CAPÍTULO PRIMERO
DE CÓMO SE CONSTITUYÓ
El taxista árabe colocó mi equipaje en el suelo y partió dejándome en medio de una solitaria calle de un barrio residencial de Trípoli. Todo mi entusiasmo, que no había cesado de aumentar desde que abandoné Roma, se desvaneció en aquel momento como por encanto al darme cuenta, presa de pánico, de la enormidad de mi decisión, pese a que no ignoraba que ya no tenía remedio. ¡Me daba cuenta de ello demasiado tarde!
Antes que tuviera tiempo de llamar a la puerta de aquella casa de grandes dimensiones me abrió un joven alto, de cabello negro y ojos increíblemente azules. Vestía un terno de blanco lino cortado a la última moda europea. Se detuvo sorprendido al verme allí de pie.
Tartamudeé nerviosamente:
—He venido para quedarme con mi tío George. Soy Dorothy Desana.
—¡Y quién si no! La he reconocido en seguida por una fotografía que George tiene sobre su mesa de trabajo en Birket. Me llamo Riyan ebn Tewfik.
Me condujo a una habitación espaciosa y aireada, mientras me decía:
—No la esperábamos, ¿comprende? George cree que está usted todavía en el colegio.
Hablaba italiano correctamente pero con acento gutural.
Le observé con interés. Sabía muchas cosas de él por mi tío George, que me escribía extensas cartas describiendo su vida y trabajo en el desierto con el Escuadrón Blanco, pero no imaginé tuviera aquel aspecto. Riyan ebn Tewfik era un targui y pertenecía a una tribu tuareg conocida por Kel-Takouba, o Pueblo de la Espada.
Advirtió que estaba nerviosa y se afanó en demostrarme que podía considerarle como un amigo.
—¿Qué le ocurre, Doro? ¿La expulsaron del colegio? —Me sonreía, y nuestra amistad se inició en aquel instante.
—No: me escapé. ¡No podía resistirlo ni un día más! —Le observaba, y en aquel momento estaba realmente asustada—. ¿Se enfadará mucho mi tío George?
Riyan me animó con una sonrisa:
—La quiere a usted como si fuese su propia hija. No podría enfadarse con usted, pero es muy probable que la haga regresar a Roma.
—¡No quiero volver! ¡No quiero volver!
Riyan, sonriente, se encogió de hombros.
—Su presencia aquí constituiría un estorbo. No hay mujeres aquí ni en Birket. —Y al ver mi consternado semblante me preguntó—: ¿Es verdaderamente tan dolorosa para usted la idea de volver al colegio?
—¡Prefiero morirme antes que regresar allí!
—Tal vez pueda hacer algo por complacerla… Lo intentaré. —Deslizó su delicada mano sobre su ensortijada cabellera y pude notar que estaba realmente preocupado—. George está en Birket. Le hablaré a Bruno Sensi. Es el jefe de aquí, ¿sabe usted?
Al dejarme sola eché una ojeada a la habitación. Había sillones alrededor de las mesas de café y juego; dagas y espadas, dispuestas artísticamente, decoraban las paredes junto con unos cuantos cuadros de paisajes de Europa. Por doquier se veían periódicos y revistas ingleses, franceses, italianos y árabes.
Aquella casa era el cuartel general del Escuadrón Blanco, una entidad privada integrada por jóvenes, la mayoría de ellos, como mi tío George oficiales del ejército retirados que llegaron a la conclusión de que si se unían podían hacer algo en ayuda de las víctimas de los dos grandes azotes del desierto: el tráfico de drogas y el de esclavos. Al principio sólo media docena de estos oficiales se reunieron con mi tío en el Cairo, y uno de ellos, un australiano llamado Will Mansfield, contó una historia que llegó a su conocimiento acerca de la esposa de un oficial británico que fue inducida a tomar drogas, cosa que finalmente la llevó al suicidio. Algunos de los otros oficiales repitieron historias que habían oído relatar, y pronto empezaron a estudiar los medios posibles de detener las caravanas que transportaban hachís a las ciudades del norte de África.
