El desierto prodigioso y prodigio del desierto [recurso electrónico] : textos reunidos / Pedro de Solís y Valenzuela ; [presentación, María Piedad Quevedo]. -- 1a. ed. -- Bogotá : Ministerio de Cultura : Biblioteca Nacional de Colombia, 2015.
1 recurso en línea : archivo Epub (2.3 Mb). – (Biblioteca básica de cultura colombiana. Literatura / Biblioteca Nacional de Colombia)
1. Novela colombiana - Siglo XVII I. Quevedo, María Piedad, aui. II. Título III. Serie
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ISBN:
978-958-8827-84-1 (e-book)
Bogotá D. C., diciembre de 2015
Primera edición: Ministerio de Cultura,
Biblioteca Nacional de Colombia, 2015
Presentación y compilación: © María Piedad Quevedo
Licencia Creative Commons:
Atribución-NoComercial-Compartirigual,
2.5 Colombia. Se puede consultar en:
https://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/2.5/co/
E scrito en la segunda mitad del siglo XVII , con una laguna de cien folios, posiblemente inconcluso, con dos redacciones conocidas y al parecer con un tercer manuscrito perdido, El desierto prodigioso y prodigio del desierto del neogranadino Pedro de Solís y Valenzuela es un texto que se resiste a la estabilidad. Si bien desconocemos los avatares que llevaron al Manuscrito de Madrid a las manos del religioso que lo vendió al coleccionista Lázaro Galdiano en el siglo XX —aunque en parte lo podemos suponer—, la falta de noticias sobre su existencia por casi trescientos años convirtió en un evento significativo la nota que de su hallazgo hizo en 1963 el canónigo Baltasar Cuartero y Huerta en España.
Los estudiosos Jorge Páramo Pomareda, Rubén Páez Patiño y Manuel Briceño Jáuregui S. J. , prepararon una edición del Manuscrito de Madrid entre los años 1977 y 1984, a la que se sumó la publicación del Estudio histórico-crítico del mismo Briceño en 1983 y la edición del Manuscrito de Yerbabuena , hallado en Medellín por esos mismos años e impreso en 1985. En ese mismo periodo, el profesor Héctor H. Orjuela (1984) preparó una edición de los materiales del Manuscrito de Madrid que, en su criterio, formaban una secuencia narrativa que podría reconocerse como la primera novela hispanoamericana.
Si bien esta operación puede entenderse dentro de un contexto crítico latinoamericano de inscripción del corpus colonial en categorías que probaran la «modernidad» de la literatura latinoamericana, la selección realizada por el profesor Orjuela dificulta una aproximación a la complejidad discursiva de El desierto prodigioso … y, en esa medida, a sus particularidades históricas.
Así mismo, desde 1963 con el trabajo de Cuartero y Huerta se dio inicio a cierta inestabilidad en la identificación del autor del texto. Cuartero afirmó ser fray Bruno de Solís, monje cartujo natural de Santa Fe, conocido en el siglo como Fernando Fernández de Valenzuela, hermano mayor de Pedro de Solís. Luego, los estudiosos del Instituto Caro y Cuervo, Páramo y Páez, concluyeron, al preparar la edición del Manuscrito de Madrid , que el autor no era Fernando sino Pedro de Solís, afirmación que ha sido reproducida en los textos críticos sobre El desierto … Sin embargo, una mirada cuidadosa a los planteamientos del texto en cuanto a la autoría de los materiales poéticos, que juega con la práctica de la imitatio , nos dan una noción un poco distinta de lo que los mismos hermanos Valenzuela posiblemente estaban entendiendo y practicando como «autor». Así, El desierto … nos propone una escritura colectiva, colaborativa, donde al menos dos sujetos participan de la construcción discursiva y de la intervención en los discursos dominantes. Esta noción es importante, además, porque El desierto prodigioso … defiende también una noción de grupo social de la que no debemos olvidarnos: es un texto que favorece los privilegios de los criollos de Santa Fe y que se manifiesta a favor de la espiritualidad descalza de la orden agustina, que en el momento de factura del texto estaba siendo atacada por la facción calzada, en una disputa que reproduce la de españoles peninsulares y americanos por el gobierno en el Nuevo Mundo.
Así, más que identificar a una persona histórica llamada Pedro de Solís y Valenzuela como el autor de El desierto prodigioso …, propongo reconocer en este nombre una función del texto que nos entrega un proyecto poético y político de redistribución de privilegios, participaciones y subjetividades en el Nuevo Reino de Granada, donde el dominio de la razón discursiva se muestra como la prueba máxima de autonomía política y de capacidad de gobierno.
Y es que la legitimación política y cultural fue un tema que los grupos nacidos en América tuvieron que asumir ya avanzada la colonización. Era extendido el prejuicio sobre la degeneración del clima del Nuevo Mundo y, por consiguiente, de los sujetos que nacían y se criaban en él. Muchos españoles que vivían en América, ya fuese como representantes de la corona, en labores religiosas o dedicados a trabajos intelectuales, consideraban que los nacidos en estas tierras eran inferiores física, espiritual, intelectual y políticamente; esta consideración se respaldaba en numerosos textos que reproducían el prejuicio y legitimaban formas de gobierno colonial. En efecto, los criollos eran vistos con sospecha por las autoridades españolas, que los consideraban inclinados a la traición, perezosos, de entendimiento inferior, poco piadosos. En el caso del Nuevo Reino de Granada era conocida la desconfianza que los religiosos españoles sentían por los criollos de sus respectivas órdenes, y en no pocas ocasiones hubo enfrentamientos para decidir si confiarles o no puestos de cierta autoridad, e incluso apoyar su permanencia dentro de las órdenes.
En esa línea, El desierto prodigioso… busca intervenir esas representaciones sociales de los españoles americanos, al desarrollar una actitud interrogativa sobre los discursos y las formas de escritura provenientes de la metrópoli, que en sus declaraciones de verdad y autoridad se muestran insuficientes en los contextos coloniales. Estos sujetos, más que necesariamente descender de españoles y haber nacido en América, pueden ser llamados criollos por su actitud elitista que asocia su vínculo americano con el conocimiento y el dominio de la razón discursiva. En ella, el dominio de los territorios poéticos —sus apropiaciones, imitaciones, variaciones, desafíos, socavamientos— debe entenderse como una proyección simbólica sobre el dominio de los territorios del Nuevo Reino, en una realización novomundial del ideal humanista del poeta como civilizador y consejero del rey.