Alfoxden. El jardín imita a la primavera y se alegra de flores. El púrpura de la hepática estrellada se esparce incluso en las zonas de sol, y los racimos de las campanillas de invierno levantan sus cabecitas blancas, ribeteadas de verde, siguiendo el mismo movimiento que los capullos de rosa cuando se abren, y después los bajan, inclinando despacio sus delgados tallos. Los bosques están de un marrón invariable, y la luz atraviesa la fina red que forman sus ramas superiores. En la cresta más alta de la montaña redondeada, los troncos de los robles que allí han arraigado lucen al sol como las columnas de un templo en ruinas.
21. Dimos un paseo hasta la cima de una montaña. Descansamos bajo los abetos del bosque. Las copas de las hayas son de un marrón rojizo. Los robles, avivados por la brisa marina, agitan unas hojas que parecen plumas gruesas del mismo color verde que los líquenes marinos. Es la única parte del bosque que no se ha despojado de sus hojas. Vi agrupaciones de musgo más espesas que las bellotas que rebosan de las copas de las hadas.
22. Caminata a través del bosque hacia Holford. La hiedra se retuerce alrededor de los robles como una serpiente elástica. El día es frío, encontramos un refugio cálido entre los acebos y nos entregamos caprichosamente a recoger bayas. Indagar: ¿las flores masculinas y las femeninas brotan en árboles distintos?
23. El sol salió a las tres y nos ofreció una luz muy brillante. Mar en calma, perfectamente azul, apenas veteado por el reflejo de las nubes y el color más profundo que le dan las lenguas de arena. Durante el camino de vuelta el mar se volvió de un rojo sombrío. El sol se está poniendo. Luna creciente, entre Júpiter y Venus. El mar se oía con toda claridad desde la cima de las montañas; en verano nunca llegamos a oírlo. Lo atribuimos en parte a la desnudez de los árboles, pero también al silencio de los pájaros, a la ausencia de insectos que zumban, al ruido apenas perceptible que hace en verano todo lo que vive en el aire. Los pueblos envueltos en hermosas sábanas de niebla. El césped desvaneciéndose en el camino que atraviesa la montaña. Las flores rojas del musgo.
24. De caminata entre las tres y media y las cinco y media. La noche resultó ser fría y clara. El mar está sobrio y gris, con franjas de color más intenso allí donde las nubes proyectan su sombra. Nos llega el sonido medio muerto de los cencerros de las ovejas, viene del llano que se abre bajo la pendiente de la ladera, exquisitamente amortiguado.
25. Después de tomar el té fuimos a casa del señor Poole. El cielo se extendía como una nube continua, blanqueado por una luna cuya forma tenue alcanzamos a ver pese a que su luz no era lo bastante intensa para disipar las sombras del suelo. La nube se escindió en dos y se formó en el centro del cielo una bóveda negra, azulada. La luna navegó por esta bóveda seguida por una multitud de estrellas pequeñas, brillantes, nítidas. Su brillo parecía concentrado (media luna).
26. Dimos un paseo hasta la cima de las montañas, subimos por los senderos que recorren las ovejas hasta que llegamos a una gran hondonada. Nos sentamos bajo el sol. Nos llegaba el sonido distante de los cencerros de las ovejas, de la corriente del agua, y vimos al leñador en el camino, avanzando sinuosamente sobre su poni cargado, imaginé el vello lanoso del animal todavía salpicado de gotas de rocío. El mar azul y gris, sombreado por enormes masas de nubes blancas. Las ovejas brillan bajo la luz del sol. Volvimos a través del bosque. Los árboles que lo bordean se han visto más expuestos a la acción de la brisa marina, y las ramas superiores están casi deshojadas, se ven más rígidas y erectas, como esqueletos negros. Las bayas rojas del acebo salpican todo el suelo. Nuestra idea era llegar antes de las dos, pero volvimos después de las cuatro.
27. Dimos un paseo desde las siete hasta las ocho y media. La noche fue poco interesante, solo una vez, mientras atravesábamos el bosque, la luna rompió el velo invisible que la envolvía, las sombras y las siluetas de los robles ennegrecidos se volvieron más marcadas. Las hojas marchitas parecían pintadas de un amarillo más profundo, y un brillo intenso manchó las encinas. Cielo raso, apenas se aprecia una nube blanca. El murmullo que nos llega de la aldea parece un aullido.
