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Cayo Julio César - Comentarios sobre la guerra de las Galias

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Cayo Julio César Comentarios sobre la guerra de las Galias

Comentarios sobre la guerra de las Galias: resumen, descripción y anotación

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Cayo Julio César en su obra «Comentarios sobre la guerra de las Galias» nos describe, con un estilo sorprendente, de prosa clara, incisiva y fluida, las campañas que realizó en las Galias desde el año 58 a. C. hasta el 52 a. C., y supone un fidedigno testimonio histórico de una época fundamental para la historia de Occidente. La obra se complementa con los comentarios realizados por el emperador Napoleón Bonaparte sobre las campañas narradas por César.

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I. Sujeta toda la Galia, no habiendo interrumpido César el ejercicio de las armas en todo el verano antecedente, y deseando que descansasen las tropas de tantos trabajos en los cuarteles de invierno, tuvo noticia de que muchas naciones trataban de renovar la guerra a un mismo tiempo y conjurarse para este fin. De lo cual se decía que verosímilmente sería la causa el haber conocido los galos, que ni con la mayor multitud junta en un lugar se podía resistir a los romanos; pero si a un tiempo muchas provincias les declarasen diversas guerras, no tendría su ejército bastantes auxilios, ni tiempo ni gente para acudir a todas partes. Y así ninguna ciudad debía rehusar la suerte de la incomodidad si con esta lentitud podían las demás recobrar su libertad.

II. Para que no se confirmase la opinión de los galos, dejó César el mando de los cuarteles de invierno al cuestor M. Antonio, y marchó con la caballería el último día de diciembre de la ciudad de Autun a juntarse con la legión trece, que invernaba no lejos de los términos de Autun, y le añadió la undécima, que era la más inmediata. Dejó dos cohortes para resguardo del equipaje, y marchó con el resto del ejército a la fértilísima campaña de Berry, cuyos moradores, como tenían espaciosos términos y muchas ciudades, no podían ser contenidos con una sola legión de hacer prevenciones de guerra y conspiraciones con este intento.

III. Sucedió con la repentina llegada de César lo que era preciso a gente desprevenida y desparramada: que estando cultivando los campos sin temor alguno, fueron sorprendidos por la caballería antes que pudiesen refugiarse en las poblaciones. Porque aun aquella ordinaria señal de sobrevenir el enemigo, que acostumbra a hacerse entender por los incendios de los edificios, había sido prohibida con orden formal de César, para que no le faltase abundancia de pasto y trigo, si acaso pasaba más adelante, ni los enemigos se amedrentasen con los incendios. Atemorizados los de Berry con la presa de muchos millares de hombres, los que pudieron escapar de la primera entrada de los romanos se acogieron a las ciudades circunvecinas, o fiados en los privados hospedajes, o en la sociedad de los designios. Mas fue en vano; porque haciendo César marchas muy largas, acudió a todas partes, sin dar tiempo a ninguna ciudad de mirar antes por su salud y conservación ajena que por la suya propia; con cuya prontitud mantuvo en su fidelidad a los amigos, y con el terror obligó a los dudosos a las condiciones de la paz. Propuesta ésta, y viendo los de Berry que la clemencia de César les abría camino para volver a su amistad, y que las ciudades de su comarca habían sido admitidas sin otra pena que haberle dado rehenes, hicieron ellos lo mismo.

IV. César, a vista de la constancia con que los soldados habían tolerado tan grandes trabajos, siguiéndole con tan buen deseo en tiempo de hielos por caminos muy trabajosos, y con unos fríos intolerables, prometió regalarlos con doscientos sestercios a cada uno, y dos mil denarios a los centuriones con título de presa, y enviadas las legiones a sus cuarteles, se volvió a Autun a los cuarenta días que había salido. Estando aquí administrando justicia, llegaron comisionados de Berry a pedirle socorro contra los de Chartres, quejándose de que les habían declarado la guerra. Con cuya noticia, sin haber sosegado más que dieciocho días, mandó salir a las legiones decimocuarta y sexta, que invernaban sobre el Saona, de las cuales se dijo en el libro anterior que estaban destinadas aquí para facilitar las provisiones de víveres. Con estas legiones partió a castigar el atrevimiento de los chartreses.

