Agradecimientos
L amento no poder citar aquí los nombres de todos aquellos que, de una forma u otra, me ayudaron a preparar esta autobiografía. Pero algunos de ellos merecen un recuerdo especial.
Al escribir este libro tuve ocasión de conocer y colaborar con una mujer que es una excelente escritora y una animosa hermana. En su calidad de asesora editorial, Toni Morrison no solo me prestó una ayuda inestimable, sino que se mostró paciente y comprensiva ante las continuas interrupciones que sufrió nuestro trabajo como consecuencia de mis responsabilidades en el movimiento por la liberación de los presos políticos.
Agradezco profundamente al Partido Comunista Cubano y a su primer secretario, Fidel Castro, la invitación que me hicieron a pasar unos meses en Cuba para dedicarme plenamente al libro.
Charlene Mitchell, Franklin Alexander, Victoria Mercado, Bettina Aptheker, Michael Meyerson, Curtis Stewart y Leo Branton, mi abogado, revisaron mi original en diferentes momentos. Sandy Frankel y las hermanas y hermanos dirigentes de la Alianza Nacional contra la Represión Racista y Política hicieron siempre cuanto estaba en su mano por armonizar mi trabajo en el libro con las urgentes tareas que debía realizar en tanto que copresidenta de dicha organización. A todos ellos, mi agradecimiento.
Epílogo
A quella noche, durante la celebración de nuestra victoria, en medio del entusiasmo general, nos entregamos a una alegría sin límites. Pero mientras reíamos, mientras bailábamos sin descanso, éramos conscientes de un peligro: si veíamos aquel momento de triunfo como una conclusión y no como un punto de partida, ello equivaldría a olvidar a aquellos que seguían encadenados. Sabíamos que, para salvarles la vida, debíamos defender y desarrollar el movimiento
Este fue el tema de la reunión de dirigentes del Comité Nacional Unido para la Liberación de Angela Davis que convocó Charlene el lunes por la noche, el día siguiente al de mi absolución. Temiendo que algunos comités locales pudiesen considerar terminada su misión, decidimos enviar inmediatamente un comunicado pidiéndoles a todos que continuasen sus actividades. Para asegurarnos de que este mensaje llegaba a las masas, decidimos que yo emprendería una gira en la que, además de expresar nuestra gratitud a quienes se habían sumado al movimiento que logró mi libertad, les pediría que siguiesen con nosotros mientras el racismo o la represión política tuviesen entre rejas a Ruchell, a Fleeta, a los hermanos de Attica o a cualquier otra persona.
Aún no llevaba una semana en libertad cuando salí para Los Ángeles con Kendra, Franklin y Rodney. Desde allí fuimos a Chicago y después a Detroit; a la manifestación de esta ciudad asistieron casi diez mil personas. En Nueva York hablé en el Madison Square Garden, en el concierto que había organizado nuestro Fondo de Defensa Jurídica para recoger dinero.
Recaía ahora sobre mí una enorme responsabilidad política, que me asustaba más que cualquier otra que hubiera asumido con anterioridad, porque sabía que estaban en juego vidas humanas. La única esperanza para los hermanos y hermanas encarcelados era nuestra capacidad de seguir impulsando el movimiento. En las grandes asambleas, a las que asistían mayoritariamente negros, expliqué que mi presencia ante ellos demostraba, nada más y nada menos, el inmenso poder que tiene el pueblo unido y organizado para transformar sus deseos en realidades. Y les recordé que había otros muchos presos que también merecían beneficiarse de aquel poder.
A continuación fui a Dallas y a Atlanta y, después de pasar algún tiempo con mi familia en Birmingham, me dispuse a hacer una gira de un mes de duración por el extranjero. La campaña internacional en mi favor no solo había ejercido una presión decisiva sobre el Gobierno, sino que además había estimulado el desarrollo del movimiento de masas en nuestro país. En el centro del movimiento internacional estaba la comunidad de países socialistas. Por esta razón decidimos visitar especialmente la URSS, así como la República Democrática Alemana, Bulgaria, Checoslovaquia y Cuba. Nuestra última escala sería Chile.