28. Paseo solitario hasta el molino.
29. Día muy tormentoso. William se acercó a la cima de la montaña para ver el mar. No se veía nada, todo estaba cubierto por una negrura densa. Se fijó en la rama partida de un abeto.
30. William me llamó desde el jardín para enseñarme un aspecto singular de la luna. Se dibujaba un arcoíris perfecto, el semicírculo no tardó en convertirse en un círculo completo, y pasados tres o cuatro minutos el conjunto entero se desvaneció. Después William fue a la herrería y pasó también por la panadería. La noche no tuvo el menor interés.
31. A las cinco de la mañana salimos hacia Stowey. Tormenta violenta en el bosque, nos refugiamos bajo las encinas. Cuando salimos de casa la luna estaba inmensa y grandes nubes flotaban esparcidas por el cielo. Las nubes no tardaron en cernirse sobre el espacio que ocupaba la luna, sin llegar a ocultarla. Oímos el sonido de la lluvia y nos sorprendieron ráfagas de viento, muy fuertes. Salimos del bosque cuando de la lluvia apenas quedaban algunas gotas dispersas, arrastradas por el viento. Ahora el cielo está completamente sereno, Venus apareció primero, forcejeando con las nubes, después apareció Júpiter. En las ramas de los setos, negras y puntiagudas, brillaban los diamantes de millones de gotas. Sobre las encinas más grandes relucían manchas de luz. El camino que conduce a Holford desprendía reflejos como una corriente de agua. Mientras volvíamos vimos cómo se formaba una tormenta de viento, lluvia y granizo sobre el castillo de Comfort. Todo el cielo parecía condenado a un movimiento perpetuo que solo se amansó al cesar la lluvia. La luna apareció medio velada, después se retiró detrás de nubes densas, las estrellas todavía se movían, los caminos estaban muy sucios.
1 de febrero. Unas dos horas antes de la cena nos dirigimos a casa del señor Bartholemew. El viento soplaba tan fuerte que nos sentimos impelidos a buscar cobijo en el bosque. Allí encontramos un refugio cálido, detrás de un montón de grandes ramas podridas que el viento había derribado el día anterior. El sol brillaba con fuerza, pero una densa negrura colgaba sobre el mar. Los árboles casi rugían, y el suelo parecía moverse por la cantidad de hojas que danzaban, y que hacían un ruido crujiente, distinto al de los árboles. Los burros seguían pastando entre la quietud de los acebos, ajenos a los prolegómenos de la tormenta. El viento nos golpeó con furia a la vuelta. Luna llena. Se elevó con una insólita majestad sobre el mar, y ascendió muy despacio entre las nubes. Estuve una hora a la luz de la luna junto a una ventana abierta.
2. Paseo a través del bosque y, justo antes de comer, por los prados. El aire era cálido y agradable. El sol brillaba, pero a menudo quedaba oscurecido por las nubes. Los petirrojos cantaban sin descanso en el interior del bosque. La rosa de los vientos estaba muy alta al atardecer. La sala estaba llena de humo, por lo que nos vimos obligados a dejar de fumar. En Coombe vimos corderos muy jóvenes en un pasto verde, patas gruesas, grandes cabezas, ojos negros de mirada fija.
3. Mañana muy suave, desayunamos con las ventanas abiertas, los petirrojos cantaban en el jardín. Dimos un paseo con Coleridge por las montañas. Al principio el mar estaba oscurecido por la niebla, formaba una masa muy densa que llegaba hasta la orilla. Las islas habían quedado reducidas a un punto de tierra en la lejanía. Sobre la orilla más distante (que era de un denso color púrpura bajo el aire claro) colgaban poderosas nubes; las más lejanas eran oscuras y parecían estarse quietas, mientras que las que estaban más cerca se desplazaban a gran velocidad, impulsadas por ráfagas de un viento que soplaba más bajo. Nunca había visto tanta armonía entre la tierra, el cielo y el mar. A la altura de nuestros pies el reflejo de las nubes se extendía sobre la superficie del agua, y en el horizonte casi parecía tocar las nubes del cielo. Los troncos de los árboles reposaban en el boque, en una quietud perfecta. Los petirrojos cantaban entre las ramas sin hojas. De todas las ovejas que había en el campo, que eran muchas, solo una estaba de pie. Volvimos a las cinco para comer. A las nueve la luna estaba quieta y cálida como si la noche fuese de verano.
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