JAVIER MARÍAS FRANCO (Madrid, España, 1951) es autor de Los dominios del lobo, Travesía del horizonte, El monarca del tiempo, El siglo, El hombre sentimental (Premio Ennio Flaiano), Todas las almas (Premio Ciudad de Barcelona), Corazón tan blanco (Premio de la Crítica, Prix l Oeil et la Lettre, IMPAC Dublin Literary Award), Mañana en la batalla piensa en mí (Premio Fastenrath, Premio Rómulo Gallegos, Prix Femina Étranger, Premio Mondello di Palermo), Negra espalda del tiempo, de los tres volúmenes de Tu rostro mañana: 1 Fiebre y lanza (Premio Salambó), 2 Baile y sueño, 3 Veneno y sombra y adiós, y de Los enamoramientos (Premio Qué Leer); de las semblanzas Vidas escritas y Miramientos; de relatos y de la antología Cuentos únicos; de sendos homenajes a Faulkner y Nabokov y de diecisiete colecciones de artículos y ensayos.
En 1997 recibió el Premio Nelly Sachs, en Dortmund; en 1998 el Premio Comunidad de Madrid; en 2000 los Premios Grinzane Cavour, en Turín, y Alberto Moravia, en Roma; en 2008 los Premios Alessio, en Turín, y José Donoso, en Chile; en 2010 The America Award en los Estados Unidos; en 2011 el Premio Nonino, en Udine, y el Premio de Literatura Europea de Austria, y en 2012 el Premio Terenci Moix, todos ellos por el conjunto de su obra. Entre sus traducciones destaca Tristram Shandy (Premio Nacional de Traducción 1979). Fue profesor en la Universidad de Oxford y en la Complutense de Madrid. Sus obras se han publicado en cuarenta y dos lenguas y en cincuenta y dos países, con seis millones y medio de ejemplares vendidos. Es miembro de la Real Academia Española.
Javier Marías, 2001
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1
Nota previa
El presente volumen reúne los artículos publicados en el suplemento dominical El Semanal entre el 29 de noviembre de 1998 y el 11 de febrero de 2001. Se corresponden con ciento cuatro domingos (o dos años de tarea), aunque no enteramente consecutivos, ya que en el verano de 1999 me ausenté durante doce semanas.
Mis primeros dos años de colaboración con ese suplemento fueron recogidos en mi libro Mano de sombra (Alfaguara, 1997), y los segundos dos en Seré amado cuando falte (Alfaguara, 1999). Mi presencia casi continua a lo largo de seis meses me ha traído sin duda una familiaridad y una confianza, tanto con mis lectores como con los demás articulistas de esa publicación (sobre todo con Arturo Pérez-Reverte, que ya estaba en ella cuando yo aterricé), que espero que sepan disculparme quienes puedan comprar y leer ahora este libro y no hayan asistido, naturalmente, al proceso desarrollado semana tras semana a lo largo de tanto tiempo; pues en estos textos son frecuentes las alusiones y bromas a mi más próximo vecino de página, el mencionado Pérez-Reverte, así como a Marina Mayoral y Ángeles Caso, que no aduvieron lejos durante un periodo muy prolongado. Quizá no esté de más señalar que, a partir de un domingo determinado, nuestras respectivas secciones, que habían carecido de título, pasaron a llamarse Patente de Corso —la de Pérez-Reverte— y Reino de Redonda —la mía.
Respecto al título elegido para esta recopilación, A veces un caballero debo decir que lo he tomado prestado del de un artículo concreto. También me tentó el de otro, «Lo que puede callarse», que tal vez habría sido más apropiado como definición del conjunto, o así sin duda se lo habría parecido a algunos. Y aunque A veces un caballero sea la primera parte de un lema que aparece completo en el susodicho artículo del mismo título, no tengo aquí inconveniente en cerrarlo —en lo que se refiere al volumen— de muy distinta manera, ni en reconocer, por tanto, que a la vista de la suma de textos no sería nada inadecuado ni injusto que su segunda parte fuera Y a veces un rufián o cualquier otra palabra de la misma gama que el lector tenga a bien elegir. Porque no es posible, desde luego, comportarse como un caballero durante seis años seguidos, ni tan siquiera como lo contario.
