Los bálsamos del alma
Así como las cualidades insa nas (envidia, odio, celos, y tan tas otras) son ponzoñas para el alma, y alteran la mente y el ánimo, las cualidades sanas son bálsamos del alma y tranquilizan a la persona, desarrollan contento interior y dicha. No sólo hay que desarrollar un sentido de genuina ética y desplegar estas cualidades sanas, sino por simple higiene mental y emocional, y porque su cultivo nos llena de satisfacción y nos humaniza. Uno de los más notables y hermosos propósitos de la vida es poder acrecentar en nosotros estas cualidades sanas y bellas y compartirlas con los demás para cooperar en su felicidad. Las cualidades insanas nos perjudican gravemente y dañan a los otros, en tanto que las sanas restañan viejas heridas y esmaltan el alma de quietud. Las cualidades sanas configuran el arte del noble vivir y nos vuelven cooperantes, facilitan la vida, mejoran la relación humana y tallan vínculos afectivos auténticos y saludables. Examinaremos algunas de las cualidades sanas más esenciales, pero antes discernamos que, de estos que llamamos bálsamos del alma, nunca se ha producido algo que no sea deseable, en tanto que las cualidades insanas han sembrado de horror, desigualdad y crueldad el planeta. Los antiguos sabios de la India decían que uno mismo se hace el bien y uno mismo se hace el mal, dependiendo de si uno cultiva cualidades sanas o insanas. El sabio Patanjali escribía:
«La serenidad de la mente se obtiene a través de la benevolencia, la compasión, el contento y la ecuanimidad ante la felicidad y la desgracia».
Así como muchas cualidades nocivas son el resultado de la ofuscación y el entendimiento erróneo, el entendimiento correcto y la lucidez desencadenan cualidades nobles y positivas. Para superar esa ignorancia básica de la mente, esa ofuscación, esa nesciencia, está la práctica de la meditación, y un antiguo y muy valioso texto de la India, el Dyanabindu Upanishad, ya puntualizaba:
«Alta como una montaña, larga como mil leguas, la ignorancia acumulada durante la vida sólo puede ser destruida a través de la práctica de la meditación; no hay otro medio posible».
Todas las cualidades insanas engendran conflicto y sufrimiento; las sanas, encuentro y dicha. Cada persona debe trabajar por debilitar las cualidades insanas y promover las sanas, como el alquimista que transforma los metales de baja calidad en metales preciosos.
Compasión
¿Qué es la compasión? Es «padecer con», ser sensible a las necesidades ajenas y tratar de cooperar, identificarse con la desdicha de los otros y tratar de poner los medios para aliviarla. Todos los grandes maestros han considerado que la compasión es como una orquídea maravillosa, y que si algo distingue a un ser humano es su bondad fundamental, es decir, esos buenos y nobles sentimientos que nos otorgan ternura, conmiseración y generosidad.
Pero la verdadera compasión es activa, es decir, trata de ayudar y de poner los medios para llevar un poco de dicha a los demás y aliviarles el sufrimiento. ¡Cuánto necesita este mundo de la compasión! Todo ser sintiente sufre y requiere de nuestra compasión. La compasión libera de cualquier mal sentimiento, de la malevolencia y la maledicencia, de las palabras hirientes, de las conductas agresivas y de la ira y el odio. Tenemos que irradiar nuestra compasión en todas las direcciones y hacia todas las criaturas, vivir con compasión entre los que odian y con mansedumbre entre los atenazados por la ira.
Alegría compartida
La alegría compartida es el gran antídoto contra la envidia, una de las cualidades más nocivas y ponzoñosas, que tantas fricciones origina. Consiste en alegrarse por los éxitos ajenos, en sentirse contento por la buena fortuna de los demás. De ese modo, uno tiene ocasión de alegrarse por los propios éxitos y por los de los otros, con lo cual se duplica el contento. Anhelamos que los demás se sientan bien y nos alegramos por sus logros y porque sean felices. Pero la compasión debe asociarse a la ecuanimidad, para no incurrir en el sentimentalismo o en la inútil sensiblería.