V. Llegada a los enemigos la fama del ejército, y temiendo iguales daños que los otros, desamparando las poblaciones que habitaban, en que por necesidad habían levantado unas pequeñas chozas y cabañas para guarecerse del frío (porque recién conquistados habían perdido muchas de sus ciudades), dieron a huir por diversas partes. César, que no quería exponer sus tropas a los rigores de la estación que amenazaba entonces, puso su real sobre Orleáns, ciudad de Chartrain, y alojó parte de los soldados en las casas de los galos, parte en las chozas que hicieron de pronto con la paja recogida para cubrir las tiendas; pero a la caballería e infantería auxiliar despachó por todos aquellos parajes por donde se decía que habían escapado los enemigos, y no en vano, pues volvieron casi todos cargados de presa. Oprimidos los chartreses por el rigor del invierno y el miedo del peligro, echados de sus casas, sin atreverse a permanecer en un paraje mucho tiempo, ni poderse refugiar al amparo de las selvas por la crueldad del temporal, dispersos, y con la pérdida considerable de los suyos, se fueron repartiendo por las ciudades comarcanas.

VI. César, considerando el rigor de la estación, y teniendo por bastante deshacer estos cuerpos de tropas, para que no se originase algún nuevo principio de guerra; y conociendo cuanto alcanzaba con la razón, que no se podía mover empresa considerable para el verano, puso a. C. Trebonio en el cuartel de Orleáns con las dos legiones que tenía consigo. Noticioso por frecuentes avisos de Reims que los del Bovesis, señalados entre todos los galos y belgas en la gloria militar, y las ciudades de su comarca prevenían ejército y se juntaban en sitio señalado, teniendo por caudillos a Correo, natural del Bovesis, y a Comio de Arras, para hacer una entrada con toda su gente en las tierras de Soisóns, de la jurisdicción de Reims; y juzgando que importaba no sólo a su reputación, sino a su propio interés que los aliados beneméritos de la república no recibiesen daño alguno, volvió a sacar de los cuarteles de invierno a la legión undécima, escribió a. C. Fabio que se fuese acercando a Soisóns con las dos que tenía, y envió a pedir a Labieno una de las que estaban a su mando. De esta manera, cuando lo permitía la inmediación de los cuarteles y el presupuesto de la guerra, repartía el cargo de ella alternativamente a las legiones, sin descansar él en ningún tiempo.

VII. Juntas estas tropas, marchó la vuelta del Bovesis; y habiendo acampado en sus términos, destacó varias partidas de caballos a diversas partes, que hiciesen algunos prisioneros de quienes informarse de los designios de los enemigos. Hicieron éstos su deber, y volvieron diciendo que habían hallado muy poca gente en las poblaciones, y ésta no que hubiese quedado por causa del cultivo de los campos, pues se habían retirado con diligencia de toda la comarca, sino que eran enviados como espías, a quienes, preguntando César dónde estaba la multitud de los boveses o cuál era su designio, halló que todos los que podían tomar las armas habían formado un cuerpo, y con ellos los de Amiéns, de Maine, de Caux, de Rúan y Artois, y elegido para su real una eminencia rodeada de una laguna embarazosa; que habían retirado todo el equipaje a los montes más apartados; que eran muchos los capitanes de aquella empresa, pero que toda la multitud obedecía a Correo, por haber entendido que era el que más odio mostraba al Pueblo Romano; que pocos días antes había marchado Comio de este campo a traer tropas auxiliares de sus vecinos los germanos, cuya multitud era infinita; que tenían determinado los del Bovesis, por consentimiento de los cabos principales y con gran contente de la plebe, en caso de venir César, como se decía, con tres legiones, presentarle desde luego la batalla, para no verse después precisados a pelear con menos ventaja con todo el resto de su ejército; pero si traía mayores tropas, permanecer en el puesto que habían tomado, y con emboscadas estorbar a los romanos el forraje, escaso y disperso por la estación, y las provisiones de víveres.

VIII. Hechas estas averiguaciones, por convenir muchos en lo mismo, y viendo que las resoluciones que le proponían estaban llenas de prudencia y muy distantes de la temeridad de gentes bárbaras, pensó todos los medios posibles para que, menospreciando los enemigos el corto número de su gente, saliesen a campo raso. Tenía consigo las legiones séptima, octava y nona, las más veteranas y de singular valor; la undécima, de grandes esperanzas, compuesta de mozos escogidos, que llevando ya cumplidos ocho años de servicio, con todo no había llegado aún a igual reputación de valiente y veterana. Y así, convocada una junta, y expuestas en ella todas las noticias adquiridas, aseguró los ánimos de los soldados; y por si podía atraer a los enemigos a la batalla con el número de las tres legiones, ordenó el ejército en esta forma: Hizo marchar delante del equipaje a las legiones séptima, octava y nona, después todo el equipaje (que no era considerable, como suele en tales expediciones), al cual cerrase la legión undécima para no darles apariencia de mayor número que el que ellos habían pedido. Ordenado así el ejército, casi en forma de cuadro, llegó a la vista de los enemigos antes de lo que pensaban.

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