¿De dónde viene la palabra «adefesio»? ¿Cómo la palabra «chusma» puede venir del griego, donde significaba «orden»? ¿Por qué «hortera» se ha convertido en un insulto?
Las palabras encierran una curiosa historia que narra su viaje en el tiempo y en el espacio, y el español es especialmente rico en historias de palabras. La historia de nuestra lengua está llena de préstamos del latín, el griego, el árabe, el vasco, el francés o el inglés, que se han adaptado en su forma y muchas veces también en su significado. Por otra parte, la expansión del español en el mundo, especialmente en América, ha hecho que muchas palabras cobren significados propios en otros países.
A través de 300 ejemplos curiosos y sorprendentes recorremos el viaje de las palabras desde su origen hasta sus usos actuales.
Juan Gil & Fernando de la Orden Osuna
300 historias de palabras
Cómo nacen y llegan hasta nosotros las palabras que usamos
ePub r1.1
Titivillus 08.06.16
Título original: 300 historias de palabras
Juan Gil & Fernando de la Orden Osuna, 2015
Documentación gráfica y de los ejemplos: Manuel Durán Blázquez
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
JUAN GIL (Madrid, 3 de diciembre de 1939). [Real Academia Española Silla e] Catedrático de Filología Latina de la Universidad de Sevilla (1971-2006), obtuvo su licenciatura en Filosofía y Letras en la Universidad Complutense de Madrid y realizó su doctorado —por el que recibió el Premio Luigi Jacopini— en la Facoltà di Lettere de Bolonia. Fue catedrático del Instituto Beatriz Galindo de Madrid, profesor agregado de Filología Latina de la Universidad Complutense de Madrid y catedrático de esa misma especialidad en la Universidad de Sevilla.
Asesor del Pabellón del Siglo XV de la Exposición Universal de Sevilla de 1992, comisario de las exposiciones «Arias Montano y su mundo» y «Extremadura en sus páginas», doctor honoris causa por la Universidad Complutense de Madrid, socio de honor de la Sociedad de Estudios Medievales y Renacentistas, académico correspondiente de la Real Academia de Córdoba y de la Academia Dominicana de la Historia, además de miembro del Consejo Asesor de la revista Cuadernos de Filología Clásica.
Entre sus reconocimientos figuran el Premio Finale Ligure Storia Medioevale (1997) y la distinción Eduardo Benot al rigor científico y lingüístico del Ayuntamiento de Cádiz (2011).
Ha sido pionero de los estudios del latín medieval en España, con trabajos sobre el latín de los visigodos y los mozárabes, plasmados en su obra Corpus scriptorum muzarabicorum (1973). También ha investigado sobre el latín clásico, el latín del Renacimiento, la lingüística indoeuropea, los textos antiguos griegos y neogriegos, el humanismo latino, la crítica textual, la historia, las minorías religiosas en España y Europa y la escatología, entre otros campos.
Ha dedicado especial atención a la historia de Cristóbal Colón en libros como Mitos y utopías del descubrimiento (1989) —tres volúmenes dedicados a Colón, el Pacífico y El Dorado— y Cristóbal Colón. Textos y documentos completos (1992), en colaboración con Consuelo Varela.
Otros libros de Juan Gil son Los conversos y la Inquisición sevillana (2000-2003), aparecido en ocho volúmenes; Columbiana. Estudios sobre Cristóbal Colón. 1984-2006 (2007); Horacio. Arte poética (2010), y la traducción de las Meditaciones filosóficas, de Descartes (1958). Varias de sus obras han sido traducidas al italiano, el francés y el japonés. En noviembre de 2015 publicó 300 historias de palabras, libro que relata «cómo nacen y llegan hasta nosotros las palabras que usamos».
Juan Gil ha colaborado, con un estudio sobre la ortografía cervantina, en la obra conmemorativa del IV Centenario de la muerte del autor del Quijote Autógrafos de Miguel de Cervantes Saavedra (2015), edición publicada por Taberna Libraria con prólogo del director de la RAE, Darío Villanueva.
FERNANDO DE LA ORDEN OSUNA. Filólogo, lexicógrafo y corrector, tras veinte años a vueltas con las palabras todavía le generan más dudas que certezas.
Prólogo
Si hay algo que distingue al hombre de los demás seres vivos es el lenguaje. Muchos animales pueden expresar sus sentimientos y aun organizarse colectivamente para realizar determinadas actividades, pero a nadie se le escapa, por grande que sea su amor a las hormigas, los orangutanes o los delfines, que carecen de un sistema lingüístico tan complejo y abstracto como el del hombre. Lo malo es que lo humano, como el resto de lo creado, tiene un pecado original: su caducidad.
Cuando se hojea un libro antiguo, de inmediato llaman la atención dos cosas. En primer lugar, nos extraña la propia grafía: un buen número de palabras está escrito de un modo exótico (fazer, dixo, gobernar, etc.), un exotismo imitado por poetas y novelistas cuando quieren contrahacer el mundo medieval. En segundo término, el significado de algunas palabras resulta ininteligible: incluso el vocabulario de Cervantes es, a veces, un hueso duro de roer.
Lo primero, los cambios incesantes que introduce en la fonética el paso del tiempo, ha sido advertido muchas veces. Baltasar Gracián, en un pasaje muy notable, los ejemplificó en una sucesión de distintas generaciones que van pronunciando, cada una a su uso y manera, la palabra hijo. Así lo advierte Andrenio:
«Hasta en el hablar hay su novedad cada día, pues el lenguaje de hoy, ha doscientos años, parece algarabía. Y si no, leed esos fueros de Aragón, esas partidas de Castilla, que ya no hay quien las entienda. Escuchad un rato aquellos que van passando uno tras de otro en la rueda del tiempo». Atendieron, y oyeron que el primero dezía fillo, el segundo fijo, el tercero hijo, y cuarto ya dezía gixo a lo andaluz, y el quinto de otro modo, sino que no lo percibieron. —¿Qué es esto? —decía Andrenio—. Señores, ¿en qué ha de parar tanto variar? Pues ¿no era muy buena aquella primera palabra fillo, y más suave, más conforme a su original, que es el latín? —Sí. —Pues ¿por qué la dexaron? —No más de por mudar.
Criticón. Tercera parte.
Parece como si Gracián hubiese intentado ensamblar en una serie cronológica las diversas lenguas de España, imaginando una evolución lingüística que se desplaza, además, de norte a sur. El cambio fonético se inicia con la forma aragonesa (y gallega) fillo, la mejor de todas: ¡no faltaría más! Vienen después las dos variantes, antigua y moderna, del castellano (fijo e hijo). El último peldaño de la evolución lo constituye la forma andaluza gixo, con una g- que representa una aspiración; gixo (= jijo) es, por tanto, una forma hipercaracterizada, la exageración consciente de un rasgo característico del habla andaluza. Y todavía la palabra gixo está próxima, según se nos dice, a dar otro tumbo más. Estas últimas y enigmáticas palabras plantean una pregunta interesante: si el andaluz era el grado más avanzado —o más degenerado, visto desde otra perspectiva— de la lengua, ¿esperaba quizá Gracián que, concluida la progresión en la península ibérica, la evolución del español prosiguiese en América? Pudiera ser: justo por aquellos tiempos empezó a tener fuerza la conciencia criolla, un sentimiento nacional que no dejó de alarmar en la metrópoli.