«Y ¿cómo podemos hallar la paz / siquiera fugaz / en el alma?».
Hojoki es una de las grandes obras clásicas de la literatura japonesa. Escrita por Kamo no Chomei en 1212, cuando la aristocracia feudal comenzaba a perder terreno ante el empuje de la clase guerrera, este poema-ensayo expresa la angustia de un hombre ilustrado ante la fragilidad de la vida y la inestabilidad del mundo. Luego de ser testigo de cataclismos, incendios y hambrunas, el interrogante central del poeta es cómo hay que vivir para hallar sosiego ante tanto dolor. Kamo no Chomei concluye que no le queda al hombre sino cultivar su libertad individual, una idea extraordinaria durante una época en que el budismo estaba en su máximo apogeo en la historia del Japón.
Kamo Chōmei
Hojoki
Canto a la vida desde una choza ePub r1.0 Titivillus 09.09.15 Título original: 方丈記
(Hōjōki) Kamo Chōmei, 1212 Traducción: Masateru Ito Ilustraciones: Takako Kodani Editor digital: Titivillus ePub base r1.2
HOJOKI
CANTO A LA VIDA DESDE UNA CHOZA
I La corriente del río jamás se detiene, el agua fluye y nunca permanece la misma.
Kamo Chōmei
Hojoki
Canto a la vida desde una choza ePub r1.0 Titivillus 09.09.15 Título original: 方丈記
(Hōjōki) Kamo Chōmei, 1212 Traducción: Masateru Ito Ilustraciones: Takako Kodani Editor digital: Titivillus ePub base r1.2
HOJOKI
CANTO A LA VIDA DESDE UNA CHOZA
I La corriente del río jamás se detiene, el agua fluye y nunca permanece la misma.
Las burbujas que flotan en el remanso son ilusorias: se desvanecen, se rehacen y no duran largo rato. Así son los hombres y sus moradas en este mundo. En nuestra gloriosa capital los tejados de las casas de nobles y villanos forman hileras y parece que emulan por su prominencia. Ellas aparentan haber perdurado por generaciones, mas mirándolas bien, las que han quedado en pie por muchos años son pocas en verdad. Se queman en un año y en el siguiente se reconstruyen. Las grandes casas se arruinaron y se convirtieron en pequeñas.
Así son también los que viven en ellas. El lugar mismo no cambia, ni la gente multitudinaria; no obstante, de todas aquellas personas que hace tiempo conocí, solo quedan una o dos. Unos mueren al romper el alba y otros nacen en el crepúsculo, como aquellas burbujas sobre el agua. El hombre muere y nace: de dónde viene y a dónde va, no lo sé. No entiendo. ¿Cuál más pasajero? A veces el rocío se cae mientras las flores quedan, mas ellas se marchitarán al sol de la mañana. ¿Cuál más pasajero? A veces el rocío se cae mientras las flores quedan, mas ellas se marchitarán al sol de la mañana.
Otras veces la flor se mustia mientras el rocío permanece, mas él tampoco sobrevivirá al día. II En los cuarenta años o algo así, desde que llegué a la edad de comprender el corazón de las cosas, he presenciado muchos sucesos extraordinarios. Una noche de hace tanto tiempo —sería el vigésimo octavo día del cuarto mes del tercer año de Angen— sopló un viento fuerte y ruidoso. A eso de las ocho estalló un incendio en el Sudeste de la ciudad, luego se propagó al Noroeste. El fuego finalmente alcanzó la puerta sur del Palacio. Esta puerta, la Cámara del Estado, el Paraninfo de la Universidad y la Oficina del Interior: todo se redujo a cenizas en una noche.
