UNA CRUZ
en el desierto
UNA CRUZ
en el desierto
Cada lunes con mi viejo pastor
José Luis Navajo
© 2011 por José Luis Navajo
Publicado en Nashville, Tennessee, Estados Unidos de América.
Grupo Nelson, Inc. es una subsidiaria que pertenece completamente a Thomas Nelson, Inc. Grupo Nelson es una marca registrada de Thomas Nelson, Inc.
www.gruponelson.com
Todos los derechos reservados. Ninguna porción de este libro podrá ser reproducida, almacenada en algún sistema de recuperación, o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio —mecánicos, fotocopias, grabación u otro— excepto por citas breves en revistas impresas, sin la autorización previa por escrito de la editorial.
A menos que se indique lo contrario, todos los textos bíblicos han sido tomados de la Santa Biblia, Versión Reina-Valera 1960 © 1960 por Sociedades Bíblicas en América Latina, © renovado 1988 por Sociedades Bíblicas Unidas. Usados con permiso. Reina-Valera 1960® es una marca registrada de la American Bible Society, y puede ser usada solamente bajo licencia.
Citas bíblicas marcadas «DHH» son de La Biblia Dios Habla Hoy, 3era.
Edición®, © 1996 por la Sociedad Bíblica Internacional. Usada con permiso.
Nota del autor: La mayoría de las historias que relata el «viejo pastor» son creación del autor de este libro; salvo aquellas cuya autoría queda referenciada u otras que son anónimas o de dominio público.
Editora general: Graciela Lelli
Adaptación del diseño al español: Blomerus.org
ISBN: 978-1-60255-462-7
Impreso en Estados Unidos de América
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DEDICADO
A Querit
Tu sonrisa enciende mil luces en mis tiempos
de ánimo abatido.
A Miriam
Nos demuestras, día a día, que la adolescencia también
contiene mágicos tesoros que los padres podemos disfrutar.
A veces, admirado de vuestra madurez, me pregunto: ¿Son
mis hijas o mis madres?
Y a ti, Gene
Tu amor, cercanía y lealtad inquebrantables trenzan el hilo
que sostiene en alto la cometa de mi esperanza.
CONTENIDO
Nunca podría haber escrito esta historia sin las personas que la inspiraron:
Los miles de hombres y mujeres que cultivan con esmero la parcela de tierra donde Dios les puso.
Gracias por vuestra dedicación a la obra; por enterrar vuestros pies y manchar vuestras manos en el barro de esta sagrada labranza.
Una mención especial a mi pastor y su esposa Manuel Vidal y Ana Roloff. Si algún brote verde hay en mi vida, se debe, en gran medida, a la semilla que vosotros esparcisteis. «Vuestro trabajo en el Señor nunca ha sido en vano».
Agradezco de corazón al Grupo Nelson y su excelente personal por creer en este humilde trabajo y ayudar a su nacimiento. Deseo que esta criatura de papel y tinta aporte alegría y bendición a muchas vidas.
H ace unas semanas celebré mi cumpleaños número cuarenta y seis.
Pese a que hubiera preferido no ver tantas velas sobre el pastel fue un bonito día. Hubo sorpresas, abrazos y raudales de cariño no fingido.
¿Qué más se puede pedir?
No faltó nada; ni la ilusión de deshacer un precioso empaque para descubrir que contenía ¡¡justo lo que necesitaba!! Ni la canción «¡Cumpleaños feliz!» que, aunque no acertó en tono ni en ritmo, fue capaz de emocionarme.
Por eso, al concluir el día, mientras recogía los papeles que envolvieron los regalos y guardábamos en la nevera el pastel que sobró y serviría de desayuno para los próximos días, no dejaba de preguntarme: ¿Por qué también hoy me siento así?
Dentro de mí, en un punto indefinido de mi ser interior, persistía ese extraño agotamiento difícil de describir y duro de soportar.
Me refiero a algo que trasciende a la fatiga. Tiene más de emociones que de músculos. Está más vinculado al alma que al cuerpo.
Soy pastor evangélico y desde hace algún tiempo me siento... ¿Cómo lo definiría? Busco el vocablo más adecuado para expresar mis sensaciones, pero no logro encontrarlo.
¿Defraudado?
No, para nada.
¿Desencantado?
Tampoco.
¿Cansado?
Sí. Eso debe ser... o algo parecido.
Entiéndeme, no hablo de que haya equivocado el camino.
Si volviera a nacer; si Dios me regalara otra vida, le rogaría poder hacer la misma inversión... exactamente la misma, que hice con los años que hasta aquí me ha concedido... No es presunción; es gratitud.
Muchos opinan que ser llamado por Dios para servirle es el más alto privilegio y la oportunidad más sublime.
También yo.
Dicen algunos que nunca, en toda su vida, enfrentaron el pensamiento de dejar el ministerio cristiano para dedicarse a otra cosa.
Me encantaría afirmar que pertenezco a esa elite... Desearía asegurarte que jamás me embargó el deseo de colgar los guantes, o tirar la toalla, o como quiera que llamemos al hecho de mirar el arado hincado en el surco y añorar tierras más blandas o campos más agradecidos... Desearía asegurártelo, pero no sería honesto si lo hiciera.
Hace treinta y cuatro años se me concedió la honra de enterrar mis pies en el barro de esta sagrada labranza, y al día de hoy solo dos pasiones me seducen más que la obra de Dios: el Dios de la obra y mi familia.
Pero haríamos un flaco favor a quienes se disponen a tomar el relevo si, al trazarles la hoja de ruta, enfatizamos solo los oasis y obviamos los desiertos.
Ser llamado por Dios es, fuera de toda duda, la vocación más alta a que se pueda aspirar. Pero servirle implica entrar en un combate, y conviene no olvidar que en una guerra no hay soldado sin heridas.
Es normal que en ocasiones llegue el abatimiento, y a mí me llegó.
Las páginas que te dispones a leer no fueron escritas de un tirón, sino que surgieron a lo largo de un proceso que me condujo por momentos muy distintos.
En ocasiones logré empapar la pluma en el corazón de Dios, pero en otras, la tinta fue sangre que brotó de mis heridas.
Algunas líneas fueron redactadas a la luz del arco iris y otras nacieron al fragor de incómodos pensamientos, entre los que logró abrirse paso el de: Sería mejor dedicarme a otra cosa. No tengo vocación, todo fue una quimera, una falsa ilusión; esta vida no es para mí.
Tal llegó a ser la presión, que uno de los días me sentí morir y terminé, irremediablemente, frente al doctor.
Intenté explicarle el galimatías que tenía en mi mente, con ramificaciones en mi alma y severas molestias en el cuerpo. No fue nada fácil pues al no saber yo mismo lo que me ocurría tuve que echar mano de la interpretación, gesticulando mucho con las manos y hasta bizqueando con los ojos. El buen doctor me escuchó con encomiable paciencia, manteniendo los codos sobre la mesa, los dedos entrecruzados y la cabeza apoyada en ambos pulgares.
Finalmente, me miró con una franca sonrisa que a ratos me relajaba y a ratos me incomodaba y desgranó su diagnóstico.
¿Cómo definió esto que a mí me pasa?
¿Efecto burn out? ¿El que mucho corre pronto para? ¿Disparar en veinte días la provisión de municiones para veinte años? ¿Forzar el caballo hasta extenuarlo?
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