El romanticismo supuso el cambio de mayor envergadura ocurrido en la conciencia de Occidente a lo largo de los siglos XIX y XX. De ahí su enorme importancia. Todos los otros movimientos que tuvieron lugar durante el periodo parecen en comparación, menos importantes y están, de todas maneras, profundamente influenciados por éste.
Para Isaiah Berlin, los románticos pusieron en marcha una revolución sin precedentes en la perspectiva que la humanidad tenía de sí misma. Destruyeron las nociones tradicionales de verdad objetiva y de validez ética y causaron efectos incalculables en todos los aspectos de la vida. En su opinión: «El mundo no ha sido lo mismo desde entonces, nuestra política y nuestra moral se han visto profundamente transformadas por ellos. Sin duda, éste ha sido el cambio más radical y más dramático, por no decir el más pavoroso, en la perspectiva del hombre de los tiempos modernos».
En las brillantes reflexiones que recoge este libro, Berlin, uno de los principales historiadores de las ideas del siglo XX , traza el desarrollo del romanticismo desde su despertar en el siglo XVIII hasta su desenfrenada apoteosis, mostrándonos cómo este legado aún perdura en la conciencia contemporánea.
Isaiah Berlin
Las raíces del romanticismo
Conferencias A. W. Mellon en Bellas Artes, 1965
Título original: The Roots of Romanticism
Isaiah Berlin, 1999
Edición: Henry Hardy
Traducción: Silvina Marí
Para Alan Bullock
PREFACIO DEL EDITOR
Cada cosa es lo que es, y no otra cosa.
JOSEPH BUTLER
Todo es lo que es…
ISAIAH BERLIN
La observación de Butler era una de las citas favoritas de Isaiah Berlin, y él la evoca en uno de sus ensayos más importantes. Aquí la tomo como punto de partida para evitar malentendidos, ya que lo primero que ha de decirse acerca del presente volumen es que no se trata en absoluto de la obra sobre el romanticismo que Berlin siempre anheló escribir después de concluir las conferencias A. W. Mellon sobre este tema en la National Gallery of Art de Washington, en marzo y abril de 1965. Durante los años subsiguientes, en especial después de retirarse en 1975 de sus funciones como presidente del Wolfson College de Oxford, Berlin continuó desarrollando una extensa lectura, teniendo siempre en mente escribir un libro sobre el romanticismo para el que acumuló una gran cantidad de apuntes. En la última década de su Vida reunió todas sus notas en un despacho y se dedicó a organizarlas y recomponerlas: confeccionó una lista de encabezamientos bajo los cuales ordenó una selección de dichos apuntes que grababa en casete. También consideró utilizar este material para una larga introducción a una edición de un trabajo de E. T. A. Hoffmann, en lugar de publicarlo como un ensayo independiente. Pero en definitiva, esta nueva síntesis nunca prosperó, tal vez, en parte, por haberla dejado estar demasiado tiempo; y tengo entendido que Berlin nunca fue más allá de la primera línea de dicha obra.
El hecho de que no haya escrito una versión revisada de sus apuntes es, a todas luces, motivo de pesar tanto para los lectores como lo fue para el propio Berlin. Pero la pérdida no es total: de haber existido, el presente volumen —que no es más que una transcripción editada de sus conferencias— jamás habría sido publicado; y la frescura, la sensación de proximidad, de intensidad y vivacidad que nos transmite no se habrían dado en una versión cuidadosamente editada y ampliada. Hay varias otras conferencias de Berlin, que sobreviven en forma de grabaciones o transcripciones, que pueden compararse con las obras que luego derivaron de ellas, o con los textos que les sirvieron de base. Nos demuestra que las repetidas revisiones que Berlin hacía de sus escritos en vías de publicación, si bien enriquecían conceptualmente el contenido y daban mayor precisión al trabajo, a veces también restaban espontaneidad y fuerza a su discurso. Un texto que funciona tan sólo como guión narrativo —un «torso», lo denominaría Berlin— puede darle a una conferencia mayor vivacidad y autenticidad que la mera lectura de un manuscrito. La conferencia dictada a partir de apuntes y el libro cuidadosamente preparado y editado son, podría decirse, en terminología pluralista, inconmensurables. En este caso, ya sea para nuestro beneficio o detrimento, contamos únicamente con uno de los dos proyectos intelectuales centrales de Berlin.
