KENNETH C. DAVIS
Hay más cosas en el cielo y la tierra, Horacio, que las que sueña tu filosofía.
No son necesariamente así.
C uando estaba en sexto grado, comenzaron a levantar un edificio frente a la escuela. Como la mayoría de los chicos de diez u once años, prefería observar las grúas en acción y el volcado del concreto a cualquier cosa que escribieran en el pizarrón. Pasé la mayor parte de sexto grado mirando por la ventana. No creo que haya aprendido nada ese año.
La estructura de ladrillo rojo cuya construcción observé, fascinado, y absorto, era una iglesia. A diferencia de las encumbradas catedrales góticas de Europa o el formidable templo de piedra, semejante a una fortaleza, al que concurría mi familia, ésta no era una iglesia típica. Sus constructores le habían dado la forma de una embarcación poderosa. Presuntamente…era el Arca de Noé. La mayoría de nosotros tenemos una imagen mental del Arca y casi todos creemos que es un hermoso remolcador con una casita en la punta.
Pero el Arca de Noé no tenía ese aspecto. Usted mismo puede comprobarlo. En el Génesis encontrará el Pequeño Libro de Instrucciones de Dios, un conjunto de planes divinos para construir un arca. Lamentablemente, al igual que la mayoría de las instrucciones que acompañan a las bicicletas, a los artículos domésticos a y, las herramientas, éstas son un poco vagas, y proveen poco más que las medidas aproximadas de 300 codos x 50 codos x 30 codos (o, también aproximadamente, 140 metros de largo, 22 metros de ancho y 12 metros de alto). Dios le dijo a Noé que agregara un techo y tres cubiertas. Por si fuera poco, las directivas de Dios carecían de diagrama, a menos que Noé se haya deshecho de los planos luego de terminar el Arca. De modo que debemos creer que Noé logró armarla a tiempo para enfrentar el Diluvio y dar curso a uno de los primeros milagros.
Muchos años después de haber mirado por la ventana de aquel aula, descubrí que la palabra hebrea para “Arca” significaba literalmente “caja” o “baúl.” En otras palabras, el Arca de Noé tenía el aspecto de una enorme canasta de madera, más larga y más ancha que una cancha de fútbol norteamericano y más alta que un edificio de tres pisos. Entonces, el arquitecto que diseñó esa iglesia semejante al Titanic tal vez entendía de contrafuertes y paredes resistentes. Pero no conocía su Biblia.
No era el único. Millones de personas en todo el mundo poseen una Biblia, y profesan leerla y seguir sus dictados. Muchos dicen estudiarla a diario. Pero la mayoría de nosotros jamás hemos abierto una Biblia, a pesar de que insistimos en su importancia. De acuerdo con una encuesta reciente, nueve de cada diez norteamericanos tienen una Biblia, pero la mitad de ellos jamás la ha leído. ¿Por qué? Para la mayoría de la gente la Biblia es difícil de entender. Es confusa. Es contradictoria. Es aburrida. En otras palabras, la Biblia se adapta perfectamente a la definición de un clásico dada por Mark Twain: “Un libro que la gente elogia pero no lee.”
No sólo elogiamos la Biblia sino que la citamos diariamente, en público y en privado. Penetra nuestro lenguaje y nuestras leyes. Está presente en los juramentos que se hacen en los tribunales. A pesar de la Primera Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos de Norteamérica, está en los escalones del Capitolio cada vez que asume su cargo un nuevo presidente. Es citada por políticos y predicadores, dramaturgos y poetas, amantes de la paz y provocadores.
Tal como lo demuestran sus ventas fenomenales, la Biblia ocupa un lugar especial en casi todos los países del mundo. La venta de Biblias a nivel mundial es literalmente imposible de calcular. Incluso es difícil rastrear y conocer todas las traducciones de la Biblia que existen en el mundo. Hay traducciones completas de la Biblia a más de 40 idiomas europeos y 125 idiomas asiáticos y de las islas del Pacífico, y traducciones parciales a más de 100 idiomas africanos, además de aproximadamente 500 versiones de fragmentos bíblicos traducidos a otros tantos idiomas africanos. Se han producido por lo menos quince Biblias completas para los indios americanos. La primera traducción para ellos, finalizada en 1663, se hizo al idioma de la tribu Massachusetts, a la que los colonos puritanos pronto barrieron de la faz de la Tierra.
Hay aproximadamente 3,000 versiones de fragmentos bíblicos y de la Biblia completa en idioma inglés. La versión del rey James, publicada por primera vez en 1611, y la Versión Estándar Revisada siguen siendo las traducciones más difundidas, pero los editores medran publicando nuevas versiones y Biblias “especializadas” cada año. La Biblia Viviente, una versión contemporánea en paráfrasis, ha vendido más de 40 millones de ejemplares desde 1971. Las clases de estudio de la Biblia atraen a millones de estudiantes en el mundo entero. Así, ya la veneremos de manera formal o no tanto, queda claro que los pueblos de casi todas las naciones conservan una inalterable fascinación por la Biblia y su rico tesoro de historias y lecciones.
Para muchos de ellos sigue siendo “la más grande historia jamás contada.” Para millones de cristianos, el Antiguo y el Nuevo Testamento componen el “Libro sagrado.” Para los judíos no hay “Antiguo” ni “Nuevo” Testamento, sino un conjunto de escrituras hebreas equivalentes al Antiguo Testamento de los cristianos. A pesar de estas diferencias, el lazo común entre cristianos y judíos es fuerte: estos libros han sido fuente de inspiración, curación, guía espiritual, y reglas éticas durante miles de años.
Evidentemente, la Biblia es muchas cosas para mucha gente. El problema es que la mayoría de nosotros no sabe mucho acerca de ella. Criados en un mundo secular, saturado por los medios, en el que las referencias a Dios y la religión nos sumen en un embarazoso silencio, tenemos razones de peso para esta ignorancia. Para algunos, simplemente el aburrimiento provocado por el zumbido de la escuela dominical o la clase de hebreo. Otros recibieron su conocimiento básico de la Biblia de las grandiosas pero obviamente imprecisas épicas de Hollywood, como Los diez mandamientos, La más grande historia jamás contada y El manto sagrado .
Pero la mayoría de la gente no sabe nada en absoluto del libro que influyó, más que ningún otro, sobre el curso de la historia humana. Las escuelas públicas no se atreven a incluir la religión como materia…y tal vez debamos estar agradecidos por ello, sobre todo si tenemos en cuenta cómo dictan las demás materias. Los medios generalmente limitan la cobertura del tema religioso a las dos transmisiones anuales de Navidad y Pascua, a menos que se produzca un escándalo o un desastre inspirado por un lunático, como los cultos de Heaven’s Gate o los Branch Davidian. Hemos dejado de mandar a nuestros hijos a la escuela dominical o a la sinagoga, y hemos dejado de concurrir nosotros mismos. La ignorancia no se detiene en las puertas de la iglesia. En una encuesta realizada en 1997, el Sunday Times de Londres descubrió que ¡solamente el 34% de 220 sacerdotes anglicanos podían recitar los diez mandamientos sin ayuda! Todos recordaron las partes alusivas a no matar y a no cometer adulterio. Pero después las cosas se enredaron un poco. De hecho, el 19% de estos sacerdotes creían que el octavo mandamiento decía: “La vida es un viaje. Disfruta la el paseo.”