ESCOLAR EN LONDRES
—Según lo que usted cuenta, sus padres llegaron a Inglaterra como judíos pobres.
—No tenían ni un céntimo. En Riga vivimos en casa de unos parientes. Antes de la guerra mi padre había hecho negocios en Inglaterra y, por algún error, la enorme suma de dinero que se le debía no había sido enviada a Rusia por el banco de Londres. Entonces, mi padre descubrió con sorpresa y alivio que poseía unas diez mil libras en Inglaterra, una importante suma de dinero. Así que, una vez instalados, pudo dedicarse de nuevo al comercio de la madera.
—¿Usted continuó siendo educado por una institutriz?
—No. Al llegar a Inglaterra nos fuimos a vivir a Surbiton, porque los conocidos de mi padre le habían dicho: «No podéis vivir en Londres; a los ingleses no les gustan las ciudades, prefieren vivir en el campo. Nosotros estamos en Surbiton, venid e instalaos cerca de nosotros». Y Surbiton resultó ser una especie de barrio residencial en las afueras. Allí fui a una escuela preparatoria durante un año. En ese momento estaba a punto de cumplir once.
—¿Y después?
—Nos mudamos a Londres.
—¿A qué escuela asistió usted?
—A la de St. Paul.
—¿Recibió una beca?
—Al principio no, pero creo que después de dos años la solicitamos de nuevo y me la concedieron.
—¿Y, básicamente, que es lo que recuerda usted que estudiaba?
—Lenguas clásicas: latín y griego.
—¿Se le daba bien?
—No especialmente, pero estaba bastante satisfecho. Nunca fui el mejor de la clase, ni el segundo o el tercero; era el séptimo u octavo en un aula de 26 chicos, pero me las apañé. Aprendí latín y griego, un poco de literatura inglesa y algo de historia. No mucho.
—¿Nada mas?
—Bueno, también teníamos un profesor de francés y otro de alemán.
—¿Su familia estaba interesada en los asuntos intelectuales o académicos?
—No, mi padre llevaba una vida muy tranquila en Kensington. Mis padres no solían relacionarse con rusos blancos émigrés.
—¿Por qué?
—Porque mis padres querían vivir su propia vida en Inglaterra; como anglofilos que eran, no tenían especial interés en relacionarse con los rusos.
—¿Y tampoco vivían entre judíos?
—No.
—Así que se estaban asimilando.
—Bueno, conocían a otros judíos e iban a la sinagoga, a la Nueva Sinagoga de West End, que era frecuentada por judíos ingleses eminentes. Algunos de ellos nos conocían de Kensington, pues eran nuestros vecinos, pero nuestra familia llevaba una vida tranquila. Después de trabajar, mi padre llegaba a casa, leía el Evening Standard, cenaba, leía un libro y se iba a la cama.
—Usted era hijo único.
—Así es.
—¿Hizo amigos ingleses en la escuela de St. Paul?
—Desde luego, y también en la escuela preparatoria. Había muchos judíos en St. Paul. Pero debo decirle que, en un principio, pensé en matricularme en la escuela de Westminster. Sin embargo, mi profesor de Lenguas Clásicas me dijo: «Te llamas Isaiah. Me temo que a algunos chicos les parecerá divertido tu nombre y se meterán contigo. ¿No crees que deberías cambiarlo por otro más inglés como James o Charles?». Pensé que si tenía que cambiar de nombre, no quería ir a una escuela así, de modo que opté por St. Paul, porque allí, entre los quinientos o seiscientos alumnos, había un grupo respetado de unos sesenta o setenta judíos. Entre mis amigos había judíos y no judíos. Tenía amigos íntimos como Jack Stephenson, James Whitely, el famoso John Davenport, el futuro novelista Arthur Calder-Marshall, Clare Parsons, quien luego sería poeta. También estaban Leonard Schapiro y Wolf Halpern, quien moriría en la batalla de Inglaterra. Halpern era medio judío.
LA IZQUIERDA HOY
—Ha dicho algo sin duda interesante al comentar que, si la izquierda hubiese ganado, Rusia podría haber tenido un Estado liberal. ¿Piensa que el liberalismo es esencialmente la izquierda, o, dicho de otro modo, que desde el punto de vista histórico estuvo y está ligado a la izquierda?