He aquí, por último, la relación completa de los diarios con que el suplemento El Semanal se suele entregar los domingos, para que nadie se llame a engaño y pueda adquirir este volumen creyendo desconocer sus textos: El Correo, El Diario Vasco, El Diario Montañés, La Verdad, Ideal, Hoy, Sur, El Norte de Castilla, La Rioja, El Comercio, Diario de Navarra, El Heraldo de Aragón, Las Provincias, Diario de Cádiz, Diario de Burgos, La Voz de Galicia, Diari de Tarragona, Diario de Jerez, Diario de León, Diario de Mallorca, Diario de Menorca, Europa Sur, Diario de Sevilla, Diario de Avisos, El Heraldo de Soria y Diario 16.
En el preámbulo a Mano de sombra me despedí diciendo que al releer todas las piezas seguidas había tenido la impresión de haber opinado demasiado. A eso añadí, en la Nota Previa a Seré amado cuando falte, que no sabía cómo consentía nadie, tras tanto tiempo y otros ciento cuatro artículos más, que le siguiera reventando los domingos. Ahora, dos años y otros ciento cuatro textos más tarde, la verdad es que más vale que me calle y disimule, aunque no sé si me lo permitirá el rubor.
J M
Marzo de 2001
Notas
[1] Me refiero a la anterior, claro está. La actual despiadada ya es de su gusto (Marzo de 2001).
Sin alharacas ni presunciones, Javier Marías se ha convertido en uno de los indiscutibles maestros del actual columnismo, como puede comprobarse en los ciento cuatro artículos contenidos en A veces un caballero, escritos entre 1998 y 2001. Casi siempre educado, resulta sin embargo más impertinente que cualquier provocador profesional, sin más adorno que el de la diversión, su prosa es siempre punzante y ágil; dotado para la vehemencia contagiosa, también es capaz de hacer soltar a menudo la carcajada; sin rehuir los asuntos cotidianos, nos lleva a pensar en nuestro tiempo de manera inesperada y profunda; sus rememoraciones ocasionales nunca caen en la excesiva nostalgia, pero logran emocionar sobriamente. Todo ello, cada vez, en el espacio de tres o cuatro páginas tan sólo. El autor consigue crear un estado de ánimo con cada pieza, y, lo que es más importante, hace que sus relatos y sus reflexiones lleguen a afectarnos personalmente, y que tras su lectura veamos un poco más claro y limpio el mundo por el que transitamos. «A veces un caballero… y a veces un rufián», como el propio Javier Marías reconoce en su prólogo, sus impecables razonamientos, sus evocaciones, su inconformidad y su guasa obran como infalible estímulo para la inteligencia.
Javier Marías
A veces un caballero
ePub r1.0
Titivillus 03.02.2021
Al servicio de la pasta
Años atrás me ocupé aquí del dificultoso asunto de la herencia —o no herencia— de los escritores (creo que fue el título «Herederos desheredados»). Por un lado, me parecía bien que las grandes obras literarias no estuvieran para siempre en manos de remotos descendientes de Shakespeare o Cervantes, y que no dependiéramos de sus posibles caprichos o codicias para leerlos. Por otro, ponía en duda la justicia de esa norma que protege a los lectores pero castiga a los autores. Un banquero, un terrateniente, un panadero, un coleccionista de pintura y sus respectivos herederos van legando su banco, sus tierras, su panadería o sus cuadros de generación en generación, sin límite. Un escritor o un músico dejan lo que han inventado o creado solamente a sus hijos y quizá a sus nietos, ya que a los cincuenta, sesenta o setenta años de su muerte —según los países—, sus novelas o sinfonías pasan a ser del dominio público y las edita o graba quien quiera sin soltar un céntimo. Esto significa, además, que así como los descendientes de los artistas no perciben ya beneficio del trabajo de sus antepasados, sí lo obtienen, en cambio, los editores, los libreros, las casas discográficas y las salas de conciertos, incongruentemente. Todo sería más aceptable si los autores del dominio público lo fueran de veras a todos los efectos y los ciudadanos no hubieran de pagar por sus obras, o un precio mínimo, por ejemplo el de coste. No es así, sin embargo, y quienes hacen negocio con Beethoven o Tolstoy nada tienen que ver con ellos, ni de lejos. La cuestión no es fácil, y apuntaba yo entonces que quizá, como compensación por esa expropiación familiar póstuma padecida por los artistas, éstos deberían estar exentos de pagar impuestos.