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Sandra Petrignani - La escritora vive aquí

Aquí puedes leer online Sandra Petrignani - La escritora vive aquí texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2002, Editor: ePubLibre, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Sandra Petrignani La escritora vive aquí
  • Libro:
    La escritora vive aquí
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2002
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La escritora vive aquí: resumen, descripción y anotación

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Presentación

La escritora vive aquí es un largo viaje por las casas y los lugares de algunas de las escritoras más importantes del siglo XX. De la Cerdeña de Grazia Deledda a la América de Marguerite Yourcenar, de la Francia de Colette al Oriente de Alexandra David-Néel, de la Dinamarca de Karen Blixen a la Inglaterra de Virginia Woolf. Un peregrinaje por las casas-museo de todas ellas, en las que, a través de los muebles, objetos, habitaciones y jardines, su autora, Sandra Petrignani, nos introduce en la vida de estas mujeres, en sus secretos, temores y fragilidades.

Entrar en sus casas es entrar en sus vidas, como si las propias protagonistas nos abrieran sus puertas y nos mostraran su mundo más íntimo. El viaje como reconocimiento, la reconstrucción de un territorio delimitado por unos muros, en cuyo interior se oye «la voz de las cosas», una voz que Petrignani ha sabido convertir en historias que nos revelan cómo fueron y vivieron estas escritoras, que contribuyeron con sus obras a engrandecer la historia de la literatura europea.

«Los viajes a las casas son los viajes a las vidas. O puede que sea al contrario. Pero no importa. Una casa es un destino de todas formas».

SANDRA PETRIGNANI

El dibujo en el tapiz

Cuenta Karen Blixen en Lejos de África que cuando era niña le contaban un cuento mientras le trazaban un dibujo que, poco a poco, iba configurándose ante su mirada a medida que se desarrollaba la historia. Una noche, un hombre, decía la historia, se despertó por un ruido tremendo. Salió y fue a ver qué había pasado, pero, como estaba oscuro, le ocurrió de todo. Se cayó en un estanque, tropezó, se equivocó de camino, se cayó tres veces en un foso y regresó. Al final, siguiendo todos sus pasos, la pluma había trazado sobre el papel el dibujo de una cigüeña. Y era una cigüeña que el hombre, a la mañana siguiente, divisó en cuanto se asomó a la ventana.

Así es el destino de las personas: un ir y venir cansino e insensato hasta que, al final, desvelará la imagen global, la imagen coherente de todo lo que ha sido.

Leyendo esta breve historia de Karen Blixen he entendido por qué he escrito este libro. Contemplando el dibujo escondido en el tapiz de tantas vidas, quería recoger algo de mi tapiz. Quería saber si valía la pena, como escribe Karen a su hermano, «caer en todos esos fosos y dar vueltas como una loca alrededor del estanque» y si de verdad, al final, se vislumbra «la nítida silueta de la cigüeña».

La respuesta, otra vez, me viene de ella: «El destino de otro —escribe más adelante en la misma carta— siempre sirve para explicar algo». Por un lado, nos ilumina y, por otro, nos pone en guardia con respecto a nosotros mismos.

SANDRA PETRIGNANI

GRAZIA DELEDDA EN NUORO

Casa de Grazia Deledda en Nuoro Italia Existen tres barbagias Venía de Olbia - photo 1

Casa de Grazia Deledda en Nuoro, Italia.

Existen tres barbagias

Venía de Olbia y me dirigía a Nuoro por la 131, que iba dejando y retomando para seguir las indicaciones de un nuraghe —construcción megalítica propia de Cerdeña—, una pequeña iglesia o un área arqueológica. Estaba entrando en Barbagia, el corazón de las tinieblas de Cerdeña. En verdad hay tres Barbagias, eso te lo dice enseguida cualquier oriundo, porque, te dice, Barbagia no es de por sí sinónimo de bandidaje. Depende precisamente de a qué Barbagia te refieras: Barbagia Ollolai, Barbagia Belvì o Barbagia Seùlo. Tengo la sospecha de que en cada una de las tres zonas sostienen que los bandidos son los otros. Era una mañana de sol fría, con un fuerte viento que mecía el paisaje, un desierto verde y rocoso, vacío y plácido, y sin embargo acechante como si tuviese ojos escondidos detrás de las piedras, deslumbrantes por su blancura. Pero si un nombre me gusta, eso basta para reconfortarme. Y el nombre de Barbagia me gusta muchísimo porque es áspero y dulce, como el pan frattau que acababa de comer en una modesta trattoria de pueblo, además de una sopa espesa con sabor a salsa especiada, de caldo sustancioso, de huevo y queso y de carta musica mezclada (otro tipo de pan, muy ligero).

