parar para avanzar” es un relato fundamental, o más bien un contrarrelato, para el presente de este despertar social de Colombia, en el que los estudiantes son la esencia, la fuerza, el ancla. También lo es para el futuro. La historia ya no podrá decir que los estudiantes que salieron a marchar eran unos desocupados que no trabajan. La historia está aquí, en este libro.
Nota al lector
Las trayectorias de los individuos notables o que “hacen historia” son tremendamente seductoras. Resulta imposible calcular cuántas letras se han invertido en biografías, novelas y en textos de todo tipo dedicados a analizar y a contar las hazañas de personas, mujeres u hombres, particulares. De hecho tenemos grabada en la cabeza la idea de que los cambios se producen gracias a seres humanos con visión, innovadores, distintos, singulares, extraordinarios, que se salen del promedio. Ese sesgo es probablemente el resultado del gran énfasis que puso la modernidad en la individualidad, en la capacidad transformadora de cada persona por separado. Somos hijos de un momento histórico en el que los logros en solitario son más loables, más admirables y más dignos de ser contados.
Lo que me propongo hacer en este libro es distinto. Aquí quiero contar la historia reciente, no de un individuo, sino de un grupo de personas que ha logrado algo que no pensé que fuera posible en Colombia: convencernos, como sociedad, de que la acción colectiva es posible, funciona y nos puede mover en la dirección de una transformación social muy parecida a la que hemos añorado por mucho tiempo. Hablo de los estudiantes. Durante las movilizaciones de octubre y noviembre del 2019 ellos lograron convencernos de que no debíamos ni teníamos que resignarnos a vivir en el país que una minoría con poder quiere para nosotros; que si nos juntamos y actuamos colectivamente podemos crear uno a imagen y semejanza de lo que deseamos. Lograron una tarea titánica en un país en donde el cinismo y el escepticismo son la norma: lograron inspirarnos.
El tema de las movilizaciones sociales no es, ni mucho menos, un tema en el que sea experta. Soy politóloga e internacionalista, pero debo confesar que esta vez una mezcla de curiosidad y de admiración me hizo traspasar las barreras de mi estrecha formación profesional. Obviamente el mundo del estudiantado es uno al que no soy ajena en la medida que soy profesora universitaria. Pero fue el paro del 21 de noviembre y las manifestaciones subsiguientes en las que tuve la oportunidad de acompañar y observar a los estudiantes, las que me generaron muchas preguntas sobre sus motivaciones, su valentía y su capacidad de resistencia frente a la adversidad y a la represión estatal. Quería saber más, quería conocerlos mejor. Intuía que la narrativa de los medios de comunicación que afirmaba que ellos eran un grupo de millennials y centennials echados a perder, que querían todo regalado o que estaban tan confundidos que ni siquiera sabían lo que querían, era simplista y con poco asidero en la realidad.
Toda esta curiosidad adquirió una forma distinta el sábado 23 de noviembre. Ese día acompañé a los manifestantes en su camino a la Plaza de Bolívar y por las calles del centro de Bogotá. Me impresionó que no hubo ni una sola manifestación de violencia por parte de los estudiantes, quienes resistieron todo lo que pudieron, y en cambio sí una encarnizada persecución policial que terminó con el asesinato de Dilan Cruz. Ese día llegué a mi casa en la tarde, y a pesar de que los gases lacrimógenos le pasaron una cuenta de cobro a mis ojos, decidí escribir mi columna para el diario El Tiempo relatando lo que había visto durante esa jornada. Cuando terminé de escribirla supe que tenía que escribir más. Con el empujón determinante de mi editor en Planeta, Juan David Correa, decidí entonces emprender este viaje que siempre es escribir un libro. La primera tarea era buscar a los líderes estudiantiles y hablar con ellos.
