Posee una nobleza atávica, que a veces es difícil
comprender (…) Es una libertad que le permite elevarse
por encima de todo y de todos. Esto, claro está,
es un poco trágico y, de hecho, casi sobrenatural.
Comentario de Adam von Trott zu Solz
sobre Missie en una carta a su esposa Clarita
Hay veces en que la locura lo domina todo
y es entonces cuando caen las mejores cabezas.
ALBRECHT HAUSHOFER
Sonetos de Moab. Compañeros
DE ENERO A DICIEMBRE DE 1940
SCHLOSS FRIEDLAND. LUNES, 1 DE ENERO. Olga Pückler, Tatiana y yo pasamos la Nochevieja tranquilamente en Schloss Friedland. Encendimos el árbol de Navidad e intentamos leer el futuro echando cera y plomo fundidos en un cuenco con agua. Mamá y Georgie llegarán de un momento a otro de Lituania. Han anunciado varias veces su llegada. Ayer a medianoche repicaron las campanas de toda la ciudad. Salimos a la ventana para escucharlas: es el primer Año Nuevo de esta nueva Guerra Mundial.
Al estallar la Segunda Guerra Mundial el 1 de septiembre de 1939, Lituania (donde vivían los padres de Missie y su hermano Georgie) aún era una república independiente. No obstante, un protocolo secreto del tratado Germano-soviético de Amistad y Fronteras, firmado el 29 de septiembre (que complementaba el Pacto Molotov-Ribbentrop de No Agresión del 23 de agosto) había incluido al país en la esfera de influencia soviética. A partir del 10 de octubre, el Ejército Rojo se acuarteló en distintas ciudades y aeródromos de ubicación estratégica. A partir de ese momento, la familia de Missie nunca dejó de pensar en huir a Occidente.
BERLÍN. MIÉRCOLES, 3 DE ENERO. Nos fuimos de Berlín con once maletas, incluido un gramófono. Salimos a las cinco de la madrugada. Aún era noche cerrada. El administrador de la finca nos llevó en coche a Oppeln. Olga Pückler nos ha prestado dinero suficiente para tres semanas; para entonces ya deberíamos haber encontrado trabajo. Tatiana ha escrito a Jake Beam, uno de los muchachos de la embajada estadounidense que conoció la primavera pasada; el hecho de haber trabajado en la legación británica de Kaunas podría servirnos de ayuda.
El gobierno estadounidense mantuvo la embajada en Berlín hasta el 11 de diciembre de 1941, cuando, tras el ataque de Japón a Pearl Harbor, Hitler declaró la guerra a Estados Unidos.
El tren iba repleto y hemos tenido que quedarnos de pie en el pasillo. Por suerte, dos soldados nos han ayudado con el equipaje; de no ser por ellos, no habríamos conseguido entrar. Hemos llegado a Berlín con tres horas de retraso. En cuanto hemos entrado en el piso donde los Pückler tienen la amabilidad de alojarnos durante un tiempo, Tatiana ha empezado a llamar por teléfono a sus amigos; así nos sentimos menos perdidas. El piso, situado en Lietzenburgerstrasse, una calle paralela al bulevar Kurfürstendamm, es muy grande, pero Olga nos ha pedido que nos las arreglemos solas por la gran cantidad de objetos valiosos que hay, así que sólo usamos un dormitorio, un baño y la cocina. El resto está envuelto en sábanas.
JUEVES, 4 DE ENERO. Hemos pasado la mayor parte del día tapando las ventanas, porque la casa ha estado vacía desde que empezó la guerra en septiembre.
SÁBADO, 6 DE ENERO. Después de vestirnos, nos hemos aventurado a salir en plena noche y, por suerte, hemos encontrado un taxi en el bulevar Kurfürstendamm para ir a un baile en la embajada chilena, cerca del Tiergarten. El anfitrión, Morla, era el embajador de Chile en Madrid al estallar la Guerra Civil. Aunque su gobierno apoyaba a los republicanos, refugiaron a más de tres mil personas que, de lo contrario, habrían sido fusiladas. Las ocultaron en la embajada chilena durante tres años, dormían en el suelo, en las escaleras o allí donde había un hueco. Y a pesar de la enorme presión por parte del gobierno republicano, los Morla se negaron a entregar a una sola persona. Esto es aún más admirable si se tiene en cuenta que la embajada británica negó amablemente el asilo al hermano del Duque de Alba, un descendiente de los Estuardo, al que más tarde arrestaron y fusilaron.
