A mis padres,
Joyce y Graham Gladwell
Título original: Blink. The Power of Thinking Without Thinking
© Malcolm Gladwell, 2005
Traducción: Gloria Mengual
© Santillana Ediciones Generales, S.L.
© De esta edición: septiembre 2006, Punto de Lectura, S.L.
Torrelaguna, 60. 28043 Madrid (España) www.puntodelectura.com
ISBN: 84-663-1872-0
Diseño de cubierta: Más!grafica
Notas
En este libro revolucionario, el periodista estadounidense Malcolm Gladwell nos explica cómo pensamos sin pensar, de dónde proceden las decisiones que parece que tomamos en dos segundos, pero que no son tan simples como aparentan. ¿Por qué algunas personas son brillantes a la hora de decidir y otras son tan torpes una y otra vez? ¿Por qué algunos siguen su instinto y triunfan, mientras que otros acaban siempre dando un paso en falso? ¿Cuál es el funcionamiento real del cerebro en el trabajo, en clase, en la cocina o en la cama? ¿Y por qué las mejores decisiones suelen ser las más difíciles de explicar?
Gladwell nos revela que quienes son buenos tomando decisiones no son aquellos que procesan más información o que dedican más tiempo a deliberar, sino aquellos que han perfeccionado el arte de hilar fino, de extraer los pocos factores que realmente importan a partir de una cantidad desmesurada de variables.
Malcolm Gladwell
Inteligencia intuitiva
¿Por qué sabemos la verdad en dos segundos?
ePUB v1.0
Polifemo704.05.12
MALCOLM GLADWELL nació en Inglaterra en 1963 y creció en Canadá. Licenciado en Historia, es escritor, periodista y crítico cultural.
Entre 1987 y 1996 trabajó como periodista para The Washington Post, y desde 1996 escribe en la revista The New Yorker. Su libro anterior, The Tipping Point, fue un éxito internacional de ventas con más de 800.000 ejemplares vendidos en Estados Unidos.
Agradecimientos
Hace unos años, antes de empezar a escribir este libro, me dejé el pelo largo. Solía llevarlo muy corto y con un estilo tradicional. Pero, de repente, se me antojó dejármelo crecer como en mi época de adolescente. De inmediato mi vida cambió; en aspectos pequeños, pero significativos. Empezaron a ponerme multas por exceso de velocidad, algo que nunca me había ocurrido. En las colas para el control de seguridad de los aeropuertos comenzaron a llevarme aparte para recibir una atención «especial». Y un día, mientras caminaba por la Calle Catorce, en el centro de Manhattan, se subió a la acera un furgón policial del que salieron tres agentes a toda prisa. Resulta que andaban buscando a un violador y, según dijeron, se parecía mucho a mí. Me enseñaron el retrato robot y la descripción. Yo lo miré y les hice ver lo más amablemente que pude que, en realidad, el violador no se parecía a mí en absoluto. Él era, aparte de mucho más alto y mucho más corpulento que yo, unos quince años más joven (además, añadí en un intento bastante inútil de poner algo de humor a la situación, distaba mucho de ser tan guapo como yo). Lo único que teníamos en común era la cabeza grande y el pelo rizado. Trascurridos veinte minutos más o menos, los agentes por fin me dieron la razón y me dejaron marchar. Comprendo que, desde una perspectiva amplia, no fue más que un malentendido sin importancia. Los afroamericanos en Estados Unidos se ven sometidos en todo momento a situaciones indignantes mucho peores que ésta. Pero lo que me sorprendió fue que, en mi caso, el tópico era incluso más sutil y absurdo: no se trataba de algo realmente obvio, como el color de la piel, la edad, la altura o el peso. Se trataba sólo del pelo. Mi pelo ejercía, en la primera impresión que yo daba, un efecto que desbarataba cualquier otra consideración para atrapar al violador. Ese episodio en la calle me hizo pensar acerca del extraño poder de las primeras impresiones. Y esa reflexión fue lo que me condujo a Inteligencia intuitiva; de manera que, supongo que antes que a nadie, debería expresar mi agradecimiento a esos tres agentes de policía.
Y ahora, pasemos a los agradecimientos auténticos. David Remnick, director de The New Yorker, con gran gentileza y paciencia, me permitió desaparecer durante el año que estuve trabajando en el libro. Todo el mundo debería tener un jefe tan bueno y tan generoso como David. Little, Brown, la editorial que me trató como a un príncipe con The Tipping Point [en español, publicado con el título original y como La frontera del éxito, Madrid, Espasa Calpe, 2001], hizo lo mismo en esta ocasión. Gracias, Michael Pietsch, Geoff Shandler, Heather Fain y, sobre todo, Bill Phillips, que con destreza, esmero y alegría hizo que cobrara sentido el disparate inicial de este manuscrito. Estoy pensando en llamar a mi primer hijo Bill. Una lista muy larga de amigos leyó el manuscrito en diversas fases y me ofreció sus inestimables consejos: Sarah Lyall, Robert McCrum, Bruce Headlam, Deborah Needleman, Jacob Weisberg, Zoe Rosenfeld, Charles Randolph, Jennifer Wachtell, Josh Liberson, Elaine Blair y Tanya Simon. Emily Kroll realizó para mí el estudio relativo a la altura de los directivos.
Joshua Aronson y Jonathan Schooler me brindaron con generosidad su experiencia académica. El maravilloso personal del Savoy me soportó en las largas tardes que pasé en la mesa que hay junto a la ventana. Kathleen Lyon veló por mi salud y mi felicidad. Mi fotógrafo favorito, el mejor del mundo, Brooke Williams, se encargó de mi foto de autor. Hay varias personas que, sin embargo, merecen un agradecimiento especial. Terry Martin y Henry Finder, como ya hicieron con The Tipping Point, escribieron unas extensas y extraordinarias críticas de las primeras versiones. Es una bendición tener dos amigos de una brillantez así. Suzy Hansen y la incomparable Pamela Marshall dieron definición y claridad al texto y me han salvado del bochorno y el error. Por lo que se refiere a Tina Bennett, yo propondría que se la nombrara principal directora ejecutiva de Microsoft, que se presentase como candidata a las elecciones para la Presidencia o que ocupara algún puesto que le permitiera aplicar su ingenio, inteligencia y gentileza a los problemas del mundo, aunque eso me privaría a mí de tenerla como agente. Por último, mi madre y mi padre, Joyce y Graham Gladwell, leyeron este libro como sólo los padres pueden hacerlo: con devoción, honestidad y amor. Gracias.
Notas
Introducción
La estatua que tenía algo raro
Margolis publicó sus descubrimientos en un artículo de éxito clamoroso en Scientific American: Stanley V. Margolis, «Authenticating Ancient Marble Sculpture», Scientific American 260, n.° 6 (junio de 1989), pp. 104-110.
La historia del kurós ha aparecido en diversos lugares. El que mejor la ha recogido es Thomas Hoving, en el capítulo 18 de False Impressions: The Hunt for Big Time Art Fakes, Londres, Andre Deutsch, 1996. Las versiones de los expertos en arte que vieron el kurós en Atenas están recogidas en