Gabriel García Márquez.
No moriré del todo
Conrado Zuluaga
Gabriel García Márquez.
No moriré del todo
Conrado Zuluaga
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© 2017, Conrado Zuluaga
© 2017, Luna Libros SAS
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ISBN 978-958-8887-21-0 (impreso)
Diseño de colección: Hugo Ávila
Diseño de cubierta: Hugo Ávila
Ilustración de Gabriel García Márquez: Jorge Ávila
Prohibida la reproducción parcial o total de esta obra
sin permiso expreso de los editores.
Hecho en Colombia - Made in Colombia
Contenido
Mi vocación es la
de prestidigitador
Los únicos hombres éramos
mi abuelo y yo
Los amigos
de Aureliano Babilonia
Caracas-Bogotá,
La Habana-Nueva York
Escribir en Europa
es más barato
¡Y no me jodan más
con ese Nobel!
Las memorias de
un escritor japonés
No moriré del todo.
Horacio, Oda III
Siempre sobrevivirá, en algún lugar de la tierra, un hombre distraído que dedique más tiempo al ensueño que al sueño o al trabajo, y que no tenga otro remedio para no perecer como ser humano que el de inventar y contar historias.
También estamos seguros de que ese hipotético y futuro antisocial encontrará un público afectado por el mismo veneno, que se reúna para rodearlo y escucharlo mentir.
J. C. Onetti
Algunas veces he soñado que cuando llegue el día del Juicio Final y los grandes conquistadores y juristas y hombres de Estado vayan a recibir su recompensa –sus coronas, sus laureles, sus nombres esculpidos indeleblemente en mármol imperecedero–, el Todopoderoso se dirigirá a Pedro y le dirá, no sin cierta envidia cuando nos vea llegar con nuestros libros bajo el brazo: “Mira, estos no necesitan recompensa. No tenemos nada que darles aquí. Han amado la lectura”.
El lector común, Virginia Woolf
Para Mateo y Carolina,
Aurora y Eva
Nota del autor
Los capítulos iniciales de este libro fueron publicados, por primera vez, en Gabriel García Márquez. El vicio incurable de contar (2005), un intento por abordar la trayectoria del escritor a partir de la lectura de su obra durante más de treinta años. Acercamiento que hoy, a tres años de su muerte, era necesario llevar hasta el final, lo cual permitió la revisión y el ajuste de esa primera parte.
Mi vocación es la
de prestidigitador
Los únicos hombres
éramos mi abuelo y yo
Literatosis
Los amigos de
Aureliano Babilonia
Otra vez la yerta capital
Caracas-Bogotá,
La Habana-Nueva York
Al final del Sur
está México
“La cueva de la mafia”
Como reguero de pólvora
Escribir en Europa
es más barato
Una vez más,
América de nuevo
¡Y no me jodan más
con ese Nobel!
No hay rosa sin espinas
Mantener el brazo caliente
“El mejor oficio del mundo”
Las memorias de
un escritor japonés
“He dejado de escribir”
Luto en Macondo
Yo, señor, me llamo Gabriel García Márquez. Lo siento, a mí tampoco me gusta ese nombre, porque es una sarta de lugares comunes que nunca he logrado identificar conmigo. Nací en Aracataca, Colombia. Mi signo es Piscis y mi mujer es Mercedes. Estas son las dos cosas más importantes que me han ocurrido en la vida, porque gracias a ellas, al menos hasta ahora, he logrado sobrevivir escribiendo.
Estas son las primeras líneas de una de las páginas menos populares de las escritas por García Márquez. Tal vez porque no se encuentran en ninguna de sus célebres novelas o de sus reconocidos libros de cuentos, ni siquiera en sus memorias. Se hallan en el libro Retratos y autorretratos (1974), publicado en Buenos Aires, de las fotógrafas Sara Facio y Alicia D’Amico. Los retratos son realizaciones de ellas; los autorretratos, de ellos, de los escritores latinoamericanos muy de moda en ese momento. Algunos recurrieron al silencio, como Juan Rulfo, y la página apareció en blanco; otros, a textos de sus libros, como Octavio Paz; pero varios, entre ellos Juan Carlos Onetti y Gabriel García Márquez, escribieron sus propias y desenfadas semblanzas.
Soy escritor por timidez. Mi verdadera vocación –continúa el hijo del telegrafista de Aracataca– es la de prestidigitador, pero me ofusco tanto tratando de hacer un truco, que he tenido que refugiarme en la soledad de la literatura. Ambas actividades, en todo caso, conducen a lo único que me ha interesado desde niño: que mis amigos me quieran más.
Para aquellos que han seguido de cerca su trayectoria les bastará con recordar algunas de sus reiteradas declaraciones para comprender que el escritor, aunque los autores “mienten todo el tiempo”, en este caso particular dice la verdad. Dibujante en las paredes en el cuarto de la platería, prestidigitador de salón en la niñez, pianista o acordeonero mayor en la adolescencia, vendedor de enciclopedias, poeta, cineasta, contador de cuentos o escritor de fábula, una de sus más firmes motivaciones ha sido siempre esa definida aspiración: que los amigos lo quieran más.
Uno de los episodios que mejor reveló el temperamento del escritor colombiano y que definiría una línea de conducta inquebrantable en su posterior trayectoria pública tuvo lugar en Caracas. El autor llegó a la capital venezolana a finales de agosto de 1968, con el propósito de acompañar a Vargas Llosa en la recepción del premio Rómulo Gallegos. Entre los diversos actos de la programación figuraba una conferencia del escritor colombiano. Su popularidad efervescente –así como la de Cien años de soledad, que en catorce meses ajustaba ya ocho ediciones– había desbordado cualquier previsión. Cuando García Márquez se presentó ante el auditorio, descubrió que no tenía nada que decirle al público que abarrotaba la sala o, peor aún, que lo que había pensado decir ya no lo convencía ni siquiera a él mismo, que desconocía por completo los mecanismos de ese tipo de comparecencias, que a la pregunta más elemental y concreta él contestaba con un cuento que podría extenderse de manera indefinida. Entonces, en su afán por controlar la situación que por momentos se le escapaba de las manos –circunstancia que no volvería a suceder nunca más– invirtió los términos de la relación e interrogó al público que desbordaba el recinto:
[…] les puedo contar, por ejemplo, cómo empecé a escribir. A mí nunca se me había ocurrido que pudiera ser escritor pero, en mis tiempos de estudiante, Eduardo Zalamea Borda, director del suplemento literario de El Espectador, de Bogotá, publicó una nota donde decía que las nuevas generaciones de escritores no merecían nada, que no se veía por ninguna parte un nuevo cuentista ni un nuevo novelista. Y concluía afirmando que a él se le reprochaba porque en su periódico no publicaba sino firmas muy conocidas de escritores viejos y nada de jóvenes en cambio, cuando la verdad –dijo– es que no hay jóvenes que escriban. A mí me salió entonces un sentimiento de solidaridad con mi generación y decidí escribir un cuento, no más para taparle la boca a Eduardo Zalamea Borda que era mi gran amigo, o al menos que después llegó a ser mi gran amigo. Me senté, escribí el cuento, lo mandé a