La dificultad en atrapar a los delincuentes provenía de la imposibilidad en que se hallaban los franceses e italianos de perseguir su presa más allá de sus fronteras. Por consiguiente, lo que se necesitaba era cualquier forma de organización policiaca internacional o independiente, pero de esto no existía nada en aquel entonces.
Mi tío y sus amigos vieron que podían realizar algo eficaz si organizaban una patrulla privada que operara arriba y abajo de la frontera oeste de Libia. Comentaron el proyecto con varios amigos, muchos de los cuales tenían razones personales para contribuir a la represión del tráfico de drogas.
A partir del momento en que se consiguió reunir cincuenta hombres jóvenes, tomó cuerpo la organización del grupo. Hubo no pocas discusiones privadas con los organismos militares oficiales, pero finalmente se convino que el Escuadrón Blanco recibiría el espaldarazo oficioso. La casa de Trípoli se convirtió en su cuartel general y en ella se instaló el capitán Bruno Sensi como jefe de estado mayor. Entretanto se incorporaron más jóvenes, y el total de los efectivos fue lo bastante numeroso para patrullar dos zonas, con un puesto en Birket y otro en Tefousa.
El Escuadrón era, pues, una organización privada, no oficial, y todos sus miembros deseaban conservar el incógnito. Por otra parte, como debían sufragar sus necesidades personales por sí mismos, ya que no contaban con subvención económica de ninguna clase, era imprescindible que poseyeran bienes propios o familia acomodada que los ayudara económicamente. Además, dada la naturaleza de sus obligaciones y las condiciones en que se verían obligados a vivir, era absolutamente esencial que demostraran ser físicamente aptos, y a este fin debían someterse a una rigurosa preparación antes de encuadrarse en las patrullas del Escuadrón del Desierto, así como a un entrenamiento que no debía jamás interrumpirse. También era obligatorio que fueran tiradores de primera clase, por cuanto se convino con el mando militar que los miembros del Escuadrón podían llevar armas, aunque sólo las emplearían en caso de legítima defensa y cuando resultara ineficaz cualquier otro medio de hacer prisioneros. De todos modos, debían comprometerse a entregar con vida a los detenidos siempre que fuera posible; sin embargo, de considerarlo necesario, dispararían contra cualquiera que intentara fugarse.
Mi tío George, antiguo comandante, fue destinado al mando del puesto de Birket, un lugar aislado situado a unas ciento cincuenta millas al sur de Ghadames.
El Escuadrón debía su nombre al blanco uniforme que había adoptado. Sus miembros eran de distintas nacionalidades: italianos, franceses, españoles, egipcios, árabes, griegos, australianos e ingleses, además de algunos tuaregs de Birket. Debido a que operaban en lo que por aquel entonces era territorio italiano fue elegido el idioma de este país como la lengua oficial del Escuadrón.
En la época de mi llegada a Trípoli había cuarenta y ocho miembros del Escuadrón destacados en Birket.
Tenía la sensación de que Riyan se había marchado hacía ya mucho rato. La inmensa casa estaba silenciosa como una tumba, silencio que contribuía a mi nerviosidad.
Mi tío George me daba aquella dirección en sus cartas y no se me había ocurrido la posibilidad de que se hallara en el lejano desierto. Ahora debería entendérmelas con el capitán Sensi. ¿Qué podía decirle? ¿Y qué podía hacer él?
Esperaba ver un severo hombre de mediana edad, pero Bruno era un joven que apenas frisaría con la treintena, y más que de aspecto severo su semblante era afable. Me dio la bienvenida con suma cordialidad, pero me dijo inmediatamente, con un compungido suspiro:
—No sé cómo arreglarlo. Estoy seguro de que su tío no le habría permitido venir aquí. Es completamente imposible que permanezca usted entre nosotros hasta que él pueda obtener permiso para acompañarla a Italia. Tampoco podemos enviarla sola, y Birket no es lugar apropiado para una muchacha europea. (Tenía yo diecisiete años, rizado cabello negro, medía cinco pies y seis pulgadas y estaba muy delgada).