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Isaiah Berlin - El fuste torcido de la humanidad

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Isaiah Berlin El fuste torcido de la humanidad
  • Libro:
    El fuste torcido de la humanidad
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1990
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El fuste torcido de la humanidad: resumen, descripción y anotación

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APÉNDICE A LA SEGUNDA EDICIÓN
HISTORIA DE LA FILOSFÍA DE RUSSELL

Reseña de Bertrand Russell
en A History of Western Philosophy, Mind 56 núm. 222
(abril de 1947), pp. 151-166

El propósito de este largo y notable libro es, nos dice Lord Russell, «exponer la filosofía como una parte integral de la vida social y política, no como las especulaciones aisladas de individuos notables, sino como un efecto y una causa a la vez del carácter de las diversas comunidades en las que florecieron los diversos sistemas». Él considera que este propósito exige una versión más completa de la historia general de la que suele darse por parte de los historiadores de la filosofía. El lienzo es vasto y el plan correspondientemente ambicioso. La obra está dividida en tres secciones principales: la primera trata de la filosofía antigua, la segunda de la católica y la tercera de la filosofía moderna. No es, y no pretende ser, una obra de erudición histórica o filosófica original, ni se plantea tampoco como un tratado para filósofos que exponga las insuficiencias de la tradición y aplique sistemáticamente nuevos métodos a viejos problemas. Es una obra popular, destinada al lector general, y está escrita en una prosa clara y elegante y vigorosa, con esa peculiar combinación de convicción moral e inagotable fertilidad intelectual que caracteriza en cierta medida todos los escritos, hasta los más efímeros, de Russell, así que el lector general puede considerarse afortunado.

El libro no está destinado, como ya se ha dicho, al filósofo profesional, y puede parecer por ello capcioso e irrelevante quejarse de que este a menudo lo encuentre flojo de textura y asistemático, lleno de omisiones y de torturantes evasiones, una rica y caótica amalgama de inicios inconclusos, afirmaciones dogmáticas no apoyadas por argumentos, y también de argumentaciones abandonadas justamente donde muy bien podría esperarse que surgiesen conclusiones de un género llamativo y crucial; todo esto intercalado con obiter dicta, a menudo de memorable brillantez y penetración, pero que normalmente se deja que se defiendan solas en un océano de descripción histórica y sociológica; y que por esas razones es muy poco probable que sean de gran ayuda para él en su propio pensamiento.

Tampoco cumple plenamente su propósito ni siquiera desde el punto de vista del lector semifilosófico ni del lego sofisticado: se proporciona sin duda un trasfondo de datos históricos, pero la selección de esos datos parece en ocasiones arbitraria; no están además hilvanados en la narración con la suficiente firmeza para que cumplan la función explicativa para la que manifiestamente se introducen. Las interpretaciones históricas se mantienen en gran medida distanciadas de la historia de las ideas, salvo en los capítulos sobre la Edad Media, en que la interpretación se hace un tanto liviana y mecánica y oscurece el resto de la historia; cuando llegamos al período pos-Renacimiento, que es más afín al genio del autor, esa información se hace progresivamente más escasa, y cuando llegamos al siglo XIX tiende a desaparecer del todo, y se nos deja afrontar ideas filosóficas, por ejemplo las de Bergson o las de los analistas lógicos, prácticamente sin el beneficio del trasfondo social o histórico.

Pero es posible que insistir en objeciones como esas sea malinterpretar el carácter y el objetivo de esta obra. No es, ni pretende ser, una historia sistemática del pensamiento occidental. Su principal valor e interés —la razón por la que principalmente será leída— reside en la luz que arroja sobre las ideas de su autor. Porque pocos estarían dispuestos a negar hoy que la obra de Russell probablemente haya tenido una influencia general mayor sobre la filosofía de nuestro tiempo que la de ningún otro escritor vivo. Sus éxitos y sus fracasos han alterado radicalmente el contenido y la dirección de la filosofía europea (y americana), tanto por atracción y como por repulsión, y comparte con los grandes filósofos clásicos la propiedad cardinal de volver obsoletos y arcaicos tipos de razonamiento y actitudes mentales que habían estado de moda y habían sido influyentes en su juventud, de convertir aparentes paradojas en lugares comunes bien asentados, de inventar nuevos métodos que han transformado la historia del pensamiento. La reputación de Russell como un gran innovador en lógica está lo suficientemente acreditada; sus escritos técnicos son lo suficientemente importantes para que cualquier trabajo suyo atraiga la atención de los filósofos por derecho propio; y aunque el libro que se comenta se plantee como una exposición popular, hasta la charla de mesa de un pensador tan eminente es valiosa.