Dicen que el incendio comenzó en Higuchi-Tominokoji, en el alojamiento de una compañía de bailarinas. El viento se movió con furia sin rumbo fijo y el fuego se extendió como un abanico desplegado. Las casas lejanas se ahogaron en espiras de humo. Más cerca, voraces llamas vapulearon la tierra. ¡El cielo todo carmesí! Las cenizas levantadas brillaron iluminadas por el fuego. ¿Quién, en medio de todo esto, no habría perdido el juicio? Algunos, sofocados por el humo, cayeron al suelo; otros, devorados por las llamas, murieron al instante. ¿Quién, en medio de todo esto, no habría perdido el juicio? Algunos, sofocados por el humo, cayeron al suelo; otros, devorados por las llamas, murieron al instante.
Aquellos que a duras penas lograron salvar la vida perdieron todos sus bienes. ¡Muchos preciosos tesoros se volvieron cenizas! ¡Cuántas y qué horrendas pérdidas! El incendio destruyó dieciséis casas nobles, ¿quién sabe cuántas más? He oído decir que fue un tercio de toda la capital. Docenas de hombres y mujeres fallecieron. Innumerables caballos y vacas también perecieron. Todos los actos humanos son insensatos, mas gastar riqueza y atormentarse por edificar una casa en esta arriesgada ciudad es sobre todo absurdo. III Asimismo, en el cuarto mes del cuarto año de Jisho se levantó un gran torbellino en Nakamikado-Kyogoku y corrió hasta Rokujo.
Aventó tres o cuatro cuadras. Ninguna casa, grande ni pequeña, una vez atrapada por la ráfaga, permaneció ilesa. Algunas fueron aplastadas, otras quedaron solo con postes y vigas. El viento arrancó las puertas, arrojándolas a unas cuadras más allá. La borrasca se llevó las vallas y todas las parcelas se unieron con las del vecino. Muchos muebles y utensilios volaron por los cielos.
Cortezas y ripios de los tejados bailaron violentamente en el viento como las hojas de invierno. La polvareda se levantó en humo y no podía verse nada. El estruendo tan intenso no permitió oír la voz humana. ¡Ni los vientos del infierno serían tan atronadores! No solo destruyeron casas, mucha gente también quedó herida o lisiada al tratar de salvar sus hogares. Luego el viento se dirigió al Sur y causó más aflicciones. El torbellino no es cosa rara mas ¿lo hubo alguna vez con tanta fuerza? Fue todo tan intenso que pensé: «debe de ser el presagio de algo siniestro».
IV Sucedió que en el sexto mes del cuarto año de Jisho, la capital se mudó de repente. Esto fue en verdad inesperado. Entiendo que la ciudad de Kioto se fundó en el reinado de Saga, por lo que ya han pasado desde entonces unos cuatrocientos años. Una capital no debería trasladarse así tan fácil, sin motivo particular. Con razón, perturbados e indignados, todo el mundo murmuró. Mas fue inútil la protesta.
Primero, el Emperador; después, los ministros; luego, los nobles de alto rango: todos se mudaron a la nueva capital. ¿Cuál de los altos oficiales quedó atrás en su tierra? Aquellos que anhelaban rangos o posiciones y confiaban en el favor de sus amos se afanaron por mudarse cuanto antes. Aquellos que habían desaprovechado oportunidades, los que habían fracasado en obtener altos cargos y los que habían perdido la esperanza, permanecieron atrás sumidos en lamentos. Las mansiones antes imponentes quedaron desoladas al pasar el tiempo. Las casas fueron demolidas y flotaron en el río Yodo, mientras los solares se convirtieron en campos de labranza ante los ojos de sus propios dueños. El pensamiento de la gente también cambió.
Prefirió caballos y sillas y ya no bueyes y coches. Todo el mundo buscaba sus fincas en el Sur y el Oeste. Nadie deseaba su tierra en el Norte o en el Este. En aquel entonces tuve oportunidad de ir a la nueva capital del país de Tsu. Al ver el lugar reparé en lo estrecho que era, sin espacio para trazar cuadras. En el Norte la tierra subía hacia los montes.