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Mike Davis - Llega el monstruo

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Mike Davis Llega el monstruo
  • Libro:
    Llega el monstruo
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    2020
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Llega el monstruo: resumen, descripción y anotación

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El reconocido activista y escritor Mike Davis ofrece un pronóstico aterrador de una nueva amenaza global y establece la crisis de la COVID-19 en el contexto de catástrofes virales anteriores, como la gripe de 1918 que mató al menos a cuarenta millones de personas en tres meses o la más reciente gripe aviar, un toque de atención desastrosamente ignorado y cuyas evidentes consecuencias estamos sufriendo en el devastador brote actual. Con un lenguaje accesible y riguroso, Davis reconstruye la historia científica y política de un apocalipsis viral en desarrollo, exponiendo los roles centrales de los agronegocios y las industrias de comida rápida, apoyados por Gobiernos corruptos, en la creación de las condiciones ecológicas para el surgimiento de esta nueva plaga.

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01
La virulencia de la pobreza

«Puede que nuestra peor pesadilla
no sea nueva».

RICHARD WEBBY Y ROBERT WEBSTER

L a gripe es un fenómeno familiar y desconocido al mismo tiempo. Aunque se distingue fácilmente del resfriado común porque va acompañada de fiebre moderada o alta y de tos seca, la gripe A puede presentar un amplio cuadro de síntomas (que incluyen dolor de garganta, jaqueca, dolor de huesos, conjuntivitis, mareos, vómitos y diarrea) que se confunden con los de los llamados catarro, resfriado y gripe común. La continua y extendida prescripción de antibióticos para la gripe demuestra lo complicado que resulta para la mayoría de los médicos de cabecera y profesionales de la salud distinguir entre infecciones virales y bacterianas. Como escribió una autoridad mundial en la materia: «Actualmente se acepta que la gripe tiene manifestaciones de muy variada naturaleza. Por sus síntomas clínicos no es sencillo distinguirla de otras infecciones respiratorias agudas, e incluso durante los brotes de gripe virológicamente confirmados, la proporción de enfermedades gripales diagnosticada como tal mediante pruebas de laboratorio asciende a cerca de la mitad de los casos».

Si, por lo general, el diagnóstico de la gripe se limita a meras conjeturas, es prácticamente imposible disponer de un censo preciso de la mortalidad causada por la gripe: a excepción de las pandemias, la gripe se considera normalmente un factor de muerte secundario. Al destruir las células epiteliales ciliadas que barren la suciedad y los gérmenes de las vías respiratorias, la gripe favorece la superinfección bacteriana (la Haemophilus influenzae —que en 1918-1919 fue ampliamente considerada el verdadero patógeno de la pandemia— es una célebre compañera de viaje). Se cree que entre la gripe A y la bacteria neumónica opera una sinergia letal, teniendo en cuenta que el Staphylococcus aureus y el Streptococcus pneumoniae son particularmente virulentos; así, la neumonía bacteriana es la causa más frecuente de muerte por gripe, o al menos la causa más claramente asociada con ella. Pero ¿cómo es posible distinguir la mortalidad que es producto de la gripe de la que está causada por otras neumonías? Como se percató por vez primera William Farr, el que fuera director general de Estadística y Censos de Inglaterra durante la epidemia de gripe de 1847, la estacionalidad bien definida de la infección (de octubre a marzo en el hemisferio norte) en los países templados permite realizar un cálculo aproximado del exceso de mortalidad simplemente restando el promedio anual al pico máximo del invierno.

A pesar de que actualmente los epidemiólogos emplean sofisticados modelos estadísticos de regresión, en Norteamérica y en Europa la mortalidad por gripe todavía se considera un exceso de mortalidad anual. Sin embargo, en los últimos tiempos se ha hecho evidente que la categoría tradicional con la que se la da a conocer —«neumonía y gripe»— es engañosa a la hora de medir el impacto de la gripe entre las causas de muerte. En el momento álgido del invierno, la mayoría de las muertes causadas por isquemias cardíacas, diabetes y enfermedades cerebrovasculares podrían también ser el resultado del impacto de la epidemia anual de gripe; y a la inversa, «las vacunas para la gripe han estado asociadas con grandes reducciones en el riesgo de paro cardíaco primario, infarto recurrente de miocardio, enfermedades cardíacas y embolia. Por desgracia, es probable que una infección que mata principalmente a niños y ancianos no reciba la misma atención que una enfermedad que mata a personas jóvenes y adultos de mediana edad.