El título empleado en este libro fue sugerido por el propio Berlin tempranamente. Luego, para dictar sus conferencias, fue reemplazado por «Las fuentes del pensamiento romántico», debido a que en las primeras páginas de la novela de Saul Bellow Herzog, publicada en 1964, el personaje principal, un profesor universitario judío llamado Moisés Herzog pasaba por una crisis de autoestima e intentaba, sin demasiado éxito, dictar en una escuela nocturna de Nueva York un curso de educación para adultos cuyo título era precisamente «Las raíces del romanticismo». Según tengo entendido, esto fue una mera coincidencia —Berlin negó que estos hechos tuvieran conexión alguna— pero, de cualquier modo, el primer título tenía mayor resonancia, y si existieron en algún momento razones para abandonarlo, sin duda hoy han desaparecido.
Si bien las observaciones que le sirvieron a Berlin de introducción a la inauguración de sus conferencias son demasiado circunstanciales como para formar parte del cuerpo de este volumen, revisten cierto interés preliminar. He aquí, entonces, un fragmento importante de ellas:
Estas conferencias están fundamentalmente dirigidas a genuinos expertos en arte —a historiadores del arte y a especialistas en estética, grupo en el cual no me veo incluido—. Mi única excusa válida para escoger este tema es que, naturalmente, el movimiento romántico tiene relevancia para el arte: el arte entonces, si bien no soy un gran conocedor, no puede quedar excluido y prometo no relegarlo demasiado.
Hay un sentido en el que la conexión entre el romanticismo y el arte es aún más fuerte. Si me encuentro capacitado para hablar de este tema es porque pretendo ocuparme de aspectos políticos, sociales y también morales; y creo poder afirmar acerca del movimiento romántico que se trata de un movimiento que no concierne exclusivamente al arte, no es solamente un movimiento artístico sino tal vez el primer momento, indudablemente en la historia de Occidente, en el que el arte dominó otros aspectos de la vida, donde existía una especie de tiranía del arte sobre la vida, cosa que, en cierto sentido, constituye la esencia del movimiento romántico; por lo menos, eso es lo que intentaré demostrar.
Debo agregar que mi interés por el romanticismo no es netamente histórico. Muchos fenómenos que vivimos hoy en día —el nacionalismo, el existencialismo, la admiración por los grandes hombres, la admiración por instituciones impersonales, la democracia, el totalitarismo— se ven profundamente afectados por el romanticismo, que los penetra a todos. De allí que éste sea un tema no enteramente irrelevante a nuestro tiempo.
También es de interés el fragmento que sigue. Proviene del borrador que preparó Berlin para la inauguración de sus conferencias. Es el único texto escrito por él para este proyecto que he encontrado entre sus notas:
No pretendo ni intentar definir al romanticismo en términos de atributos u objetivos, ya que, como sabiamente nos alerta Northrop Frye, cuando uno quiere destacar alguna característica obvia de los poetas románticos —por ejemplo, la nueva actitud hacia la naturaleza o el individuo— y señalar que es propia de los nuevos escritores del periodo que va de 1770 a 1820, y contrastarla así con la actitud de Pope o Racine, siempre habrá alguien que produzca evidencia contraria basándose en Platón o Kalidhasa, o (como hizo Kenneth Clark) en el emperador Adriano, o (como Seilliére) en Heliodoro, o en algún poeta medieval español o en la poesía árabe preislámica, y finalmente, hasta en los propios Racine y Pope.