FERNANDO MARTÍNEZ LAÍNEZ (Barcelona, 1941) es doctor en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid, Durante muchos años ha pertenecido al Servicio Internacional de la Agencia EFE y ha prestado servicio en varios países. Es un experto en asuntos internacionales, en especial de Europa y de las antiguas repúblicas soviéticas. Ha sido reportero, guionista de televisión y ha viajado por América, Asia, China, Rusia, el Cáucaso, Europa y países bálticos.
Ha colaborado asiduamente en gran cantidad de periódicos y revistas. En la actualidad es columnista en las páginas de cultura de ABC e Historia y Vida.
Escritor de amplia y variada trayectoria periodística y literaria, es autor de poesía, ensayos, libros de historia y juveniles, y especialmente de novela policiaca.
Con Carne de trueque (1979) se convirtió en una referencia obligada de la novela negra española. Ganó en dos ocasiones el premio Rodolfo Walsh, otorgado por la Semana Negra de Gijón: la primera, con la biografía novelada Candelas. Crónica de un bandido (1991); la segunda, con la novela Sin piedad (1993). Fue finalista del premio Planeta y del Café Gijón, y ha ganado el premio Hammet de novela policíaca y el premio Grandes Viajeros, además del V Premio Algaba de Investigación Histórica otorgado al libro Como lobos hambrientos (2007).
Entre sus últimas obras están: Tras los pasos de Drácula (2001), Escritores espías (2004), El rey del Maestrazgo (2005), El enigma de la Gioconda (2005) y Los libros de plomo (2010). Para EDAF dirige, coordina y prologa la colección La casa ciega (ocho volúmenes publicados) de relatos de género negro.
CARLOS CANALES TORRES (Madrid, España, 19-7-1963) es un abogado, escritor, diseñador gráfico, ilustrador e informático especialista en Iurismática (gestión automatizada de despachos de abogados).
Licenciado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid en 1986 y Máster en Gestión Informática de Empresas (1989). Secretario General del Boletín Oficial del Estado entre 1993 y 1998, fue profesor en el Máster en Informática y Derecho de la Universidad Complutense de Madrid entre 1996 y el 2006. En su faceta como investigador, colaboró durante 15 años en el programa de radio de Onda Cero La Rosa de los Vientos de Juan Antonio Cebrián en las secciones Monográficos Zona Cero y Tertulia de las 4C. Asimismo ha sido director de las revistas Ristre y Ristre Napoleónico, así como consejero de redacción de LRV.
Actualmente es el Presidente de Ristre Multimedia, Spaniola Way Publishing Co. y Medusa Tec. Participa en el proyecto norteamericano de historia Edge & Cleaver, y recientemente ha sido galardonado, junto a Miguel del Rey Vicente, con el IX Premio Algaba de Biografía, Autobiografía, Memorias e Investigaciones Históricas, por su obra Naves Mancas.
Fernando Martínez Laínez & Carlos Canales Torres, 2009
Editor digital: Titivillus
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Tres siglos de presencia
ANTES QUE WASHINGTON O JEFFERSON, antes de que el rodillo de la colonización anglosajona emprendiera eso que el cine de Hollywood se inventó como «La conquista del Oeste», España ya estaba allí, y había combatido o pactado con casi todas las legendarias tribus indias (apaches, comanches, cheyenes, semínolas, navajos, pueblos, siux…) que alguna vez poblaron las praderas, pantanos y bosques norteamericanos, cuando aún no habían sido exterminadas por quienes llegaron después con la Biblia en una mano y el rifle en la otra.
España, sin duda, estuvo allí antes, durante más de 300 años, aunque algunos hayan intentado, y muchas veces logrado, eliminar el dato a toda costa. Y estuvo no de forma ocasional. La presencia hispana en extensas zonas del actual territorio de Estados Unidos (Alaska incluida) solo acabó por la imposición de las armas cuando España, tras la catastrófica guerra de Independencia contra la Francia napoleónica, era ya un viejo león herido y sin fuerzas. Es la relación poder flaqueza la que desequilibra la balanza de la historia, modifica las fronteras y acaba con los imperios; y el imperio español, aunque fue el primero en extenderse por cinco continentes, no podía ser una excepción.
Este libro de Banderas lejanas es importante por tres razones principales. Una de ellas es que, por primera vez, se ofrece una visión coherente y detallada del proceso de exploración, conquista y defensa a cargo de España en ese inmenso, hostil y con frecuencia desértico territorio que se extiende desde el Río Grande hasta las gélidas costas de Alaska.
La segunda razón viene marcada por el deseo (seguramente utópico) de superar el mutuo y gravísimo desconocimiento, tanto por parte estadounidense como española, de unos hechos que forjaron la existencia de Norteamérica y moldearon el propio marco geográfico del que surgiría la superpotencia actual de las barras y estrellas.
La Historia —se ha repetido muchas veces— la escriben los vencedores. Y España perdió. La distorsión sistemática de sus empresas y hazañas, bien auxiliada por la calamitosa y torpe Leyenda Negra, no solo ha menospreciado y desvirtuado el hecho irrefutable de la tenaz, y muchas veces abnegada, acción de sus exploradores, soldados, marinos y colonos en América del Norte, sino que apenas ha reconocido la enorme ayuda (similar a la de Francia) prestada por los ejércitos y los dineros españoles a los incipientes Estados Unidos durante la lucha de independencia contra Gran Bretaña, en el momento mismo de su nacimiento como Nación.
La tercera aportación notable de esta obra viene dada por la relación completa de todos los fuertes, presidios, asentamientos y misiones en los que alguna vez ondearon enseñas españolas en tierra norteamericana. Un listado indispensable que permite al lector actual darse plena cuenta del alcance y profundidad de la penetración hispana.
Por supuesto que también hubo crímenes y errores por parte de España. Por desgracia, la historia no es un baile de salón ni una tómbola benéfica, sino una partera con las manos ensangrentadas. Avanza a tientas, con sufrimiento y lágrimas, guiada por la voluntad humana y los condicionamientos naturales, económicos y sociales. En este sentido, España no debería tener ningún complejo de inferioridad, algo que nos corroe desde hace mucho tiempo cuando se trata de establecer comparaciones con otros países punteros.
Fuimos lo que fuimos. Y lo que hicimos no fue peor en términos generales que lo que otros hicieron y, con frecuencia, incluso, hasta fue mucho mejor.
Ojalá estas páginas sirvieran para fomentar la curiosidad de los españoles y el mundo hispano hacia su propio pasado. En el caso de España, sobre todo, esta indagación se hace urgente, ya que parecemos cabalgar a rienda suelta hacia el precipicio del olvido de nuestra propia identidad, un mal agudizado por la confusa etapa actual de disgregadores particularismos regionales que cuestionan el fundamento mismo de una Nación de soberanía popular indivisible.
Sin Nación sólida, lo que queda a la hora de la verdad es poca cosa en lo que atañe a valores colectivos. El mañana se creó ayer, y un pueblo sin ayer es un pueblo sin futuro. Es conveniente recordarlo con frecuencia. Sin fe para asimilar su propio pasado, España quedaría reducida a un barco sin rumbo, sin destino y sin refugio. Que este libro sirva al menos para evocar las banderas que varias generaciones de antepasados defendieron con tanto ahínco, tan escasos medios y durante tan largo tiempo en Norteamérica. Banderas que arriaron con honor y también con el amargo sabor de la indiferencia y el olvido de sus propios compatriotas. Otra vieja historia.