Diego Enrique Osorno
La guerra de Los Zetas
Diego Enrique Osorno nació en Monterrey, México, en 1980. En su carrera como autor ha escrito cinco libros sobre el narcotráfico en México. Como periodista, ha recibido varios premios, entre los que cabe destacar el Premio Latinoamericano de Periodismo sobre Drogas 2011 y el Premio Internacional de Periodismo Proceso 2011. Forma parte del equipo de reporteros de la revista Gatopardo y ha sido publicado en revistas y periódicos a nivel internacional como El Universal, Newsweek, El Diario de Nueva York y Vice. Ha trabajado para diversos proyectos cinematográficos, y es codirector del documental El Alcalde.
PRIMERA EDICIÓN VINTAGE ESPAÑOL, DICIEMBRE 2013
Copyright © 2012 por Diego Enrique Osorno
Copyright del prólogo © 2012 por Juan Villoro
Todos los derechos reservados. Publicado en coedición con Random House Mondadori, S. A. de C. V., México, D.F., en los Estados Unidos de América por Vintage Español, una división de Random House LLC, Nueva York, y en Canadá por Random House of Canada Limited, Toronto, compañías Penguin Random House. Originalmente publicado en español en México, D.F. por Random House Mondadori, S. A. de C. V., México, D.F., en 2012. Copyright de la presente edición en castellano para todo el mundo © 2012 por Random House Mondadori, S. A. de C. V.
Vintage es una marca registrada y Vintage Español y su colofón son marcas de Random House LLC.
Información de catalogación de publicaciones disponible en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos.
Diseño de los mapas por Irionik Rotten
Vintage ISBN: 978-0-8041-6949-3
eBook ISBN: 978-0-8041-7032-1
Diseño: Random House Mondadori/Genovena
www.vintageespanol.com
v3.1
Para Raymundo,
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PRÓLOGO
El clan de la última letra
Juan Villoro
E n la zona menos documentada de México, Nuevo León y Tamaulipas, el rincón noreste del país, se encienden velas negras para pedir por las “cosas difíciles”. ¿Quién responde a esas plegarias? La dama de los desiertos vacíos: la Santa Muerte.
Con excepcional valentía, Diego Enrique Osorno recorrió la región donde la fe depende de una deidad armada de guadaña. En 2010 el ejército siguió la misma ruta a lo largo de 200 kilómetros de terregales para destruir los altares de la Santa Muerte; ya que no se puede acabar con un enemigo incierto, se busca aniquilar sus símbolos. Pero una y otra vez, las flamas vuelven a encenderse.
En un país donde los cadáveres amenazan con transformarse en mera estadística, Osorno busca historias, claves de sentido. Convencido de que la construcción de la esperanza pasa por comprender el tamaño del mal, indaga sus causas.
Con inquietante astucia, el Mefistófeles de Goethe reveló que también el infierno tiene lógica. ¿Hay forma de entender la devastación de los últimos años? La “suave patria” a la que cantó Ramón López Velarde se ha transformado en un sembradío de cuerpos mutilados, y registrar la sangre derramada puede ser peligroso. De acuerdo con Reporteros sin Fronteras, estamos en el sitio más inseguro para ejercer el periodismo. El trabajo de Osorno representa un atrevimiento, pero también, sobre todo, una búsqueda profunda y racional. No estigmatiza ni simplifica a sus informantes. En cada diálogo confirma que sólo el que escucha a los otros puede descifrarlos.
En medio de la barbarie, Osorno toma notas. Estamos ante un cronista que favorece las camisas de inspiración vaquera, habla con la respetuosa voz de un maestro que no quiere dejar de ser alumno y despliega la extraña bondad de las personas corpulentas que no desean ostentar su fuerza. Con este aspecto campechano, un testigo de excepción investiga turbulencias.
El cronista nació en Monterrey y ahí pudo ver la transformación de una metrópoli próspera, donde el crimen era mítico, en una urbe criminal, donde la prosperidad es mítica. Registrar ese proceso representó para él una dolorosa educación: el sueño de su ciudad convertido en pesadilla.
Después de trabajar en medios locales, perfeccionó su oficio en las páginas del periódico Milenio. Miles de reportajes lo acreditan como alguien que, sencillamente, no conoce la pausa. Ningún problema grave le es ajeno: de los mineros muertos en Pasta de Conchos a la insurrección en Oaxaca, pasando por el cártel de Sinaloa y los niños calcinados en la Guardería ABC.
Pero no es el tremendismo lo que guía su prosa, sino el deseo de entender con empatía el destino de las víctimas. Sus recursos se han afinado con los años. Sin abandonar las técnicas básicas del reportaje (el conocimiento de los datos, las voces de los testigos, la importancia noticiosa de los hechos), ha ampliado su registro para narrar de manera más intensa y analítica sirviéndose de técnicas literarias y ensayísticas. La guerra de Los Zetas confirma a un cronista en plenitud de sus facultades.
Para ser fiel a una realidad despedazada, Osorno ha escrito un libro fragmentario, un caleidoscopio cuya unidad depende de la fuerza articuladora de la reflexión: de manera asombrosa, la disolución del país puede tener explicaciones de conjunto.
En su vertiente más narrativa, La guerra de Los Zetas lleva a las guaridas de los capos y a pesquisas de las que se excluye a otros reporteros que posiblemente informan a los criminales; reconstruye las polvosas rutas del narcotráfico, y entrega entrevistas con políticos, testigos protegidos, sociólogos, colegas del periodismo, soldados y una representante de la Asociación del Rifle en Estados Unidos. Un insólito sondeo de lo que ocurre en la impunidad. Pero el libro también ofrece una vertiente reflexiva. El autor desea entender ese incendio que llamamos “realidad”. Leer La guerra de Los Zetas es un singular acto de conocimiento.
En su retrato de grupo, Osorno ha seguido el precepto del fotógrafo Manuel Álvarez Bravo: “Para descubrir lo invisible hay que prestar atención a lo visible”. El cronista no cierra los ojos y levanta el inventario de los daños; luego procede, como hacía Álvarez Bravo, a la revelación de un misterio: lo más extraño del mal es que tiene una razón.
E L SAFARI COMO PSICOANÁLISIS
“No sé cuántos elefantes he tenido que matar para ser yo mismo”, comenta Mauricio Fernández Garza, alcalde del municipio más rico de México, San Pedro Garza García, zona residencial de Monterrey.
Para la mayoría de las personas, el inconsciente está en su cabeza. El singular Fernández Garza tuvo que viajar a África y abatir paquidermos para encontrar su mundo interior. Como los niños que cantan “Un elefante se balanceaba…”, ha perdido la cuenta de sus presas. Sin embargo, entre la pólvora de sus disparos emerge algo más que el capricho de un millonario. El ávido coleccionista que compra los huesos de un dinosaurio y cuadros de Julio Galán, el carismático hombre de acción que aborda temas delicados con desafiante franqueza norteña, el alcalde más raro del mundo, tiene una misión. Cuando un elefante entra en su mira y jala del gatillo, se llena de energía para volver al país donde su hija estuvo a punto de ser secuestrada y en el cual abandonó las comodidades del plutócrata para circular en una camioneta blindada buscando soluciones para la violencia.