El baile ha sido estupendo, casi como en los días antes de la guerra. Al principio me preocupaba no conocer a la mayoría de invitados, pero en seguida he reparado en que conocía a algunos del invierno pasado. [Missie fue a Berlín para visitar a Tatiana el invierno de 1938-1939.] Entre los que conocimos anoche están las hermanas Welczeck, ambas guapísimas y muy bien vestidas. Su padre fue el último embajador alemán en París. Su hermano Hansi y su encantadora novia, Sigi von Laffert, también estaban allí, con muchos otros amigos, como Ronnie Clary, un chico muy guapo que acaba de licenciarse en la Universidad de Lovaina y que habla un inglés perfecto, lo cual ha sido un alivio, porque mi alemán aún deja bastante que desear. Casi todos los muchachos presentes están en Krampnitz, una escuela de oficiales de artillería que queda justo al salir de Berlín. Más tarde, Rosita Serrano [una conocida cantante chilena] ha cantado al joven Eddie Wrede (tiene dieciocho años) como si él fuera su «Bel Ami», cosa que para él ha sido motivo de halago. Hacía mucho tiempo que no bailábamos. Hemos vuelto a casa a las cinco de la madrugada, apiñados en el coche de Cartier, un diplomático belga amigo de las Welczeck.
DOMINGO, 7 DE ENERO. Seguimos buscando trabajos sin fortuna. Hemos decidido no pedir ayuda a los amigos y dirigirnos directamente a contactos profesionales.
LUNES, 8 DE ENERO. Esta tarde, en la embajada estadounidense, teníamos cita con el cónsul. Se ha mostrado muy amable y en seguida nos ha hecho hacer una prueba, lo cual nos ha puesto nerviosas porque no nos lo esperábamos. Ha mandado sacar dos máquinas de escribir y unos cuadernos de taquigrafía y nos ha dictado un texto a tal velocidad y con tal acento, que no hemos entendido todo lo que ha dicho. Lo peor de todo ha sido que nuestras versiones de la carta no eran idénticas. Ha dicho que nos llamaría en cuanto hubiera vacantes. Sin embargo, no podemos esperar mucho, y si entretanto surge algún otro trabajo, tendremos que aceptarlo. Por desgracia, como la mayor parte del comercio internacional está en punto muerto, en Berlín no hay empresas que necesiten secretarias que hablen francés o inglés.
JUEVES, 11 DE ENERO. Hoy cumplo veintitrés años. Sigi Laffert, la prometida de Hansi Welczeck, ha venido a merendar. Es de una belleza asombrosa y muchos la describen como el «prototipo de la belleza alemana». Por la tarde, Reinhard Spitzy nos ha llevado al cine y luego a una sala de fiestas —Ciro— donde hemos estado tomando champán y escuchando música. Ya no se puede bailar en público.
SÁBADO, 13 DE ENERO. Mamá y Georgie han llegado al alba. Hacía más o menos un año que no veía a Georgie. No ha cambiado; es encantador y cuida mucho a mamá, que está muy enferma y débil. En Lituania, que poco a poco está siendo sovietizada, han vivido experiencias desconcertantes. Ya era hora de que la familia se fuera de allí. Aunque papá se ha quedado porque tiene pendiente por resolver un negocio importante.
DOMINGO, 14 DE ENERO. Hemos instalado a mamá y a Georgie en el piso de los Pückler para que no tengan que pagar un hotel. Y es que no reúnen más que cuarenta dólares entre los dos. Como aún no hemos encontrado trabajo, nuestra situación económica es catastrófica. Ellos están pensando en quedarse. Sería un error: hace mucho frío, hay poco que comer y la situación política es más que inestable. Estamos intentando convencerles para que se vayan a Roma, donde mamá tiene muchos amigos y donde hay una colonia de refugiados políticos de la Rusia Blanca. Aquí se sentiría sola porque, aparte de las embajadas extranjeras, que cada vez son menos a medida que la guerra se extiende como una mancha de aceite, ya queda poca vida en familia. Hoy en día Berlín es una ciudad de solteros, llena de gente de nuestra generación que, o bien están en el ejército, o bien trabajan todo el día en una oficina y por las noches van a salas de fiestas. Irena ya está bien instalada en Roma; la vida allí sería más fácil, aunque sólo fuera por el clima. Además, en cuanto empecemos a trabajar, podremos enviarles dinero con frecuencia.
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