ANEXO 1
INFORME RESERVADO DEL TENIENTE CIUTAT DEL ESTADO MAYOR DE LA «COLUMNA TOLEDO»
La muerte del Alférez de Art. D. Mercedes Duran fue producida por las propias Milicias de la Fábrica de Armas que acudieron a la Bía., indignados por el tiro de las piezas, que les había causado tres bajas y había estado a punto de provocar la explosión del polvorín.
Los detalles externos fomentaron la duda y la sospecha entre aquellas Milicias, pues había sido el citado Oficial advertido por los Sargentos de que el tiro resultaba largo, y mandó, no obstante, aumentar el ángulo de tiro, cayendo entonces las dos descargas de Bía. en la citada fábrica.
En la impresión recogida por el que informa que el citado Oficial, procedente de la antigua E. R., y con muy escasos conocimientos de tiro, no supo dirigir el fuego de su Bía., que emplazada a unos dos mil (2000) metros del Alcázar, en los Alijares, podría haber efectuado un tiro directo de verdadera precisión. No creo en mala fe, si bien las circunstancias del caso, unidas a las sospechas que había levantado el citado Oficial desde su incorporación días atrás, favorecieron la admisión de la especie que se trataba de una traición, y con ello el desenlace tan lamentable.
No ha sido posible localizar al autor o autores de la muerte, y los responsables políticos de todas las Milicias reprueban el acto que fue cometido fuera de su control.
Este hecho no representa, desde luego, estado alguno pasional; es completamente fortuito, y para imposibilitar todo acto semejante las propias Milicias se han impuesto la obligación de dar la protección de las Bías. en lo sucesivo.
ANEXO 2
EL COMANDANTE ROJO
Declaración del general Moscardó (causa general)
Llevado a mi presencia, ordené le quitasen la venda; me saludó, no dándole yo la mano, observando una actitud fría y correctamente militar, y me pidió estuvieran delante los compañeros que le habían conducido, a lo que accedí, como asimismo que entrasen también mis ayudantes, poco más de mediada la entrevista. Me dijo que traía las condiciones de rendición que imponía el Comité de Defensa de Toledo, las que me entregó por escrito, y en ellas decían que se respetarían las vidas de todos y que saldrían por grupos a cinco, primero mujeres, niños, ancianos, enfermos y heridos, soldados y guardias civiles, los que irían depositando su armamento en sitio determinado, y el último punto en que decía que los Jefes y Oficiales saldrían del mismo modo y que, según la participación que hubieren tenido en el Movimiento, serían juzgados por los Tribunales populares. Por escrito rechacé las condiciones, manifestando que nunca sentía más honor que al mandar la guarnición del Alcázar y que me comprometía a mantener, con la defensa del edificio, el honor de España y que nunca nos rendiríamos, prefiriendo antes morir. Después, en plan particular, se le hicieron varias preguntas, a las que contestó, pero no de una manera categórica y, por tanto, no satisfacieron. Lo que más interesaba era, naturalmente, saber dónde estaba la boca de la mina, con objeto de hacer una salida, ocuparla y destruirla, pues ya se habían hecho dos y por desorientación no se pudo encontrar y, por el contrario, el enemigo, apercibido de nuestras intenciones, había redoblado su vigilancia y reforzado sus servicios; contestó que él no había visto la mina y que sólo oyó comentar a los rojos que en nuestras salidas habíamos logrado llegar muy cerca de ella. Le pregunté también sobre la marcha de nuestras columnas de Sur y Norte, y contestó que marchaban bien, pero con mucha lentitud, en especial la columna del General Mola, y que el enemigo escaseaba muchísimo de municiones. Algún compañero le indicó que por qué no se quedaba en el Alcázar, contestando que tenía mujer e hijos en Madrid y si no volvía se los matarían, objetándole los allí presentes que casi todos tenían sus familias en Toledo y no dudaron nunca cuál era su puesto, tratándose de salvar el honor de la Patria; se notó no tenía intención de quedarse, por lo que no se le insistió más sobre el particular. Se le hicieron algunas preguntas y encargos de carácter particular, y como llegase el final del armisticio concedido se le vendaron los ojos, y con las mismas formalidades y conducido por los mismos compañeros salió del Alcázar por la puerta de Carros, diciendo visiblemente emocionado a los que le acompañaban al despedirse de ellos: «¡Que tengáis mucha suerte! y ¡viva España!».
