RICHARD LEAKEY, paleontólogo keniata, hijo de los ingleses Louis Leakey y Mary Nicol, descubridores de restos homínidos de extraordinaria importancia en el este de África (Austrolopithecus robustus, Homo habilis). Decidido a independizarse y no seguir el camino de sus progenitores, Richard opta a la edad de dieciséis años por dejar la escuela secundaria y trabajar en diversas actividades, como vendedor de animales y esqueletos a instituciones de investigación, como fotógrafo de safaris y más tarde entrenándose como piloto de avión. Sin embargo, redescrubrirá paulatinamente lo que él llama su amor por la paleontología, actividad que lo acompañaba en su entorno familiar desde su infancia. Trabajando en la recolección de fósiles con Kamoya Kimeu, Leakey aprenderá a distinguirlos y clasificarlos, adquiriendo así toda su formación profesional de lo que observaba y oía en las excavaciones. Habiendo conocido en una expedición en Kenya a Margaret Cropper, Richard viaja a Inglaterra cuando ella retorna, completando allí sus estudios secundarios. Sin embargo, ambos decidirán casarse y regresar a Kenya sin proseguir estudios universitarios.
ROGER LEWIN, tras doctorarse en bioquímica en la Universidad de Liverpool, trabajó durante nueve años para la revista New Scientist en Londres y durante otros nueve para Science en Washington. Autor de varios libros de divulgación científica, Lewin ha escrito junto con el conocido antropólogo Richard Leakey tres obras, la última de las cuales fue Interpretación de los fósiles. En 1989 recibió el Lewis Thomas Award for Excellence in Communicating Life Science.
Las páginas de este libro representan años de trabajo y de continua interacción con mis colegas. Citar sólo algunos nombres sería ofensivo, e injusto. Damos, pues, las gracias a todos; ellos ya saben quiénes son. Pero hay dos nombres que no pueden permanecer anónimos: Kamoya Kimeu y Alan Walker, viejos amigos y colegas. Merecen mención especial el gobierno de Kenia y los directores del Museo Nacional por autorizar y alentar nuestra investigación. Finalmente, agradecemos a nuestras respectivas esposas su sólido y constante apoyo.
Título original: Origins reconsidered. In search of what makes us humans
Richard Leakey y Roger Lewis, 1992
Traducción: A. Ruiz Pablo
Ilustraciones: Enric Satué
Diseño/retoque portada: Enric Satué
Editor original: ptmas (v1.0 a v1.0)
ePub base v2.0
Notas
Esta obra constituye una exploración de los orígenes de la humanidad por parte de Richard Leakey, el paleoantropólogo que en 1984, con el hallazgo del "joven turkana" -el primer esqueleto casi completo de Homo erectus, con una antigüedad de más de un millón y medio de años-, realizó uno de los descubrimientos de homínidos fósiles más extraordinarios de todos los tiempos. Para Leakey, que ha contado en esta obra con la colaboración del bioquímico Roger Lewin, el estado actual a que ha llegado la Paleoantropología después de descubrimientos tan fundamentales como el del joven turkana indica que ya es posible la investigación de los componentes que configuran las señas de identidad específicamente humanas en el marco de la historia evolutiva y más allá de cualquier hipótesis creacionista.
El gran antropólogo Richard Leakey nos invita en este libro a una apasionante exploración. Un viaje, en primer lugar, a las orillas del lago Turkana para compatir la emoción del descubrimiento de un antepasado de más de un millón y medio de años de antigüedad. Un recorrido, después, a lo largo de las interpretaciones y los debates sobre el origen del hombre en los últimos veinte años. Y, finalmente, una indagación en busca de nuestra propia identidad para comprender "cómo" nos hicimos humanos.
Autor
Nuestros orígenes
En busca de lo que nos hace humanos
ePUB v1.0
ptmas20.03.12
PROLOGO
Durante más de dos años he vivido con la constante sensación de peligro: soldados armados vigilaban mi casa, y unos guardaespaldas me acompañaban a todas partes en mi Land Cruiser, y otro coche detrás, siguiéndonos. Me sorprende cuan rápidamente me he acostumbrado a su presencia, como algo cotidiano. Pero nunca olvido que se trata de personas que antes querrían verme muerto que vivo.
En abril de 1989 el presidente Daniel Arap Moi, jefe de Estado de Kenia, nos sorprendió, a mí y a muchos otros, al nombrarme director del Kenya Wildlife Service.
Mi tarea consistía en evitar la creciente caza furtiva de elefantes y rinocerontes y establecer una estructura administrativa de control de los animales salvajes, base de nuestra industria turística. Esta industria es de vital importancia para Kenia porque atrae divisas. Pero la lucha contra la caza furtiva del marfil implica enfrentarse a gente muy poderosa que se ha enriquecido a manos llenas con la masacre de animales salvajes. De ahí que quisieran librarse de mí.
Ahora estoy inmerso de lleno en un ambicioso programa cuyo objetivo es la coexistencia entre los animales salvajes y las poblaciones humanas. El equilibrio será difícil, dada la presión demográfica existente y la fragilidad de las mermadas comunidades de la fauna salvaje. En muchos aspectos representa un microcosmos de la difícil situación por la que atraviesa todo el planeta.
Cuando el presidente Moi me pidió que aceptara el trabajo, lo consideré un honor.
Era consciente de dónde me metía y de lo que dejaba. Durante veinte años había sido director del Museo Nacional de Kenia y había pasado la mayor parte del tiempo visitando el lago Turkana, al norte del país, en busca de fósiles de los primeros humanos. La búsqueda de fósiles ha sido, y sigue siendo, mi primer amor.
Tengo la suerte de vivir y trabajar en el continente que Charles Darwin llamó «la cuna de la humanidad». Y tengo la suerte, asimismo, de haberme criado en una tradición familiar de independencia, de determinación, y de convicción de que ni aun el medio más hostil tiene por qué ser necesariamente peligroso. La naturaleza salvaje me ha sido tan familiar como el parvulario y la escuela lo son para tantos adolescentes.
Puedo sobrevivir allí donde muchos occidentales sucumbirían a la sed, al hambre o a los depredadores. Lo aprendí de niño.
No hace falta ser un aventurero para buscar en zonas recónditas de la sabana restos fósiles de nuestros antepasados. Pero saber cómo encontrar alimento, dónde dar con agua, y cómo evitar el peligro en un paisaje árido y desnudo, me ha dado una sensación de paz, de «comunión». Me siento unido a nuestros antepasados, percibo intimidad con esa tierra que fue la suya. Y, evidentemente, está también la tradición Leakey. Mis padres, Louis y Mary, revolucionaron la investigación sobre los orígenes humanos con sus famosos descubrimientos.
Pese a que de joven anhelaba profundamente mi independencia, y aunque luché desesperadamente por salir de la sombra de mis padres, sin saber muy bien cómo, me vi empujado a interrogarme sobre nuestros principios, sobre qué hizo que seamos como somos. Aún hoy me resulta difícil explicar cómo la emoción subyacente a esa búsqueda fue más fuerte que mi decisión intelectual -frecuentemente expresada- de desvincularme del mundo de los fósiles. Tal vez fuera la aventura, el desafío de estar ahí en plena vida salvaje. Louis murió repentinamente en 1972, y me satisface poder decir que habíamos conciliado nuestras diferencias. Él había aceptado finalmente mi independencia, y yo la realidad de sus grandes contribuciones científicas, cosa que hasta entonces no había podido ver ni comprender.