Agustín Fonseca - El rompecocos
Aquí puedes leer online Agustín Fonseca - El rompecocos texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 1994, Editor: ePubLibre, Género: Niños. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:
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- Libro:El rompecocos
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1994
- Índice:4 / 5
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El rompecocos: resumen, descripción y anotación
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El rompecocos — leer online gratis el libro completo
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¿Te gustan los desafíos? ¿Te hierven las neuronas? ¿Quieres emociones fuertes? Agustín Fonseca, autor de El juego más difícil del verano, que publica el diario El País, y colaborador de Muy Interesante, ha creado un libro-juego endemoniadamente complicado, a la vez que divertido y distinto a cualquier otro, que te dará mucho que pensar.
Al hilo de las locuras que cometen Alberto y sus amigos —los protagonistas— en su primer años de universidad, tropezarás con una larga serie de enigmas que deberás resolver. Pero ¡ojo!, cuando te desanimes, cuando veas que tus neuronas patinan y se recalientas, no pienses que vas a encontrar las soluciones en la última página: eso sería ponértelo demasiado fácil, querido amigo. Las soluciones están, sí, pero deberás adivinar dónde; y cuando las hayas descubierto, además, tendrás que descifrarlas. Retorcido, muy retorcido ¿verdad?
Acepta el reto: demuéstrate a ti mismo de qué eres capaz.
Agustín Fonseca
ePub r1.0
jandepora 14.11.14
Agustín Fonseca, 1994
Ilustraciones: Agustín Fonseca García
Diseño de cubierta: Rudesindo de la Fuente
Editor digital: jandepora
ePub base r1.2
A Encarna
Alberto es un muchacho de pelo castaño y revuelto, de mejillas sonrosadas, con una frente amplia como una cornisa, travieso y sonriente.
El verano ha terminado, el COU y la selectividad pasaron y ahora hay que empezar con la facultad.
Hoy es el primer día de clase. Alberto está encantado pensando en todo lo que le espera: sus compañeros nuevos, la posibilidad de echarse novia. Sin embargo, piensa sobre todo en sacar punta a cualquier cosa que le pueda ocurrir, hasta que la punta afilada sea larga, bien larga.
Hoy, muy tempranito, Alberto camina hacia la facultad y se anima cada vez más. No tarda en encontrarse con su mejor amigo, Iñaki, que también comienza la carrera este año.
Iñaki es alto y corpulento, con los ojos grandes como los de un pez recién sacado del agua. Suele llevar los pantalones caídos y es muy observador y prudente (hasta que comienza a beber cerveza).
—¡Qué pasa, tronko! —saluda afable Alberto.
—He visto pasar un montón de gente —dice Iñaki señalando la calle llena de jóvenes dirigiéndose a la facultad—, con sus carpetas llenas de apuntes y los ojos de legañas.
—¡Seguro que nos lo vamos a pasar dabuten!
Alberto e Iñaki andaban haciendo la primera visita a lo que sería su cuartel general durante todo el curso: el bareto de la facultad. Allí empezaron a familiarizarse con muchas de las caras que a partir de ese momento les acompañarían.
En primer lugar vieron a Emiliano, el bedel, que pasaba bastante del uniforme y llevaba un mono azul del que prendía un pequeño transistor.
—Menuda pieza tiene que estar hecho éste —le dijo Iñaki a Alberto señalando con discreción.
Mientras los dos amigos comentaban las incidencias de la primera clase, vieron aparecer a un grupo de pijos, con camisa de rayas y pelo engominado, que se dirigían hacia la barra.
—De esos panolis, los dos que destacan son de nuestra clase. Uno se llama Yago y el otro Borja. ¡Qué tíos más repelentes! —dijo Alberto a Iñaki soltando una pequeña carcajada.
Mientras las enormes bocas de nuestros dos amigos terminaban de triturar los respectivos bocatas de panceta, toda la fauna de ese curso se iba juntando en el bareto, desde los más greñudos a los más finos. Como el que no quiere la cosa, todos se fueron concentrando en un único grupo. Entre botellines y risas andaban cuando, de pronto, entró al bar una tía maciza, que con su sola presencia hizo a todos los contertulios masculinos quedar sin habla. Se llamaba Yvonne.