Así como es muy difícil calcular la mortalidad por gripe en este país, la mortalidad mundial global es una mera conjetura. Como ha señalado un grupo de investigadores: «Hay una subapreciación y una subestimación del impacto de la gripe en el mundo en vías de desarrollo. Por otra parte, en los países tropicales, la ausencia de una estacionalidad bien marcada en la incidencia de la gripe dificulta la estimación del exceso de mortalidad. Esta falta de datos ha contribuido a reforzar el estereotipo de que la gripe no tiene un peso significativo en Asia o en África.

Pese a que en el trópico los altos índices de infecciones respiratorias agudas se atribuyen a menudo a la tuberculosis, las investigaciones más recientes han demostrado que la mayoría de las muertes por trastornos respiratorios agudos están causadas por virus y que el índice de mortalidad por gripe en los países tropicales es como mínimo equivalente al de los países situados en latitudes medias. En efecto, «es probable que en los países en desarrollo la infección tenga un impacto relativo aún mayor en la salud de las personas, ya de por sí susceptibles a las complicaciones a causa de la desnutrición crónica, de las enfermedades tropicales y del VIH.

En ningún lugar la gripe es una enfermedad tan misteriosa como en el África subsahariana. Esta región es el eslabón más débil en la red mundial de vigilancia de la gripe que coordina la OMS: en los últimos años, Costa de Marfil, Zambia y Zimbabue han cancelado sus sistemas nacionales de vigilancia de la gripe, tras declararse en deuda y bancarrota; en nuestros días, solo Sudáfrica y Senegal rastrean activamente los casos de gripe y cuentan con los medios de laboratorio necesarios para aislar y clasificar los subtipos. En el resto de África, es habitual que los casos graves de gripe se mezclen con los de malaria o que se añadan al cajón de sastre de las «infecciones respiratorias agudas» (IRA). No obstante, en África la gripe anual con frecuencia produce brotes locales explosivos, como la epidemia de Madagascar de 2002, que colapsó el sistema sanitario del país, o como —seis meses más tarde— la irrupción masiva en la provincia de Équateur de la República Democrática del Congo, que generó unas alarmantes tasas de neumonía secundaria.

En los registros históricos, la gripe en el tercer mundo es prácticamente invisible o está poco estudiada. La pandemia apocalíptica de 1918-1919 —«la enfermedad que más muertes ha causado en la historia de la humanidad», según la OMS— es la pauta para los temores más siniestros frente a la inminente amenaza de la gripe aviar. Tras dos generaciones de amnesia cultural, en los últimos años se ha producido un dramático resurgimiento del interés popular por la historia y la herencia de la «gripe española» (llamada así porque los periódicos no somet idos a la censura en la España neutral de la época fueron los primeros en anunciar su aparición).

Mientras tanto, la amenaza de una nueva pandemia alienta constantes investigaciones sobre numerosos aspectos de la estructura molecular del virus de 1918; sobre las enigmáticas circunstancias de su aparición (¿redistribución o recombinación?), sobre su origen geográfico (los epicentros propuestos son: una base militar en Kansas, una trinchera en Francia o el sur de China) y sobre su peculiar forma de ataque (que producía una mortalidad especialmente alta entre los adultos jóvenes). Sin embargo, y a pesar de una renovada investigación académica sobre la pandemia de 1918, resulta sorprendente la ínfima atención que se ha prestado a la ecología de la enfermedad en lo que fue su principal escenario de mortalidad en 1918-1919: la India británica.

Jamás se ha cuestionado el descomunal impacto de la gripe en la India. Durante décadas, la guía autorizada para el seguimiento mundial de la mortalidad pandémica fue el estudio de 1927 Epidemic Influenza, patrocinado por la Asociación Médica Estadounidense y redactado por Edwin Oakes Jordan, editor del prestigioso Journal of Infectious Disease, que dedicó muchos años a analizar las estadísticas de muertes. El enorme pico de mortalidad en el otoño de 1918 —la esperanza de vida en Estados Unidos descendió diez años— le permitió hacer estimaciones del número de víctimas de la pandemia, a pesar de no disponer de datos

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