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Karl Adam - Cristo nuestro hermano

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Karl Adam Cristo nuestro hermano

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KARL ADAM

CRISTO NUESTRO HERMANO

ÍNDICE

Prólogo del autor a la edición española

Prólogo a la octava edición alemana

Jesús y la vida

La oración de Jesús

El amor de Jesús

Por Cristo nuestro Señor

La palabra redentora de Cristo

La obra redentora de Cristo

El camino a Cristo

Cómo llega el hombre a Cristo

Por qué creo en Cristo

¡Ven, Espíritu Santo!

Anunciación

El sacerdocio católico

¡Hermanos, permaneced fieles a la tierra!

Hacerse santo

PRÓLOGO DEL AUTOR A LA EDICIÓN ESPAÑOLA

El hecho de que mi libro Cristus unser Bruder ha sido traducido por un español a su idioma, me nena de satisfacción y gratitud. Y es que no conozco nación que con más orgullo y derecho pueda llamarse «cristiana» que la noble nación española. Aquella fe sublime, aquella fe cristiana, de que yo he dado testimonio tan sólo con tinta y papel, el pueblo español la ha sellado con la propia sangre en el martirio de millares y millares de sus hijos. Por Cristo y por la cultura cristiana se puso en pie de guerra y sostuvo una lucha… tan llena de horror y espanto, pero, al mismo tiempo, tan llena de indecible heroísmo y denuedo supremo, que nunca lo había visto aún el Occidente cristiano. No hay en la tierra testimonio más brillante de fuerza inquebrantable y fe cristiana.

Sean mis páginas como modesta corona que ofrezco a la España cristiana, a sus heroicos hijos.

Tubinga, fiesta de la resurrección del Señor, 1939.

KARL ADAM

PRÓLOGO A LA OCTAVA EDICIÓN ALEMANA

En la presente edición se han incluido las conferencias publicadas ya en la revista Seele y que versan sobre el amor de Jesús, la Anunciación y el sacerdocio católico; además, los artículos, también publicados: Cómo llega el hombre a Cristo («Der Mensch vor Gott», Festschrift für Theodor Steinbüchel, pág. 365 y ss.) y Por qué creo en Cristo («Hochland», año 41, fase. 5, pág. 409 y ss.) Como se echa de ver, estos dos últimos tratados se refieren también a El camino a Cristo, que en lo fundamental fue descrito ya en las ediciones anteriores. Más éstos lo iluminan propiamente desde los nuevos puntos de vista de la cura pastoral y de la experiencia personal. Todas estas exposiciones, aunque deban su origen a ocasiones distintas, tienen por único objetivo facilitar una comprensión más profunda de Cristo y del cristianismo.

Tubinga, octubre de 1949.

KARI, ADAM

JESÚS Y LA VIDA

El mensaje de Jesús se dirige a la glorificación del Padre, al cumplimiento de la voluntad divina, a la fundación del reino de los cielos. Junto a esto, lo único necesario, no hay lugar para otro objetivo meramente terreno. «Quien no aborrece a su padre, y a su madre, y a la mujer, y a los hijos, y a los hermanos y hermanas, y aun a su vida misma, no puede ser mi discípulo» (Matth. 10, 37; Luc. 14, 26).

¿No parece así que Jesús, enardecido tan sólo por la gloria del Padre en los cielos, desconocía y despreciaba los valores de la tierra y la vida que de estos valores se mitre y en torno de los mismos se revuelve? ¿O, por lo menos, que el mundo terreno con sus contrastes y tensiones había de serle algo indiferente en sí, algo que se relaciona con el reino de los cielos sólo en un sentido lato, como un campo de ejercicio y de batalla para los soldados de Dios? ¿A qué grupo pertenece Jesús, por su postura espiritual, meramente humana? ¿Está entre los místicos que, en un ascenso espasmódico hacia Dios, han echado de sí toda alegría terrena y miran la tierra como algo extraño o como una prisión? ¿Ha huido El de la vida que en las silenciosas mesetas de Galilea o en las ruidosas calles de Jerusalén riendo, llorando, exuberante, orgullosa, violenta, le rodeaba? ¿La ha rehuido o… la ha dominado?