La rubita, de ojos azules, se fue acercando a la barra y, en lo que pedía tímidamente un café con leche, se le acercó el tal Borja y le dijo:
—¡Hola, monina! Yo me llamo Borja, pero puedes llamarme Borjita. ¿Tú quién eres?
—Yo me llamo Yvonne y he venido a pasar aquí este curso con una beca del programa Erasmus —respondió ella algo sonrojada.
—Oye, pues hablas muy bien el español. ¿De dónde eres? —le preguntó Alberto adelantándose a todos sus rivales.
—Soy de Bruselas y he aprendido español veraneando todos los años en Torrevieja.
—¡¡¡Increeíííble!!! —respondieron todos a la vez.
El bombardeo de preguntas se fue convirtiendo, paso a paso, en un interrogatorio de tercer grado del que la incauta muchacha salió algo noqueada. Cuando llegó la hora de entrar a la clase siguiente, a más de la mitad de los presentes se les había puesto un brillo especial en los ojillos, como de «enamoramiento».
«¡Qué pedazo de jaca!», «¡¡De bandera!!», «¡Pero habéis visto qué ojazos!», eran algunas de las frases que se escuchaban escaleras arriba. Estaba claro que a partir de ahora se iban a dedicar muchos esfuerzos a llamar la atención de la nueva becaria.
Una semana más tarde, pasada la furia de los primeros días, Alberto entró en la biblioteca de la facultad, que en ese momento se encontraba prácticamente desierta. No tenía mucho que hacer y había pensado en pasar un rato leyendo alguna revista u hojeando algún libro. Se dirigía hacia el mostrador de las últimas publicaciones recibidas, cuando, de pronto, divisó a lo lejos, en una mesa apartada, a la mismísima Yvonne. Con gran sigilo se acercó a ella y, adoptando la más cínica de las sonrisas, le preguntó en voz baja qué estaba haciendo.
—Estoy leyendo un libro que habla de las excelencias del año 1992. ¿Tú fuiste a la Expo? —respondió ella mientras sonreía ignorante de su destino.
Alberto puso cara de póquer y, en un tono solemne, comenzó un improvisado discurso.
—Mira, Yvonne: yo tengo un criterio propio sobre lo que fue todo ese mamoneo. No me dejo alienar por tres atracciones de feria y cuatro chuminadas más, aunque tengo claro que para la mayoría es muy posible que en los años siguientes no sabrán ni dónde tienen la cabeza, pero en ese año todo les parecía maravilloso.
Por la cara que ponía Yvonne no parecía que el tema le interesara mucho, pues continuó pasando las hojas sin prestarle demasiada atención. De pronto, la muchacha descubrió una foto que le llamó la atención y, para cortar un poco con la violencia que había en el ambiente, le dijo al presunto galán:
—¡Mira, Alberto!, seguro que la foto de este cuadro hace referencia a una historia interesante.
Efectivamente, allí se encontraba una bonita historia sobre una famosa batalla.
—Tienes razón, Yvonne. Muchos saben de qué se trata, pero muchos no sabrán en qué año ocurrió —dijo Alberto retando con la mirada a su amiga.
—¡Pues vamos a consultar el diccionario! —respondió ella.
Alberto continuaba con ganas de tirarse el rollo, de modo que le propuso lo siguiente:
—¡Mejor te voy a dar unas pistas que te ayudarán a encontrar la solución y así nos divertiremos! —dijo mientras cerraba el libro.
—D siglos después, el AF de 51451916 de RGA, se inauguró la presa de 12022114. Si sumas los dígitos que componen el año obtendrás como número áureo el 5 —sentenció Alberto con una mueca de sabiduría.
Yvonne se quedó con la boca abierta y Alberto aprovechó la ocasión para deslumbrarla de nuevo.
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