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Ramón Freixas - El sexo en el cine y el cine de sexo

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Ramón Freixas El sexo en el cine y el cine de sexo

El sexo en el cine y el cine de sexo: resumen, descripción y anotación

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La representación de la sexualidad no conoce fronteras. Tema sensible y en teoría íntimo, impregna con su presencia todas las cinematografías y todos los géneros. Incluso su ausencia realza su protagonismo. Pero si todo el cine contiene su dosis de sexo, un segmento de la producción lo convierte en bandera. Con mayor o menor explicitud, según los tiempos y las censuras, las políticas y los públicos, puede hablarse con propiedad de un cine de sexo más o menos vitaminado, que recorre tanto los ámbitos del cine comercial cuanto el territorio que se le consagra como santuario. Los autores, con un criterio objetivo y riguroso no exento de ironía, se pasean por tan peculiar «género» cinematográfico, por sus vergeles y sus páramos, sin pararse en barras en la tradicional separación entre ocultación y mostración, entre sexo explícito y sexo sugerido, apostando por buscar (y hasta encontrar) buenas películas. Las otras diferencias les resultan indiferentes. De este modo, el lector verá desfilar desde Loïe Fuller hasta Zara Whites, desde Duelo al sol hasta Tras la puerta verde, desde Russ Meyer hasta Koji Wakamatsu, desde Bernardo Bertolucci hasta Ignacio F. Iquino, desde Gerard Damiano hasta John Leslie. Prólogo de Vicente Aranda.

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Agradecimientos

A Carlos Aguilar, por su valioso soporte documental.

A Vicente Aranda, por sus películas… y su prólogo.

A Melina Champernaud, por haber venido, aunque esté tan lejos.

A José Luis Esparza, por encontrarnos los títulos inencontrables.

A Carlos Losilla, por su confianza y paciencia (o al revés).

Prólogo

Los autores me han facilitado algo así como una primera «versión impresa» de este libro, acompañando un disquete para ordenador. No me he podido resistir a la tentación de averiguar cuál es la medida en palabras al final de mi lectura y el resultado —nada sorprendente dado el volumen en páginas— es de 119.662 palabras.

Diré a modo de justificación que desde que trabajo en los guiones ayudándome de un programa para proceso de textos he adquirido la costumbre de medir mis escritos. Me consta, por ejemplo, que con 15.000 palabras ya estoy frente a un proyecto de película de hora y media. Así que este libro se aproxima mucho al equivalente de 8 guiones para películas de hora y media.

Ya sé que estoy procediendo a una comparación absurda, pero es la manera de poder decir a continuación que los autores del libro, después de emplear casi ciento veinte mil palabras, no han hecho sino una brillante demostración de síntesis. No he tenido una lectura convencional. Ha sido un recorrido progresivamente acelerado por una vía cuya existencia conocíamos, pero de cuya intensidad, perseverancia, influencia, desesperación, clandestinidad, obviedad, comercialidad, agresividad, inconformidad, sometimiento, etc., nos habíamos olvidado o no habíamos reconocido con el suficiente discernimiento.

La primera impresión es que se trata básicamente de un libro de consulta. En este sentido podría recomendarse a los autores que acompañen al volumen-libro su correspondiente disquete, como espontáneamente han hecho conmigo. Eso es ya reconocerle un valor. Pero tiene otro valor que le supera, y es que su utilización como libro-volumen de lectura convencional nos remite a una zona curiosa y aparentemente nueva. Sólo aparentemente, porque el descubrimiento late de antiguo en nuestra conciencia y en nuestras tripas. Quiero dar cuenta de mi impresión subjetiva, la que vale, la que queda cuando ya empiezas a olvidar lo que has leído. He ido adquiriendo, a medida que avanzaba en su lectura, al mismo tiempo que la noción de mi ignorancia sobre el tema, otra noción muy inesperada: la de pertenecer a un cuerpo social examinado y examinador, la de asistir como testigo, acusador, acusado y jurado, todo a la vez, de un proceso que examina una sola faceta del cine —el sexo— y, curiosamente, a través de esa sola faceta está, no sólo la historia del cine, sino la historia, nuestra historia, la de los últimos cien años, la de todos, pertenezcamos o no a la industria. Porque el simple hecho de haberse sentado frente a una pantalla te hace socio de este libro, de esta historia del mundo a través de fábulas que te acarician o te muerden.

En resumen, unas pocas preguntas —sólo dos— sugeridas por la lectura de este libro: ¿qué hay detrás de la pantalla?, ¿tanto? Creo que sí. Mucho. Gracias por intentar averiguarlo.