ANEXO 3
EL CANÓNIGO VÁZQUEZ CAMARASA
Declaración del general Moscardó (causa general)
… el Padre Vázquez Camarasa, el cual se presentó vestido correctamente de paisano, llevando en una mano el Crucifijo; se le marcó desde las ventanas el camino a seguir hasta la puerta de Carros al despacho mío, donde le recibí en unión de mis ayudantes y varios Jefes y Oficiales. Le pedimos detalles sobre la situación de Madrid, contestando era casi normal, pues aunque había colas eran pequeñas y, por tanto, poco duraderas; que las Iglesias estaban precintadas y respetadas y que a él le saquearon su casa, pero que al día siguiente, sin hacer ninguna gestión, le devolvieron todo y le pusieron en su domicilio un cartel con la inscripción «Protegido por la CNT», y que a él los milicianos que le acompañaron le trataron con todo respeto, aun sabiendo su calidad de sacerdote. Me preguntó, así como distraído o sin darse cuenta de la trascendencia de la pregunta, que cuántos éramos dentro del Alcázar, contestándole que, con los debidos respetos a su condición sacerdotal, no podía, a lo que él, con grandes aspavientos, como dándose entonces cuenta de la indiscreción que suponía su pregunta, pidió perdón por estar distraído. Seguidamente celebró el Santo Sacrificio de la Misa, dirigiendo unas palabras a todos, hablando de la gloria que nos alcanzaría, pero referida a la celestial y no a la terrena, pues su convencimiento absoluto era que sucumbiríamos. Por la imposibilidad absoluta de confesar a todos dio la absolución general, momento de emoción inenarrable, y dio la Sagrada Comunión, con los pedazos de las Formas que guardaban las Hermanas de la Caridad del Alcázar, a mí, a mis Ayudantes, a algunos Jefes y Oficiales, Hermanas de la Caridad y a algunas señoras y, a continuación, en procesión magnífica de fervor y patriotismo, se llevó el Santísimo a la enfermería a los heridos graves, desarrollándose escenas de un patriotismo exaltado e imposible de describir. Una vez terminada su misión espiritual, volvimos al despacho y entre otras cosas, que comprendía nuestra actitud defendiéndonos de los ataques de los de fuera; pero que no comprendía por qué las mujeres y los inocentes niños, ajenos a toda culpa, tenían que soportar los riesgos y privaciones del asedio, y al comprender claramente su intención de atacar a mi conciencia por este hecho y ver si así se podía poner en libertad a mujeres y niños (objetivo que le llevaba, como misión principal, al Alcázar), mandé llamar a una mujer, la que habló en nombre de todas, diciéndole que se encontraban muy bien entre caballeros y defendidas por éstos y que la suerte de ellas estaba unida a la de ellos, fuese cual fuese la solución del asedio; y ante estas rotundas y valientes declaraciones tuvo que convencerse que por este lado no sacaría ningún provecho.
ANEXO 4
Extracto del capítulo «Los cadetes del Alcázar de Toledo. ¿Mito o epopeya?».
Así fue. Enigmas de la guerra civil española.
Autor: José Luis Vila-San-Juan, Ediciones Nauta, Barcelona, 1971.
1. La epopeya del Alcázar fue verdad.
La epopeya del Alcázar de Toledo ha sido no sólo puesta en duda sino incluso clasificada como fraude histórico. De ello se encargaron el general exiliado Asensio Torrado, el pintor Luis Quintanilla, el periodista Herbert Matthews y los historiadores H. Ruttledge-Southworth y Antonio Vilanova Fuentes.
2. La primera versión.