Ningún rasgo destacan los Evangelistas de un modo tan unívoco y vigoroso en el retrato de Jesús como su amor encendido al Padre celestial, la entrega incondicional de todo su ser a la voluntad divina. «Mi comida es hacer la voluntad del que me ha enviado» (Io. 4, 34). Mas el Padre para Jesús no es el Dios anémico, lejano, que mostraba la filosofía helénica de aquellos tiempos o la teología tardía de los judíos, informada de aquélla; no es el Dios que está sentado en su trono más allá de las nubes en un silencio solitario y que sólo se comunica con los hombres mediante los ejércitos de sus espíritus, sino el Dios vivo de la revelación. La buena nueva de Jesús se empalma aquí con la pura predicación de los Profetas, la cual habla siempre de Dios como de una fuerza y presencia vivísimas y personalísimas. Para Jesús, el Padre está siempre obrando (Io. 5, 19), siempre trabajando (Io. 9, 4). Es Él quien envía el sol y la lluvia (Matth. 5, 45). Él viste los lirios del campo (Matth. 6, 30). Él alimenta los cuervos (Luc. 12, 24). Ningún pájaro cae en tierra sin que lo disponga el Padre (Matth. 10, 29), y todos los cabellos en la cabeza del hombre están contados (Matth. 10, 30). Las cualidades y los valores del hombre, sus «talentos», son de Dios, y Dios pedirá cuenta de lo «suyo» (Matth. 25, 15). El pan que comemos cada día, es don del Padre. El hombre, según todo su ser y actividad, pertenece a Dios como la oveja a su pastor y dueño (Luc. 15, 6). Y por esto depende de Dios el destino del hombre y del mundo. En sus manos está el curso de todos los acontecimientos, las conmociones y guerra del mundo (Marc. 13, 32), hasta el postrer día. Todos los espíritus cumbres, los Profetas (Matth. 23, 29, 37) y Juan Bautista (Matth. 11, 10; lo. 1, 6) son enviados por Él. Y de un modo especial el Hijo.

Para Jesús no se computan entre las fuerzas en último grado decisivas las cualidades del orden puramente natural, así la inflexibilidad de las leyes físicas como la fuerza de la actividad humana. En el fondo más profundo de toda existencia, de toda actividad y de todo acontecimiento, Él ve el dedo de Dios. No hay en la tierra absolutamente nada que no esté supeditado por completo a la voluntad divina. Cada caso dado viene a encarnar la voluntad de Dios.

De ahí que la postura de Jesús frente a la existencia y sus valores vivos no pueda ser sino positiva, afirmativa, y aun altamente religiosa. No es una necesidad extraña, fría, no es la inexorabilidad sin alma del sino lo que Él ve en lo que acontece, sino el espíritu hecho cuerpo, la más noble libertad y bondad, la voluntad del Padre. Para Jesús no hay naturaleza «muerta». En el monte y en el río, en las flores y en los pájaros, y, ante todo, en el hombre, el predilecto de Dios, el alma de Jesús, embriagada de Dios, descubre lo más vivo, lo más profundo, lo más precioso que pueda haber. Y así el contacto con d mundo real es un contacto con la voluntad del Padre, un experimentar directamente su sabiduría, bondad, hermosura… es devoción, plegaria, religión. De ahí la manera realista, generosa, íntima, de sabor tan moderno, que tiene Jesús en la contemplación de la naturaleza. Sus parábolas, que destacan tan magistralmente lo humilde, lo inadvertido, pertenecen a las perlas de la literatura mundial. Aquí se alegra de los pájaros del cielo que no siembran y cosechan. Allí observa a los muchachos de la calle, cómo silban, bailan, cantan y riñen. Aquí recuerda el regocijo de la joven madre, a la que el recién nacido hace olvidar todas las angustias padecidas. Allí se fija en el ama de casa que, preocupada, busca la dracma perdida… Lo pequeño, lo más diminuto que encuentra por el camino, Él lo levanta con amor como un nomeolvides de Dios y lo hace hablar como con mil lenguas. El amor a la naturaleza y a lo natural no es para Él un ensueño sentimental, como lo era para los poetas del romanticismo. Nada sabe Jesús de un puro culto a la naturaleza. Más bien la naturaleza es para Él la voluntad de Dios escultóricamente expresada y viviente. Su amor a la naturaleza no es sino una nueva forma de amor a Dios y a su voluntad, y por esto precisamente es tan verdadero y cordial.

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