Vicente Aranda

Ava Gardner I Entre el ser y el estar 1 CATALOGACIONES INANES Afirmado o - photo 1

Ava Gardner

I. Entre el ser y el estar

1. CATALOGACIONES INANES

Afirmado o negado, exhibido o bien vestido, en campo o fuera de campo, de una forma u otra, el sexo está inscrito en la pantalla. Su dispar e(in)vocación diferirá según el flujo y reflujo social, pero no hay película donde no se note su presencia o, aún más, su ausencia. Recordemos tantas vidas de santos y beatos donde se nos muestra a los «fistros» en pleno ejercicio de su culpable condición para reforzar el carisma del iluminado de turno. Un recurso que ya Aristófanes utilizaba en sus comedias para «moralizar» (y de paso escandalizar) a sus contemporáneos. Y qué decir de tantas princesitas y otras heroínas que nos dejan con el casto beso en los morritos al final de la historia. ¿Qué viene luego? ¿Llegarán los principitos de París? Ésta podría ser una de las funciones (¿pedagógicas?) del porno: dar luz a los fundidos en negro, explicitar la sugerida continuación al beso empalagoso y ñoño. Pero si la omisión recalca con claridad que el sexo acecha, aún es mayor su peso en tantas y tantas producciones mediocres donde lo mejor sería el muslamen del cachas protagonista de turno o el despechugue —histérico muchas veces por aquello del visto y no visto— de su partenaire femenina. Y no tan mediocres. Un gesto, un escote, una mirada de reojo han levantado tantas «morales» y desvelado tantos sopores… ¿Quién no recuerda lo que podía conseguir Rita Hayworth con sólo quitarse un guante? E incluso con menos. Una simple calada de cigarrillo, chupada por Lauren Bacall, puede fundir al más gélido Humphrey Bogart, sin mencionar las piernas de Marilyn Monroe o el simple garbo al moverse (tan sensual) de Ava Gardner. O, para equilibrar la balanza, ahí están Rodolfo Valentino, con su reconcentrada mirada, capaz de provocar desmayos femeninos, Clark Gable, duro pero no tanto, cínico pero sentimental, Marlon Brando, durante años prototipo de la masculinidad, que causaba estragos con sus camisetas o sus «chupas» de cuero, Robert Mitchum, duro entre los duros pero con su punto de ternura, basta con verlo… El cine está repleto de escenas de contenido sexual, aunque los cuerpos vayan vestidos y los actores ni se toquen —Ernst Lubitsch sabía un rato de esto, con imágenes «que proceden de la excitación, de la sugerencia, más de la promesa que del acto» (Carriére, 1997, pág. 66)—, escenas que han hecho arder la imaginación de generaciones de espectadores, concretando lo visto (generalmente entrevisto) en ensoñaciones, sueños húmedos y, en fin, creando entrañables fantasmas que nos han arrastrado en sus cadenas hasta nuestros días.

Si las apariciones puntuales o esporádicas del sexo abren un gran número de horizontes al espectador, todo se complica cuando éste ocupa la parte del león de una película. Si el sexo está en todo el cine, existe también un cine de sexo donde campa a sus anchas, irritando, excitando, preocupando (y aburriendo en no pocos casos), dueño y hasta tirano de las historias. Pero si ya es problemático el tratamiento del tema, definirlo se ha convertido en una sañuda competición de leyes, reglamentos y cénsuras, de boutades, estudios meditados y reacciones viscerales que se empeñan en remar al viento intentando moralizar o distinguir entre lo bueno y lo malo, ver qué separa lo púdico de lo indecente, lo decoroso de lo obsceno, lo «fino» de lo «basto». En suma, desde hace años estamos empeñados en separar (¿circuncidar?) el erotismo de la pornografía o, en su defecto, definirlos, encerrarlos en compartimentos estancos e incontaminados (sexo para fumadores, erotismo para no fumadores… ¿o viceversa?). ¿Merece realmente la pena?

Nos parece de cajón que si afrontamos la cuestión no desde la naturaleza de su contenido —por cuanto la distinción es inexistente— sino desde una perspectiva (peligrosa por falaz) de cine de género, puede decirse que la pornografía forma parte del cine erótico, un cine que no requiere en absoluto de elementos pornográficos para existir. Sería como afirmar que la ciencia ficción está englobada dentro del fantástico. Sin embargo, no estamos en absoluto convencidos de que el erotismo sea un género cinematográfico per se y en todo caso las diferencias deben enunciarse en orden a otras características que no aboquen a la comodidad de los convencionalismos. Algo difícil que ha tentado a numerosas vanidades, pues en tan alambicado tema todo el mundo se cree con derecho a opinar, a meter baza o arrimar el cuerno, remo o cipote. Sobre sus hipotéticas diferencias se pronuncian personajes de todo tipo y condición, desde sospechosos buitres travestidos de intelectuales caperucitas hasta ideólogos abrigafarolas, desde sociólogos con la erudición en vacaciones hasta prelados en guardia de sacristía que, seamos sinceros, si no consiguen circunscribir tan trabajosa materia más allá del aforismo graciosón o del raciocinio de apretada superficialidad coyuntural, es porque evidentemente tal distinción es sólo un aparente espejismo. A modo de orientativo menú, he aquí un selecto despiece de parloteos/definiciones.

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