Russell podría haber intentado escribir una historia sistemática de la filosofía siguiendo el modelo alemán o el francés; o podría haber seleccionado un grupo de temas específicos y haberlos tratado históricamente, examinando su génesis y su destino en las manos de diversos pensadores del pasado, o podría haber escrito una consideración general de ciertas teorías o «actitudes» escogidas y haberlas examinado histórica y políticamente, exponiendo sus propias conclusiones razonadas. Pero ha elegido no hacer ninguna de estas cosas. Ha preferido un progreso sin prisas de un filósofo a otro, de un período al siguiente, limitándose unas veces a contar la historia, deteniéndose otras, cuando su mirada capta algo que le atrae o le repele particularmente, a dar al lector algunas de sus razones para aceptar o rechazar una tesis o proposición concreta. A veces hace esto alegre y despreocupadamente, por no decir superficialmente, a veces con una agudeza y una penetración que recuerdan sus mejores trabajos. Salvo que uno lea el libro consistentemente y lo lea completo —y tiene bastante más de 900 páginas—, no puede saber nunca si un verdadero oasis de crítica y análisis no puede de pronto recompensar al lector un poco cansado tras algún trecho largo y árido. Es difícil hacer una descripción adecuada de un viaje tan largo en el espacio del que dispongo. Haré sin embargo todo lo que pueda por ofrecer alguna guía al posible lector profesional.

El libro empieza con un breve esbozo general de la interrelación de la historia política y social y la especulación filosófica. La filosofía se describe como una especie de tierra de nadie entre, por una parte, la certidumbre dogmática, y por otra, la parálisis intelectual y moral que se deriva del excesivo escepticismo. La filosofía se diferencia en (a) argumentación técnica cuya validez no se ve demasiado afectada por las circunstancias sociales —así, por ejemplo, se considera que el argumento ontológico o el problema de los universales pueden analizarse sin referencia al carácter y las circunstancias de los filósofos que han tratado esos temas—, y (b) filosofía en el sentido en que transmite una actitud general hacia el mundo; es solo respecto a (b) que, en último análisis, no es posible ningún argumento racional, y es principalmente en ese sentido en el que la filosofía se halla en tan gran medida condicionada por el carácter y el entorno.

Tras un esbozo de civilizaciones primitivas, intercalado con observaciones iluminadoras sobre el papel jugado por «previsión» y «costumbre» como frenos a la espontaneidad bárbara, llegamos a los griegos. La exposición se inicia con el orfismo, los presocráticos y una descripción de la cultura griega durante el período clásico. El tratamiento de los jonios, que es excepcionalmente vívido, parece basarse sobre todo en Burnet, pero se dice algo sobre el centralismo económico de Mileto y el juego de influencias sociales sobre la especulación abstracta. Se señala a Pitágoras como el autor de la fatídica unión de misticismo y matemáticas que se considera responsable de muchos de los errores básicos incorporados a la teología y la metafísica tradicionales. «La influencia de las matemáticas en la filosofía —comenta Russell— ha sido al mismo tiempo profunda y desdichada». Desdichada porque ha conducido a la búsqueda de un sistema en el mundo externo, una «estructura del mundo» tan segura e inteligible como los sistemas abstractos de la geometría y la aritmética, al falso ideal de un criterio universal cuasimatemático, inalcanzable por inaplicable, por el que métodos empíricos válidos de investigación fueron durante demasiado tiempo juzgados y malinterpretados.

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