Las batallas de Agustín con el sexo y con su dominante madre, seguidas de su crisis espiritual y de su conversión al cristianismo —contadas con detalle en sus Confesiones— le condujeron por último a hacer su contribución más importante a la filosofía: la fusión de las doctrinas del cristianismo y del neoplatonismo.
Así, no solamente proporcionó al cristianismo un fuerte soporte intelectual, sino que lo enlazó con la tradición griega de la filosofía. De este modo, el cristianismo pudo mantener encendida la llama de la filosofía, si bien débilmente, a través de la Edad Media.
Agustín produjo también importantes ideas filosóficas propias, incluidas teorías del tiempo y del conocimiento subjetivo que anticipaban en muchos siglos la obra de Kant y de Descartes.
En San Agustín en 90 minutos, Paul Strathern presenta un recuento conciso y experto de la vida e ideas de San Agustín, y explica su influencia en la lucha del hombre por comprender su existencia en el mundo. El libro incluye una selección de escritos de San Agustín, una breve lista de lecturas sugeridas para aquellos que deseen profundizar en su pensamiento y cronologías que sitúan a San Agustín en su época y en una sinopsis más amplia de la filosofía.
Paul Strathern
San Agustín en 90 minutos
Filósofos en 90 minutos - 18
ePub r1.1
Titivillus 15.11.15
Título original: St. Augustine in 90 minutes
Paul Strathern, 1997
Traducción: José A. Padilla Villate
Retoque de cubierta: Piolin
Editor digital: Titivillus
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Introducción
La Edad de Oro de la filosofía llegó a su fin con la muerte de Aristóteles el año 322 a. C. Lo que había sido objeto de razonamientos coherentes degeneró en gran medida en actitud o comentario. De lo primero, dos eran las actitudes principales. Corriendo los tiempos que corrían, ninguna de las dos era optimista.
La filosofía estoica fue originada por Zenón de Citio, nacido en Chipre a principios del siglo tercero anterior a Cristo. Zenón fue un capitalista de éxito hasta que perdió todos sus recursos en un naufragio. Se sintió inmediatamente atraído por los cínicos, que pensaban que las posesiones materiales no tenían la menor importancia. Zenón partió de esta actitud para desarrollar su propia filosofía estoica, que recibió su nombre de los stoa (columnas) de la arcada de Atenas donde enseñaba. Zenón adoptó la actitud estoica frente a la vida. Afirmaba que los hombres se dividen en dos categorías. El primer grupo (todos los estoicos) consistía en los sabios, indiferentes a todo excepto a su propia sabiduría. El resto eran los tontos.
La sabiduría consistía para los estoicos en renunciar a las pasiones y llevar una vida de virtud, lo que implicaba el control de sí mismo, la fortaleza frente a la adversidad y la conducta justa.
La filosofía estoica se desarrolló durante siglos y llegó a estar en boga en Roma, especialmente entre los miembros desilusionados de las capas altas, que tenían que soportar los caprichos de emperadores recalcitrantes. El dramaturgo Séneca trató incluso de enseñar el estoicismo a Nerón, pero el emperador demostró no tener el temperamento adecuado para esta filosofía.
Finalmente; en el segundo siglo d. C., el estoicismo fue adoptado por el emperador Marco Aurelio; que escribió una serie de meditaciones bastante pomposas y banales durante sus largas campañas contra los bárbaros transdanubianos.
Otras posturas filosóficas similares dieron origen a los cínicos, antes mencionados; y a los escépticos; que pensaban que no sabían nada, pero que no veían ninguna contradicción en enseñar esto.
Pero la tendencia más importante después de la de los estoicos fue la iniciada por Epicuro, que nació a mediados del siglo IV a. C., probablemente en Samos. Epicuro se estableció en Atenas y fundó una comunidad que vivía en su huerto y seguía su filosofía; opuesta al estoicismo en muchos aspectos y conocida como epicureísmo. Los estoicos renunciaban a los placeres y los epicúreos estaban por la buena vida. Pero el propio Epicuro pensaba que la buena vida consistía en la sencillez extrema; en vivir a pan y agua, con quizá un poco de queso los días de fiesta. Su objetivo (y el de su filosofía al principio) era el de alcanzar una vida libre de todo sufrimiento. El sexo, la bebida, las ambiciones de todo tipo —en suma, la gran vida— traían como resultado resacas y decepciones, el sufrimiento, en suma, y lo mejor era evitar sus causas. Los romanos, poco proclives a tales finezas filosóficas, abrazaron ávidamente el epicureísmo, pero con sus propias ideas acerca de lo que es la gran vida, que comprendía muchísimo más que pan y agua. De este modo se corrompió el epicureísmo, adquiriendo la connotación de permisividad egoísta que mantiene hasta el día de hoy.
Casi todos los demás filósofos de este periodo se concentraban en la obra de sus grandes predecesores y su actividad consistía principalmente en comentarlos, analizarlos y reelaborarlos, y en la sofistería. Los más destacados de entre estos nada originales filósofos eran los seguidores de Pitágoras y Platón. El más grande de estos últimos fue Plotino, que desarrolló la tendencia religiosa del platonismo, incorporando diversos rasgos místicos. Al final, su filosofía apenas podía ser reconocida como platonismo, por lo que se la denominó neoplatonismo.
El acontecimiento intelectual más importante de los primeros siglos después de Cristo fue la difusión del cristianismo. Éste sirvió de barrera a todo desarrollo filosófico serio hasta la llegada de Agustín.
Vida y obra
“Fui a Cartago, donde terminé en un bullente caldero de lascivia. En un frenesí de lujuria hice cosas abominables; me sumergí en fétida depravación hasta hartarme de placeres infernales. Los apetitos carnales, como un pantano burbujeante, y el sexo viril manando dentro de mí rezumaban vapores…”. San Agustín era un maníaco sexual, o eso es lo que pretende hacernos creer. Se castiga página tras página de sus famosas Confesiones por ser “el más vil esclavo de las bajas pasiones” y por recrearse en “la basura de la impudicia, el negro río infernal de la lujuria”. Pero el lector expectante pasa las páginas con decepción creciente en busca de ejemplos reales de esta lascivia enloquecida, de modo que no se sabe qué hacía Agustín exactamente en los suntuosos nidos de vicio de Cartago. Mi conjetura es que no era mucho más que las acostumbradas aventuras de estudiantes.
Pero no se puede negar que Agustín tenía un problema con el sexo. Tenía un impulso sexual fuerte y probablemente disfrutó de él cuando lo ejercitó. Pero, a la vez, su mente deseaba fuertemente la castidad. Unas cuantas sesiones con un psicoanalista comprensivo habrían, posiblemente, desarmado el problema, pero eso habría privado a la filosofía de su exponente más grande durante casi más de un milenio y medio. Cuando Agustín aparece en escena han pasado seiscientos años desde la muerte de Aristóteles; al morir Agustín faltaban casi ochocientos años para la aparición de Tomás de Aquino.
Agustín nació el año 354 d. C. en la pequeña ciudad de Tagaste, en la provincia romana de Numidia (ahora Souk Ahras, en el hinterland nororiental de Argelia). Parece ser que sus padres fueron una pareja de clase media, bastante borrachines los dos. Su padre, muy bebedor, llegó a mostrar síntomas alcohólicos de desintegración emocional, en forma de una persecución obsesiva de las mujeres y de accesos violentos, después de lo cual la madre de Agustín, Mónica, abjuró del demonio de la bebida y transformó sus frustraciones y desilusiones en ambiciones para su hijo.
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