—En cierto sentido, sí. La izquierda se habría opuesto al poder estatal centralizado, pero, claro está, la izquierda de nuestros días también puede ser enormemente fanática; ahí reside la gran dificultad cuando utilizamos el término izquierda. En la Rusia actual a los estalinistas se les considera la derecha, mientras que los partidarios de Sájarov son vistos como la izquierda. En ese sentido, el liberalismo es indudablemente la izquierda del centro.
—Bien, entonces en nuestros días existe una gran confusión sobre el asunto.
—Así es. Pero si retomamos el viejo uso de los términos izquierda y derecha, el que se hacía en el siglo XIX, entonces yo diría que sí, que el liberalismo está ligado a la izquierda, porque ambos recelaban del poder excesivo de la autoridad, se oponían a dicho poder, que descansaba en la tradición, los valores irracionales y la fuerza. Esto último es lo que definía a la derecha. Por tanto, la oposición a ello en favor de la tolerancia de los valores humanos estaba necesariamente asociada a la izquierda. Los bolcheviques fueron mucho más allá de cualquier cosa llamada izquierda hasta entonces.
—¿Y por qué piensa que ya no podemos usar estos términos?
—Bien, simplemente porque la Unión Soviética ha hecho inservible esa terminología. Permítame que le haga una pregunta.
—Adelante.
—En su opinión, ¿que es lo que ha privado al mundo de todo tipo de líderes de izquierda respetados? Le explicaré a qué me refiero. Podríamos decir que lo que llamamos «izquierda» comenzó en París, o en Francia, a principios del siglo XVIII. Voltaire fue realmente el fundador de lo que podríamos definir como oposición a la Iglesia y a la autoridad arbitraria del rey, y como defensa de la tolerancia, la razón, la ciencia y la idea del vive y deja vivir. El pensador francés odiaba la Biblia, veía en ella la intolerancia; estaba en contra del cristianismo porque lo consideraba irracional e intolerante. Tenía respeto por una China imaginaria, pero no por los bárbaros que había entremedias.
—No le gustaban mucho los judíos.
—Desde luego que no. En parte porque, al fin y al cabo, era antisemita como la mayoría de sus contemporáneos, y en parte porque consideraba que los judíos eran los responsables de la horrible cristiandad. Fue un líder, de tipo liberal. Era seguido por los enciclopedistas, quienes representaban la oposición natural a lo que podríamos llamar gobierno autoritario. Tras ellos vino la Revolución francesa, que se volvió autoritaria bajo el Terror, pero no duró mucho. Después llegó Napoleón, quien no era irracional, sino en cierto modo progresista, y tras él nos encontramos con la Restauración. Entonces, después de años de actividad clandestina, de conspiraciones de todo tipo, asoman en París los movimientos radicales de las décadas de 1830 y 1840. La ciudad era un refugio para revolucionarios. Allí estaban todos: Bakunin, Marx, Louis Blanc, Blanqui, Herzen, Proudhon, Heine, George Sand, Leroux, y todos peleando entre ellos. Entonces llega 1848, y después —hablo únicamente de Francia, y en concreto de París— Napoleón III se hace con el poder, momento en el que Víctor Hugo y Michelet prefieren partir al exilio antes que soportar al tirano. Después, en 1871, llega la Comuna, y tras ella nos encontramos con al menos dos o tres partidos socialistas: los marxistas, los seguidores de Jean Allemane o posibilistas y otros. Luego, el caso Dreyfus, el auge del anticlericalismo y el antiautoritarismo. Más tarde, la Primera Guerra Mundial, básicamente la lucha contra un Estado autoritario por parte de gentes que se consideraban liberales. Tras ello, llega el Partido Comunista francés, una fuerza que será poderosa más o menos hasta 1970, Añadamos también les événements de 1968. ¿Y después qué? Nómbreme a unas cuantas figuras de izquierda.
—Foucault.
—No, no, no me refiero a eso. Imagine que soy un joven que defiende a los pobres y esta en contra de los ricos. Odio el capitalismo, quiero igualdad social y justicia. Defiendo el tipo de ideales que durante dos siglos la izquierda tuvo o afirmó tener. ¿Quién es entonces mi líder? Foucault no sirve como respuesta, pues no tenía ningún programa político. Durante veintidós años no ha habido nadie.