San Agustín De Hipona - Sobre la música
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- Libro:Sobre la música
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:0387
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Sobre la música: resumen, descripción y anotación
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Qué diferencia hay entre ritmo y metro
M. — Esta tercera charla pide que, una vez que se ha hablado suficientemente sobre esa especie de amistad y concordia entre los pies, veamos qué se genera a partir del entrelazamiento y flujo continuo de éstos. Por ello primero te pregunto si pueden los pies acoplados entre sí (los que procede que se acoplen) crear una especie de «número» perpetuo, donde ningún final concreto, de ningún modo podrías allí marcar hasta dónde avanza en su carrera el encadenamiento de pies y desde dónde vuelve de nuevo a la cabeza. Como si tú quisieras que cien o más (hasta que te plazca) pirriquios u otros pies, que son amigos entre sí, discurran en continuado encadenamiento.
D. — Ya entiendo, y concedo que se puede dar un tipo de encadenamiento de pies en el que se haya concretado hasta cuántos pies hay que avanzar y desde allí retornar.
M. — ¿Acaso dudas de que lo hay de este género, cuando no niegas que hay una disciplina [disciplina] concreta de hacer versos y además tú, que has confesado que los versos siempre los has oído con placer?
D. — Es manifiesto no sólo que existe este género, sino también que es algo aparte de aquél de más arriba.
M. — Entonces, puesto que conviene que se distingan también con los vocablos las cosas que en la realidad son distintas entre sí». Pero, como estos nombres entre nosotros tienen una amplia extensión, y se debe tener cuidado de no hablar con ambigüedad, para mayor precisión hacemos uso de los griegos.
Ves, sin embargo, según opino, qué corcectamente uno y otro nombre fueron impuestos a estas cosas. En efecto, como aquél rueda adelante a base de unos pies concretos y el fallo en él es si se mezclaran pies disonantes, corcectamente fue llamado «ritmo», esto es «número»; pero, como ese mismo rodar adelante no tiene un «modo.
Por cierto, el nombre «ritmo» en la música tiene una extensión tan amplia que toda esta parte de ella que atañe a lo de largo tiempo y no largo tiempo, es denominada ritmo. Pero en el nombre, cuando la cosa es evidente, les pareció bien a doctos y sabios que no hay que poner demasiado empeño. ¿O piensas decir algo en contra o dudar sobre lo que por mi parte ha quedado dicho?
D. — Al contrario, asiento por completo.
Si acaso todo metro es también verso
2. 3 M. — Ahora, entonces, considera conmigo aquello de si, tal como todo verso es metro, así todo metro es también verso.
D. — Considerándolo estoy, desde luego, pero no encuentro qué responder.
M. —¿De dónde crees que te ha sucedido eso? ¿Acaso porque es una cuestión de vocablos? En efecto, cuando se nos pregunta, no podemos responder sobre los nombres del mismo modo que sobre las cosas que atañen a esta disciplina; por aquello de que las cosas están en común implantadas en las mentes de todos; los nombres, en cambio, fueron impuestos según pareció bien a cada uno, y su valor se apoya sobre todo en la autoridad y la costumbre; de ahí que es posible incluso que haya diversidad de lenguas; de cosas, en cambio, constituidas como están sobre la propia verdad, no es, por supuesto, posible.
Cuánto dista el verso del metro
Toma, por tanto, de mí lo que tú por ti mismo de ningún modo podrías responder: los antiguos no llamaron «metro» sólo al verso.
D. — No comprendo.
M. — Atiende, entonces, a estos ejemplos:
Ite igitur, Camenae
Fonticolae puellae,
Quae canitis sub antris
Mellifluos sonores.
Quae lavitis capillum
Purpureum Hippocrene
Fonte, ubi fusus olim
Spumea lavit almus
Ora iubis aquosis
Pegasus, in nintentem
Pervolaturus aethram.
Distingues, por supuesto, que los cinco versillos primeros tienen una parte de la oración que termina en el mismo lugar, esto es, en el pie coriambo, al que se junta luego un baquio para completar el versillo (efectivamente estos once constan de los pies coriambo y baquio); que, en cambio, los restantes, excepto uno, a saber. Ora iubis aquosis, no tienen en el mismo lugar terminación de una parte de la oración.
D. — Lo distingo, desde luego, pero no veo a qué conduce.
M. — A esto, puede verse, a que entiendas que este metro no tiene un lugar, por así decirlo, impuesto por ley, donde, antes de final de verso, finalice una parte de la oración, pues, si así fuera, todos en idéntico lugar tendrían esta articulación; o, en todo caso, muy rara vez entre ellos se encontraría uno que no la tuviera. Ahora, en realidad, siendo once, seis son así, cinco no son así.
D. —También esto lo percibo, y todavía espero a dónde tiende el razonamiento.
M. — Atiende, entonces, también a éstas (palabras) más que divulgadas: Arma virumque cano, Troiae qui primus ab oris. Pues estos versos constan de pies de cuatro tiempos cada uno; por lo cual ese final en cuestión de una parte de la oración, como por ley, se halla tras el décimo tiempo.
D. — Es manifiesto.
El verso consta de dos miembros conjuntados a base de una medida concreta
M. — Ya comprendes, entonces, que entre aquellos dos géneros, que antes de estos ejemplos yo había propuesto de antemano, no deja de haber distancia, a saber, que un metro antes de que se cierre, no tiene articulación alguna concreta y establecida, tal como hemos verificado en aquellos once versillos; otro, en cambio, la tiene, tal como en el metro heroico el quinto semipié sobradamente indica.
D. — Ahora sí está claro lo que dices.
M. — Con todo, es preciso que sepas que por parte de los antiguos doctos, en los que hay una gran autoridad, aquel primer género no fue llamado «verso», sino que fue definido y denominado «verso» éste que consta como de dos miembros, conjuntados a base de una medida y una razón precisas.
Pero tú no te apures mucho por el nombre, porque, a no ser que por mi parte o por la de otro cualquiera te fuera indicado, de ningún modo, de ser interrogado sobre él, podrías responder. Sino que a lo que la razón enseña, hacia ello principalmente y sobre todo tensa tu espíritu, como es esto mismo que ahora tratamos: la razón, en efecto, enseña que entre estos dos géneros hay alguna distancia, cualesquiera que sean los vocablos con que se los denomine. Y así esto, de ser interrogado, bien podrías decirlo, confiado en la propia verdad; aquello, en cambio, si no es siguiendo a la autoridad, no podrías.
D. — Abiertamente por completo he llegado a conocer esas cosas; y cuánto peso le das a esto, sobre lo que con tanta frecuencia me amonestas, ya lo estoy apreciando.
M. — Estos tres nombres, entonces, de los que por mor de la disertación tendremos necesariamente que servirnos, quisiera que los encomendaras a la memoria: ritmo, metro, verso. Nombres que se distinguen, de modo que todo metro también es ritmo, pero no todo ritmo es también metro. Asimismo todo verso también es metro, pero no todo metro es también verso. Por tanto, todo verso es ritmo y metro; pues esto, a mi juicio, ves que es consecuente.
D. — Lo veo, de veras, pues está más claro que la luz.
3. 5 M. — Antes, entonces, si te place, en la medida en que podemos, disertemos sobre el ritmo en el que no hay ningún metro, después sobre el metro donde no hay verso, finalmente sobre el propio verso.
D. — Me place, de verdad.
A partir de los pirriquios se emprende la trama
M. — Cógete, entonces, desde la misma cabeza unos pies pirriquios y a base de ellos entrelaza un ritmo.
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