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Cayo Julio César - Tria Bella

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Cayo Julio César Tria Bella

Tria Bella: resumen, descripción y anotación

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Los tratados que forman Tria Bella: la Guerra de Alejandría, la Guerra de África y la Guerra de Hispania; forman parte induadable del corpus cesariano  aunque sin embargo, existe un consenso generalizado acerca de que la autoría de estas obras no puede atribuirse en su totalidad a César. Sin embargo, no hay un criterio aceptado respecto a qué parte o partes fueron redactadas directamente por él o, por el contrario, por terceras personas (principalmente su jefe de secretarios, Aulo Hircio), basándose en sus apuntes. Sea como sea resultan fundamentales para entender el paso de la República romana al naciente principado. Fueron publicados el 50 a. C. o el 40 a. C.

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Comentarios sobre la guerra de Alejandría
Libro I

I. Por sus marchas contadas, sin intermisión alguna, llegó César a Lilibeo a 19 de diciembre; y desde luego manifestó su deseo de embarcarse, no teniendo más que una legión recién levantada y apenas seiscientos caballos. Puso su tienda junto a la misma orilla del mar, de suerte que casi la batían las olas, y esto con el fin de que nadie esperase detención y todo el mundo estuviese pronto cada día y a cada hora para la salida. No logró en aquellos días buen tiempo para hacerse a la vela, pero, sin embargo, tenía las tropas y remeros a bordo, por no perder cualquiera ocasión de hacerse a la mar; especialmente porque le avisaban de la provincia, que eran muchas las tropas de los enemigos, infinita la gente de a caballo, cuatro legiones del rey Juba, gran multitud de tropa ligera, diez legiones de Escipión, ciento veinte elefantes, y armadas muy numerosas. Mas no por eso se acobardaba, superior a todo con su valor y confianza. Entre tanto, se acrecentaba cada día el número de galeras, acudían muchas naves de transporte y venían a incorporársele más legiones de soldados bisoños, y entre ellas la quinta veterana y dos mil caballos.

II. Juntas, pues, seis legiones y dos mil hombres de a caballo, conforme iban llegando las tropas las hacía embarcar en las galeras, y la caballería en los transportes. Dio orden de que se adelantase la mejor parte de la escuadra, y tomase el rumbo de la isla Aponiana, que no está lejos de Lilibeo. Él se detuvo todavía algunos días y vendió en pública almoneda los bienes de algunos particulares. Comunicó después las instrucciones convenientes al pretor Alieno, que gobernaba la Sicilia, y encargándole que embarcase con prontitud el resto del ejército, se hizo a la vela el 27 de diciembre y tardó poco en alcanzar la primera división de su escuadra. Llevando buen viento y una nave muy ligera, llegó a los cuatro días a la vista de África con algunas galeras; pues las naves de carga, a excepción de muy pocas, arribaron dispersas y errantes por el temporal a diversos parajes. Pasó con su escuadra a la vista de Clupea, de Neápolis, y de otros muchos pueblos y castillos situados en la orilla del mar.

III. Habiendo llegado a Mahometa, que estaba ocupada con guarnición enemiga bajo el mando de C. Considio, se alcanzó a ver desde Clupea a lo largo de la costa a Cn. Pisón con la caballería de la plaza y cerca de tres mil moros. César se detuvo algún tanto a la entrada del puerto por esperar el resto de la escuadra, y al cabo desembarcó su ejército, que constaba por entonces de tres mil infantes y ciento cincuenta caballos. Acampó delante de la ciudad, se fortificó sin oposición alguna y prohibió absolutamente que nadie saliese a robar ni talar la tierra. Los de la ciudad, coronaron de gente la muralla y acudieron en gran número a las puertas para defenderse, teniendo dos legiones dentro de la plaza. Salió César a dar la vuelta a caballo, y reconocida la naturaleza del sitio, se volvió a los reales. No faltó quien atribuyese a culpa e imprudencia suya el no haber señalado a los pilotos y capitanes lugar determinado adonde dirigirse, ni dádoles órdenes cerradas, como solía en otras ocasiones, para que abriéndolas a cierta altura, siguiesen todos un mismo rumbo. No se le pasó esto a César, sino que sospechaba que ningún puerto de África adonde arribasen sus naves estaría seguro y libre de las guarniciones enemigas, y así quería que aprovechasen la ocasión que se presentase de saltar en tierra.

