© 2017 por HarperCollins Español
Publicado por HarperCollins Español, Estados Unidos de América.
Título en inglés: Love Warrior
© 2016 Glennon Doyle
Ciertos nombres y aspectos identificadores han sido cambiados, se dé constancia o no en el texto, y ciertos personajes y acontecimientos han sido comprimidos o reorganizados.
Todos los derechos reservados. Ninguna porción de este libro podrá ser reproducida, almacenada en algún sistema de recuperación, o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio — mecánicos, fotocopias, grabación u otro—, excepto por citas breves en revistas impresas, sin la autorización previa por escrito de la editorial.
Editora-en-Jefe: Graciela Lelli
Traducción: Ana Belén Fletes
Adaptación del diseño al español: Mauricio Diaz
Epub Edition August 2017 ISBN 9780718074142
ISBN: 978-0-71807-410-4
Impreso en Estados Unidos de América
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Para la abuela Alice, cuyos dedos danzaban sobre aquellas cuentas y me acercaban a María.
Contenido
Guide
No tengo miedo... Nací para hacer esto.
—JUANA DE ARCO
E s casi la hora. Mi padre y yo estamos de pie en un extremo de la larga alfombra blanca, extendida esta misma mañana sobre el césped recién cortado. El jardín en el que Craig pasó su infancia se ha transformado por el otoño que recién comienza y por la promesa que encierra este día. Tengo los hombros descubiertos y siento un poco de fresco, pero elevo el rostro hacia el sol. Entorno los ojos y el sol, las horas y el cielo se funden en un caleidoscopio azul, verde y naranja. Las hojas, el que pronto será mi marido, nuestras familias sentadas bien erguidas con sus mejores galas y yo: todos estamos a punto de convertirnos en algo nuevo. Es un día de conversión.
Estamos esperando a que suene la música para poder comenzar el recorrido breve pero eterno hacia Craig. Lo miro allá, esperando de pie en el otro extremo de la alfombra, tan guapo, tan joven y tan nervioso. Se ajusta la corbata, entrelaza las manos delante de él y a continuación se las mete en los bolsillos. Al cabo de un momento vuelve a sacarlas, deja caer los brazos a los costados, rectos como un soldado. Parece medio perdido y deseo acercarme a él y sostenerle las manos para tranquilizarlo. Pero mis manos están ocupadas: una está en la mano de mi padre y la otra reposa en mi vientre. Soy el puente entre mi pasado y mi futuro. Mientras miro a Craig, los invitados se vuelven a mirarme a mí. Me da vergüenza que me dispensen tanta atención; me siento fraudulenta, como si fingiera ser una novia a punto de casarse. El vestido se me ciñe demasiado a la cintura y llevo pestañas postizas, una diadema de piedras de imitación y unos tacones que me parecen zancos. Me siento más disfrazada que vestida. Pero así es como se supone que se visten las novias y llevo intentando ser la persona que se supone que debo ser desde el día que decidí mantenerme sobria y ser madre.
La música empieza y mi padre me aprieta la mano. Lo miro a la cara. Me sonríe y dice: «Vamos allá, cariño». Entrelaza el brazo con el mío, de manera que todo él me sostiene. Mientras avanzo con mi padre por la alfombra, empiezo a marearme, así que dirijo la mirada hacia mi hermana. Ella aguarda de pie a la izquierda del ministro con su vestido rojo fuego. Lleva el pelo recogido y tiene la espalda recta. La certidumbre que emana de ella ahoga mis miedos. Si hay algún encargado en la sala, es ella. Me sonríe y su mirada inalterable e intensa me dice: Si sigues caminando, aquí te estaré esperando. Si te das media vuelta y sales corriendo, iré contigo y no volveremos la vista atrás. Hagas lo que hagas, hermana, estará bien. Estoy aquí. Esto es lo que lleva diciéndome desde que nació. Todo está bien. Estoy aquí.
Sigo andando. Cuando llegamos al final de la alfombra, el ministro dice: «¿Quién entrega a esta mujer al matrimonio?». Y mi padre responde: «Su madre y yo». Entonces pone mi mano en la de Craig, que la acepta porque es lo que se supone que debe hacer. A continuación mi padre se va y Craig y yo nos quedamos frente a frente, cogidos de las manos temblorosas. Porque no dejan de temblar. Bajo la vista y me pregunto quién de los dos sostendrá al otro. Necesitamos una tercera persona que detenga el temblor. Miro a mi hermana, pero ella no puede ayudarnos ahora. No hay tercera persona. En eso consiste el matrimonio.
A la hora de pronunciar nuestros votos, le digo a Craig que él es la prueba de que Dios me conoce y me ama. Craig asiente y promete anteponerme a todos los demás el resto de su vida. Yo lo miro a los ojos y acepto su promesa en mi nombre y el de nuestro bebé. El ministro dice entonces: «Yo les declaro marido y mujer». Ya está. Soy una nueva persona. Soy la señora Melton. Espero ser mejor como señora Melton. Espero que surta efecto esta conversión. Es lo que todos esperan en este jardín.
M e propuse escribir la historia de mi matrimonio. La primera vez que la escribí, comencé con el día del casamiento, pues ese es cuando pensaba que comenzaba un matrimonio. Tal suposición fue un error.
Volveremos al día de la boda y a toda la magia terrible que lo siguió, pero, por el momento, comencemos desde el principio. Resulta ser la única opción.
F ui una niña amada. Si el amor pudiera prohibir el dolor, yo jamás habría sufrido. Mi libro del bebé de cuero con el nombre de Glennon grabado en la portada es un largo poema que escribió mi padre. Está lleno de fotos de mi madre que, con ternura en el rostro, sostiene mi mano de piel rosada y escamosa, con la pulsera de recién nacida del hospital. Esto es lo que mi padre escribió sobre el día que nací:
No fue realmente
un llanto
aquel primer sonido,
sino una algarabía
que anunciaba una maravilla
que jamás
volverá a
repetirse.
No hay sábanas de raso,
no hay sirvientas
ni emisarios cargados de joyas
no hay trompetas ni natalicios.
¡Dónde están todos!
¡¿Es que no saben
lo que acaba de ocurrir?!
Una princesa ha venido al mundo.
Fui una niña amada. Igual que mi hija es una niña amada. Y, aun así, una noche, vino a sentarse al borde de mi cama, me miró con sus ojos castaños llenos de sinceridad y me dijo: «Soy grande, mamá. Soy más grande que las otras niñas. ¿Por qué soy diferente? Quiero volver a ser pequeña». Lo dijo de forma abrupta, como si no le gustara haber tenido que llegar a decirme tal cosa, como si le diera vergüenza revelar su secreto oculto. Observé sus lágrimas, sus coletas, su brillo de labios y sus manos sucias de haber estado trepando por la higuera de Bengala del jardín. Busqué mentalmente una respuesta adecuada para ella, pero no la encontré. Todo lo que había aprendido sobre los cuerpos, la feminidad, el poder y el dolor se desvaneció al oír a mi pequeña pronunciar la palabra grande. Como si ser grande fuera su maldición, su naturaleza, su secreto, su caída en desgracia. Como si ser grande fuera algo que evolucionaba inevitablemente dentro de ella, amenazando su contrato con el mundo.
Mi hija no me preguntaba: ¿Cómo puedo gestionar mi tamaño? Mi pequeña me preguntaba: ¿Cómo voy a sobrevivir siendo como soy en este mundo? ¿Cómo ser pequeña como el mundo quiere que sea? ¿Me querrá alguien si sigo creciendo? La miré y no le dije: