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San Agustín - El Sermón de la Montaña

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El Sermón de la Montaña: resumen, descripción y anotación

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EL SERMÓN DE LA MONTAÑA San Agustín de Hipona Traductor Carlos Morán OSA - photo 1

EL SERMÓN DE LA MONTAÑA

San Agustín de Hipona

Traductor: Carlos Morán, OSA

LIBRO PRIMERO

Exposición de la primera parte del sermón del Señor en el monte, contenido en el capítulo 5 del evangelio de San Mateo

CAPÍTULO I

Valor cristiano de las bienaventuranzas

1. Si alguno con fe y con seriedad examinara el discurso que Nuestro Señor Jesucristo pronunció en la montaña, como lo leemos en el Evangelio de San Mateo, considero que encontraría la forma definitiva de vida cristiana, en lo que se refiere a una recta moralidad. Y esto no lo decimos a la ligera, sino que lo deducimos de las mismas palabras del Señor; en efecto, de tal manera concluye el sermón, que parece estar presente todo aquello que pertenece a una recta información de la vida cristiana. Pues dice así: Todo aquel que oye estas palabras mías y las lleva a la práctica, lo asemejaré a un hombre sabio que construyó su propia casa sobre roca. Descendió la lluvia, salieron de madre los ríos, soplaron los vientos y dieron con ímpetu sobre aquella casa y no se derrumbó, pues estaba edificada sobre roca. Y todo aquel que oye este discurso y no lo lleva a la práctica, lo comparo con aquella persona necia que construye su casa sobre arena. Descendió la lluvia, se desbordaron los ríos y soplaron los vientos y dieron con ímpetu sobre aquella casa y se derrumbó y su ruina fue grande (Mt 7,24-27). Pero no dijo solo quien escucha mis palabras, sino que añadió: quien escucha estas palabras mías, indicando con estas palabras que pronunció el Señor sobre el monte y que informan de tal manera la vida de aquellos que quieran vivir según ellas, que con toda razón se pueda comparar a aquel que edificó sobre piedra. Queriendo decir con esto que en el discurso aparecen todas las normas que regulan la existencia cristiana. Pero de esto se tratará de forma más amplia en otro lugar.

Simbolismo del monte

2. Comienza así este discurso: Habiendo visto [Jesús] a la multitud, subió al monte. Sentándose se acercaron a él sus discípulos y tomando la palabra les enseñaba diciendo (Mt 5,1-2). Si se preguntara qué significa el monte, se entendería correctamente referido a los preceptos mayores de la justicia, ya que los menores iban los dirigidos a los judíos. Por tanto, un único Dios mediante sus santos profetas y ministros, según una ordenada distribución de los tiempos, dio los preceptos menores al pueblo que era oportuno sujetar todavía con el temor; y por medio de su Hijo, dio los mayores al pueblo, que convenía fuese liberado por la caridad. De esta manera son dados preceptos menores a los más pequeños y mayores a los más grandes y son dados por Aquel que sabe dar al género humano cuidados congruentes, según las necesidades propias de los tiempos. Y no es de extrañar que hayan sido dados por un mismo Dios, que hizo el cielo y la tierra, preceptos mayores por el reino de los cielos y menores por el reino terrenal. De esta justicia mayor se dijo por el profeta: Tu justicia es como los montes de Dios (Sal 35,7). Esto simboliza convenientemente que el único Maestro, el solo idóneo para enseñar tantas verdades, enseña sobre el monte. Además enseña sentado, cosa que pertenece a la dignidad del Maestro. Acércanse a Él sus discípulos con el fin de que, al escuchar sus palabras, estuviesen más cerca con el cuerpo aquellos que se adherían más con el espíritu en el observar los preceptos. Toma la palabra y les enseñaba diciendo (Mt 5,2). La perífrasis con la que dice: y tomando la palabra, quizás quiera decir que el discurso será más largo que otras veces, al menos que, el haber dicho que ahora él ha tomado la palabra, incluya que él mismo preparase a hablar a los profetas en el Antiguo Testamento.