IV. Entre tanto le pidió permiso su lugarteniente L. Planeo para entrevistarse con Considio, por si se le podía traer a la razón por algún camino. Obtenida licencia, le escribió una carta y se la entregó a un esclavo, para que la llevase a la ciudad a manos de Considio. Apenas llegó el esclavo y alargó la carta como se le había mandado a Considio, le preguntó éste, antes de recibirla, de parte de quién venía. Respondió el cautivo: «De parte del capitán general César, —a lo que replicó Considio—: El único general del Pueblo Romano es al presente Escipión». Dicho esto, mandó dar muerte al esclavo a su presencia y sin leer la carta, cerrada como estaba, se la entregó a persona segura para que la llevase a manos de Escipión.

V. Después que, consumido un día y una noche delante de la ciudad, ni Considio daba respuesta alguna, ni llegaban a incorporársele las demás tropas, ni tenía bastante caballería, ni suficientes fuerzas para atacar la plaza, y las tropas con que se hallaba eran bisoñas, a las cuales no quería exponer acabadas de llegar, a que fuesen maltratadas; siendo por otra parte considerable la fortificación de la ciudad, y difícil la entrada para combatirla, y habiendo tenido noticia de que venía en su socorro un número considerable de gente de a caballo, no tuvo por conveniente pararse a combatir la plaza, no fuese que, en tanto, se viese cercado por la espalda por la caballería enemiga.

VI. Al levantar el campo hicieron de repente una salida de la plaza, y al mismo tiempo vino a socorrerles casualmente la caballería que enviaba el rey Juba a recibir su sueldo; se apoderaron de los reales de donde acababa de salir César y empezaron a perseguir su retaguardia. A vista de esto hicieron alto los legionarios, y aunque los caballos eran pocos, hicieron frente con grande ánimo a tanta multitud. Parecerá increíble lo que sucedió, que menos de treinta caballos franceses desalojasen a dos mil moros y los retirasen hasta la ciudad. Como fueron rechazados y forzados hasta dentro de sus reparos, prosiguió César la marcha comenzada. Mas como hiciesen lo mismo frecuentemente, y unas veces persiguiesen a los nuestros y otras fuesen rechazados por los caballos hasta la ciudad, colocó César en la retaguardia algunas de las cohortes veteranas con que se hallaba y parte de la caballería, y empezó a marchar tranquilamente con las restantes. Así cuanto más se alejaba de la plaza, menos ardimiento mostraban los númidas para perseguirle. Sobre la marcha vinieron a presentársele las diputaciones de las ciudades y castillos inmediatos, ofreciéndole víveres, y estar prontos a recibir sus órdenes en todo. Así este mismo día, que era el primero de enero, acampó cerca de Mahadia.

VIL Desde aquí pasó a Lebeda, ciudad libre e independiente, de la que le salieron a recibir diputados, prometiéndole hacer lo que les mandase de buena voluntad. Él mandó posar a las puertas guardias y centuriones, para que ningún soldado entrase en la plaza, ni se hiciese daño alguno a los habitantes, y acampó no lejos de la ciudad sobre la orilla del mar. Aquí arribaron casualmente algunos de sus transportes y galeras, y tuvo noticia que las demás, no sabiendo donde había él arribado, parecía que se dirigían a Útica. Con este aviso no se apartaba del mar, ni entraba tierra adentro por la dispersión de sus naves, ni aun permitió que desembarcase la caballería, a lo que creo, porque no se talase la campaña, y allí mismo les mandaba llevar el agua. Algunos de sus remeros, que saltaron en tierra para hacer aguada, fueron sorprendidos de repente por la caballería de los moros, sin que pensasen en ello los cesarianos. Muchos de ellos fueron heridos con flechas y algunos mataron, porque se ocultan con los caballos emboscados en los valles, de donde salen de repente, pero sin ser parte para venir a las manos en campo raso.

VIII. En este intermedio despachó César mensajeros con cartas a Cerdeña y a las demás provincias inmediatas, para que luego que recibiesen sus cartas, procurasen enviarle tropas y víveres, y habiendo desocupado parte de las galeras, envió a Rabino Postumo a Sicilia, para que condujese otro segundo convoy. Al mismo tiempo destacó diez galeras, que saliesen en busca de las restantes naves de carga que se habían dispersado y también para asegurar el paso libre del mar. Dio orden igualmente al pretor C. Salustio Crispo de partir con otra división hacia la isla de Cercara, de que estaban apoderados los enemigos, y donde tenía noticia de que había una gran porción de trigo. Esto mandaba y encargaba a cada uno de tal manera, que si fuese posible ni hubiese lugar a excusa alguna, ni la tergiversación ocasionase la menor tardanza. Entre tanto, informado por los desertores y naturales de las gravosas condiciones con que Escipión y los demás hacían la guerra, se compadecía, al ver obligado a Escipión a mantener a su costa en la provincia la caballería del rey Juba, de que hubiese hombres tan inconsiderados que prefiriesen ser tributarios de un rey al vivir con descanso en su patria, en sus haciendas y entre los suyos.

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