Las ovejas que me encontraba me parecían iguales a cualquier otra; pero las vacas, de un tostado difuminado como la tierra sobre la que estaban echadas, blandas y meditabundas, me recordaban a las vacas indias, acrecentándose la sensación de extrañeza que se siente en el interior de Cerdeña, lugar arcaico e irreductible digno de su leyenda. Si me hubiera topado con una de esas comparsas de las fiestas del carnaval local, los hombres negros con el gabbanu y la capucha de tejido rústico calada hasta los ojos o los mal afamados mamuthones con pellizas y engalanados con cencerros, con los rostros cubiertos con las máscaras de animales cornudos, me habría muerto de miedo. Sin embargo, en los alrededores de Orune me encontré solo una piedra hueca con un agujero cuadrado como abertura y la reconocí como el habitáculo prehistórico denominado «la casa de las janas», las pequeñas hadas del folklore sardo. De esta manera también yo me he sentido protegida por Nicolosa, la «abuelita» de Grazia Deledda que se le aparecía en sueños para reconfortarla, vestida de novia, novia colorida, no de blanco, como son las novias en Cerdeña, con sus trajes tradicionales con las llamativas faldas plisadas. «Diminuta mujer frágil, casi enana, con manos y pies de niña», así era Nicolosa con la cofia de paño negro, que le «recordaba a ciertas mujercitas de leyenda, o a pequeñas hadas, buenas o malas, según la ocasión». Incluso el nombre es de hada extraña. Y extraño era también su marido Andrea Cambosu, ermitaño y artista, anárquico (¿otra especie de bandido?), amigo de todos los animales del mar, del aire y de la tierra, que le hablaba a las serpientes y protegía incluso a los escorpiones y hacía figuras de santos en madera y arcilla. Y sabía el nombre de las flores y las plantas, distinguía las hojas y las piedras, en una relación animista con la naturaleza, conocedor de la misma ciencia que también practicó Grazia, la más «botánica» de los escritores junto con Colette. Entre tantos críticos injustos y displicentes, uno, Bonaventura Tecchi —que de hecho no era un crítico sino un escritor—, demostró comprender sobradamente a Grazia Deledda cuando, en 1959, dijo: «En esta soldadura entre cosas del alma secreta y cosas naturales: la ceniza, el agua, el fuego, en esta soldadura, que denominaría autógena por lo nítida, sin aureolas ni residuos, hay algo de clásico y al mismo tiempo un destello de modernidad» (afirma a propósito de L’incendio nell’oliveto ). Qué bien suena ese «sin aureolas ni residuos» y qué bien suena la palabra «soldadura». Van al corazón de la Deledda, dicen una verdad sobre su trabajo continuamente menospreciado bajo una pretendida «modestia», bajo el icono de un genio ignorante, de la muchacha sin instrucción, de la mujer dedicada al hogar y la familia. Tonterías, me dan ganas de decir, lo mismo que respondía ella cuando alguien le preguntaba qué estaba escribiendo. «Todo tonterías», decía, para no perder el tiempo discutiendo cosas tan importantes en una conversación mundana o, peor aún, en una entrevista. Modesta no era, de ningún modo. «Muchos han exagerado mi sencillez y mi modestia», escribió en una nota biográfica de 1905 dirigida al cónsul francés en Italia. «Yo no soy en absoluto modesta; es más, considero la modestia el reflejo de un espíritu que se considera inferior porque realmente siente que lo es. Yo, por el contrario, soy orgullosa, no porque haya escrito novelas que han tenido éxito, sino porque me soy y me siento consciente, fuerte, superior a todas las pequeñeces y prejuicios de la sociedad. Si hubiera nacido hombre hubiera sido un ser solitario, habría vivido como un ermitaño. Al ser mujer, debo adaptarme y doblegarme a vivir entre aquellos que amándome y protegiéndome completan mi existencia». Tenía treinta y cuatro años y las ideas clarísimas.

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