Consideramos aquel viaje como la continuación natural del que habíamos realizado por Estados Unidos: su finalidad principal era expresar mi gratitud a todos aquellos que habían colaborado en la lucha por mi libertad y llamar su atención sobre los demás presos políticos. En aquellos países, las manifestaciones reunían a tanta gente como yo nunca había visto junta: cientos de miles en la RDA, por ejemplo, y casi setecientas cincuenta mil personas en Cuba. En La Habana hablé del caso de Billy Dean Smith, un recluta negro que se oponía activamente a la guerra y a quien se acusaba del asesinato de dos oficiales blancos norteamericanos en Vietnam. En su alocución, el primer ministro Fidel Castro prometió en nombre del pueblo cubano que, al igual que habían luchado por mi liberación, elevarían ahora sus voces por la libertad de Billy Dean Smith. A la mañana siguiente, como por arte de magia, las paredes de La Habana aparecieron cubiertas de letreros exigiendo que Billy Dean Smith fuese puesto en libertad. En nuestros viajes por la isla, los niños que habían hecho dibujos y compuesto canciones acerca de Billy Dean venían a preguntarnos si podríamos salvar a su hermano.
En Estados Unidos se había iniciado ya el proceso de consolidación de un Frente Unido que podía salvar a Billy Dean y, a la larga, a todos los presos políticos. Inmediatamente después de mi regreso, inicié otra gira por universidades y comunidades a fin de divulgar nuestros objetivos, recoger fondos para la organización que estábamos formando y reunir información sobre los presos políticos del país.
Hoy, un año y medio después, hemos creado la Alianza Nacional contra la Represión Racista y Política, que tiene delegaciones en veintiún estados. Nuestros miembros son negros, chicanos, portorriqueños, amarillos, indios y blancos. Estamos orgullosos de haber logrado forjar la unidad entre comunistas, socialistas, demócratas de izquierda y nacionalistas; entre sacerdotes y no creyentes, entre obreros y estudiantes. Todos nosotros entendemos que la unidad es el arma más poderosa contra el racismo y la persecución política. Mientras escribo este epílogo, nos preparamos para marchar, al frente de miles de personas, hacia Carolina del Norte, donde celebraremos una manifestación a escala nacional el 4 de julio. Debemos conseguir que el reverendo Ben Chavis, dirigente negro, no sea sentenciado a 262 años de cárcel por los cargos que le imputa el estado. Debemos liberar a Donald Smith, que a los dieciséis años, por haber participado en el movimiento de su instituto, fue condenado a cuarenta años de reclusión. Y tenemos que rescatar a nuestra inocente hermana Marie Hill, cuya sentencia de pena de muerte, dictada cuando ella tenía solo dieciséis años, se ha convertido en una sentencia de muerte en vida: cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional.
En todo el país hay centenares e incluso miles de casos como el del reverendo Chavis, el de Donald Smith y el de Marie Hill. Nosotros —vosotros y yo— somos su única esperanza de vida y libertad.
PRIMERA PARTE
Redes
«Un ternero saltará,
y su asta romperá la red…».
SEGUNDA PARTE
Rocas
«Tengo una casa en aquella roca,
¿no la ves?…».
TERCERA PARTE
Aguas
«Me iré al primer paisaje
de choques, líquidos y rumores».
FEDERICO GARCÍA LORCA
CUARTA PARTE
Llamas
«Devoradores delfuego del sol,
pondremos cerco a la alta cúpula blanca,
cubriremos los gritos con nuestras alas sagradas:
en esos días seremos terribles».
HENRY DUMAS
Introducción
E sta nueva edición de mi autobiografía aparece casi quince años después de su primera publicación. Ahora aprecio el empuje de aquellos que me persuadieron para que escribiera sobre mis experiencias a una edad que yo consideraba demasiado precoz para producir un trabajo autobiográfico que pudiera poseer un valor significativo para los lectores. Si hoy contemplara los cuarenta años anteriores de mi vida, el libro resultante sería completamente distinto, tanto en la forma como en el contenido. Pero me alegro de haberlo escrito a la edad de veintiocho años porque es, creo, una pieza importante de análisis y descripción históricos de finales de la década de los sesenta y principios de los setenta. Es, además, mi propia historia personal hasta aquel momento, comprendida y trazada a partir de ese punto de vista particular.