Generosidad
Era Buda el que decía: «Si supierais el gran poder que hay en dar, no dejaríais de hacerlo». La generosidad es el antídoto de la avaricia, la codicia y el apego. Engrandece al ser humano, y deberíamos estar muy agradecidos a todos aquellos que nos permiten desplegar la generosidad y superar así las tendencias insanas de la ambición desmesurada o el aferramiento. La generosidad nos invita a compartir, donar, poner los medios para causar dicha y bienestar a los otros. No hay que centrarla solamente en lo material, en absoluto. Hay que ser generoso en prestar nuestro apoyo, dar nuestro tiempo, confortar y consolar, ser solidario, utilizar palabras amables y estar disponibles. La generosidad es la compasión puesta en acción y también la base de toda genuina amistad. Hay que ser generosos en pensamientos, palabras y obras.
Amor incondicional
Es aquel que no está tan supeditado a condiciones, sino que es menos interesado y posesivo, más expansivo y entregado. Es un amor abierto y no basado en actitudes egocéntricas, más puro y desinteresado. Hay un enorme poder en ese amor, porque no va y viene como las nubes, sino que prevalece y es causa de dicha profunda y bienestar. Es un amor que nace de la sabiduría, pero no está reñido con la firmeza y con saber también velar por uno mismo. Está más allá del apego, el aferramiento, el afán de posesión, los celos y el resentimiento. Hermosas y muy orientadoras palabras las de Nisargadatta: «Sin amor todo es mal. La vida misma, sin amor, es un mal».
Y Buda aconsejaba: «Como una madre vela por su hijo, dis-puesta a perder la vida para proteger a su único hijo, así, con corazón desprendido, se debe cuidar a todos los seres vivientes, inun-dando el mundo entero con una bondad y amor que venzan todos los obstáculos».
Paciencia
Haciendo un juego de palabras: es la ciencia de la paz. La paciencia nos facilita sosiego, quietud, bienestar. Es saber esperar y hacerlo con ánimo estable, firme, sereno, sin angustiarse en la espera, sin crear innecesaria desesperación. Todo sigue su curso y requiere su tiempo. No se puede empujar el río ni lograr que un arbusto crezca antes porque tiremos del mismo. Decía el gran yogui Milarepa: «Apresurémonos lentamente». La impaciencia engendra tensión, amargura, desesperación, compulsión e infelicidad. Es propia del niño, pero el adulto tiene que tener otro tipo de comprensión que le haga entender que todo no puede ser ahora mismo y del modo que uno quiere. Para seguir cualquier disciplina se requiere paciencia, pues los resultados tardan en venir; para con-solidar una relación, paciencia; para perfeccionarse en una materia, paciencia. ¿Qué podemos hacer sin paciencia? Es una cualidad tan importante que le dediqué toda una obra: El arte de la paciencia.
En ese terreno tan escabroso y oscuro de las emociones, los sentimientos y las pasiones, a veces surgen tendencias insanas que tenemos que aprender a descubrir y debilitar o transformar. Pongamos el énfasis en las cualidades sanas, para que así vayamos desenraizando las insanas. Nos percataremos entonces, agradecidos, de que colaboran, y mucho, no sólo en nuestro crecimiento como seres humanos, sino también en cimentar nuestros estados de dicha y contento.
Meditación en acción: sabiduría para la vida cotidiana
Como ya hemos indicado, la vida es la gran maestra, el reto, el desafío, el escenario en el que tenemos que bregar y desplegar toda nuestra sabiduría cotidiana. Es el viaje en el que nos encontraremos con escollos, inconvenientes y situaciones que tenemos que tratar de superar y vivirlas con calma, ecuanimidad y equilibrio, lo que será mucho más fácil en la medida en que nos hayamos reeducado, formado y armonizado a nosotros mismos. Todos nos movemos en distintos ámbitos, que van desde el social al familiar, del personal al profesional. Tenemos que no dejarnos aturdir ni encadenar por las cuestiones superfluas y no perder de vista lo esencial, sobre todo nuestro propio trabajo interior y la relación con los seres queridos y por extensión con todas las criaturas vivientes. Hay que adiestrarse para valorar lo que se tiene y no estar sólo pendiente de lo que se puede llegar a tener, disfrutando de cada paso a la meta, pues cada paso ya es la meta, y más cierto que la meta, que es incierta. Tanto el trabajo sobre uno mismo como la buena relación con los otros (liberándola de crispaciones y equívocos) requiere lucidez y constancia, diligencia y sagacidad. Si uno logra convertirse en sí mismo, será verdaderamente uno mismo en la relación con los otros, sin autodefensas, corazas, máscaras o atrincheramientos psíquicos, manifestando y expresando las emociones más bellas y cooperantes.