Felices los pobres en el espíritu

3. Pero oigamos a aquel que dice: Felices los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos (Mt 5,3). Leemos que se ha escrito sobre el deseo de los bienes de la tierra: Todo es vanidad y presunción del espíritu (Si 1,14); ahora bien, presunción del espíritu significa arrogancia y soberbia. El común de la gente dice que los soberbios poseen un gran espíritu ciertamente, y es porque también en algunos momentos al viento se le llama espíritu. Por esto, en la Escritura leemos: el fuego, granizo, nieve, hielo, espíritu de tempestad (Sal 148,8). ¿Quién podría ignorar que los soberbios son considerados inflados, como si estuviesen dilatados por el viento? De donde viene aquello del Apóstol: La ciencia hincha, la caridad edifica (1Co 8,2). También por esto en el texto bíblico son significados como pobres en el espíritu los humildes y aquellos que temen a Dios, es decir, los que no poseen un espíritu hinchado. Y no debía comenzar la bienaventuranza de otro modo, dado que debe llegar a conseguir la suma sabiduría. En efecto, el principio de la sabiduría es el temor del Señor (Si 1,16; Sal 110,10), puesto que, por el contrario, está escrito que el principio de todo pecado es la soberbia (Si 10,15). Por consiguiente, los soberbios apetezcan y amen los reinos de la tierra: Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos (Mt 5,3).

CAPÍTULO II

Felices los humildes

4. Felices los humildes, porque poseerán la tierra por herencia (Mt 5,4). Creo que se alude a aquella tierra a la que se refieren los salmos: Tú eres mi esperanza, mi porción en la tierra de los vivientes (Sal 141,6). En efecto, simboliza una cierta solidaridad y estabilidad de la herencia perenne, porque en ella el alma, mediante un buen afecto, reposa como en su propio lugar, de la misma forma que el cuerpo sobre la tierra y de ahí toma su alimento como el cuerpo de la tierra. Ella misma es el descanso y la vida de los santos. Son humildes quienes ceden ante los atropellos de quienes son víctimas y no hacen resistencia a la ofensa, sino que vencen el mal con el bien (Rm 12,21). Litiguen, pues, los soberbios y luchen por los bienes de la tierra y del tiempo; no obstante, felices los humildes, porque tendrán como heredad la tierra (Mt 5,4), aquella de la cual no han podido ser expulsados.

Felices los que lloran

5. Felices los que lloran, porque ellos serán consolados (Mt 5,5). El luto es la tristeza por la pérdida de los seres queridos. Los convertidos a Dios pierden todo aquello a lo que estaban abrazados en este mundo; pues ya no se alegran con las cosas que se alegraban en otro tiempo y, mientras que no se produzca en ellos el amor de los bienes eternos, están doloridos de una cierta tristeza. Serán, pues, consolados por el Espíritu Santo, ya que especialmente por esto se le llama Paráclito, es decir Consolador, a fin de que, dejando las cosas temporales, se gocen en las eternas alegrías.

Felices los hambrientos de virtud

6. Felices los que tienen hambre y sed de la justicia, porque serán saciados (Mt 5,6). Se refiere aquí a los amadores del bien verdadero y eterno. Serán, pues, saciados de aquella comida de la que dijo el Señor: Mi comida es hacer la voluntad de mi Padre (Jn 4,34), que es la justicia, y de aquella agua de la cual quien beba, como Él mismo dice, se convertirá en él en fuente de agua que salta hacia la vida eterna (Jn 4,14).

Felices los misericordiosos

7. Felices los misericordiosos, porque de ellos se hará misericordia (Mt 5,7). Llama felices a los que socorren a los infelices, porque a ellos se les dará como contrapartida el ser librados de la infelicidad.

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