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Stéphane Courtois - Lenin, el inventor del totalitarismo

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Stéphane Courtois Lenin, el inventor del totalitarismo
  • Libro:
    Lenin, el inventor del totalitarismo
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2017
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Lenin, el inventor del totalitarismo: resumen, descripción y anotación

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Stéphane Courtois demuestra en esta obra fundamental la forma en que Lenin, un joven intelectual radical, elabora, ansía y establece una dictadura ideológica despiadada al crear los conceptos y los instrumentos del totalitarismo que simbolizarían los horrores del siglo XX.
La figura de Vladimir Ílich Uliánov se distingue no solo por enfrentarse a los liberales y a los demócratas, sino también a todos los movimientos socialistas. Ayudado por un inusitado poder de convicción y avanzando desde las sombras, logró conquistar, por la fuerza y sanguinariamente, el poder en octubre en 1917.
Esta es la biografía, clarificadora y desmitificadora, sobre el inventor de una ideología y una forma de estado que acabaría con la vida de millones de personas en todo el mundo a lo largo de la historia reciente.

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Agradecimientos

Q uiero agradecer a mis amigos Jean-Louis, Rémi, Yolène, Thierry, Sylvain, Olivia y Jean-Pierre que me han apoyado en este ambicioso proyecto y ayudado con su sabiduría y su documentación.

No sé cómo agradecer a Benoit Yvert, ese editor que me ha animado en un momento difícil, ese lector que ha dedicado a mi manuscrito un trabajo de romanos y una meticulosidad de benedictino, sin dejar de seguir siendo totalmente leal a su autor.

STÉPHANE COURTOIS Dreux 25 de noviembre de 1947 es un historiador francés - photo 1

STÉPHANE COURTOIS (Dreux, 25 de noviembre de 1947) es un historiador francés, especialista en la historia del movimiento y los regímenes comunistas y en particular de la historia del genocidio comunista.

Empezó a ser conocido mundialmente tras editar El libro negro del comunismo,​ un monumental trabajo de 800 páginas publicado en octubre de 1997. Este libro, realizado por un equipo de historiadores como Nicolas Werth o Jean-Louis Margolin, dirigidos por Courtois, hace un repaso de los crímenes perpetrados por el comunismo a lo largo de la historia. Ha vendido millones de copias en todo el mundo y ha sido traducido a varios idiomas.

Courtois es director de en el CNRS (Universidad de París X); profesor en el Instituto Católico de Estudios Avanzados (CIEM) La Roche-sur-Yon, y director de la revista Communisme, que cofundó con Annie Kriegel en 1982; también es miembro del think tank conservador Cercle de l'Oratoire.

En su época de estudiante, entre 1968 y 1971, Courtois militó en el sector maoísta del movimiento comunista, pero pronto se convirtió en un abierto anticomunista y un claro defensor de la democracia, del pluralismo político e ideológico, de los derechos humanos y del estado de derecho.

Courtois sostiene que el nazismo y el comunismo son sistemas totalitarios sólo ligeramente diferentes en su práctica represiva y que el comunismo es el responsable del asesinato de cerca de cien millones de personas durante el siglo XX. En sus estudios sostiene, además, siguiendo la estela de Ernst Nolte, que los nazis copiaron sus métodos represivos de los soviéticos.

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UNA INFANCIA PRIVILEGIADA

EN UNA RUSIA AGITADA


E l viajero europeo que quisiera emprender un «crucero histórico» por la Rusia de 1980 habría empezado visitando Kiev, la cuna del ruso que del siglo IX al XIII dominó ese inmenso espacio eslavo que va desde el Báltico al mar Negro y donde Vladimiro I fundó en 988 la religión ortodoxa. Después, se habría dirigido a Moscú, ese burgo tanto tiempo perdido en la profundidad de los bosques, pero donde en 1547 Iván IV, llamado «el Terrible», se autoproclamó «zar de todas las Rusias» en el formidable Kremlin. Después, habría ido a la capital, San Petersburgo, con sus palacios imperiales y sus noches blancas, donde Pedro el Grande convirtió su imperio en una gran potencia europea. Por último, para acercarse a la Rusia profunda, habría llegado a Kazán, donde Iván IV aplastó a los tártaros en 1552, hasta llegar a un río mítico, el más largo y potente de Europa, el Volga; luego habría desembarcado en Simbirsk, pequeña ciudad a la que la famosa guía Baedeker —creada en 1832— dedicaba en 1893 unas líneas, después de señalar que bastaba «una parada de dos a cinco horas para visitar la ciudad». Simbirsk es donde nació Vladímir Ilich Uliánov, más conocido por el seudónimo de Lenin, ciudad que después de su muerte recibió el nombre de Ulianovsk.

Baedeker añadía:

Simbirsk, ciudad de 39.000 habitantes y cabeza de partido de la región, está construida en anfiteatro sobre la orilla escarpada del Volga y presenta una vista muy pintoresca. La colina sobre la que está situada, de 125 metros de altura, se encuentra entre el Volga y el río Sviyaga, su afluente. Esa ciudad es la residencia del gobernador civil y de un obispo griego. Tiene veintitrés iglesias, entre ellas dos catedrales católicas griegas, una iglesia católica romana y una luterana. También hay una mezquita, dos conventos y muchas fábricas. Pesca y comercio importantes. Famosa feria en la primera semana de Cuaresma.

La guía daba un pequeño resumen histórico: «Simbirsk fue fundada en 1648, según los planos del boyardo Bogdan Matveievich Jitrov. La rodeó de empalizadas para protegerla de los ataques de los tártaros […]. La ciudad fue incendiada en 1670 por Stenka Razin, bandolero del Volga, y quedó casi enteramente destruida por el fuego en 1864». Ese «bandolero» era un sorprendente jefe de los cosacos del Don que, en 1668-1669, intentó crear una república cosaca y luego encabezó, en el sur de Rusia, una gigantesca revuelta campesina —el bund— que barrió todo a su paso, hombres, ganado, cosechas y edificaciones. Simbirsk resistió a los sublevados que fueron aplastados por el ejército; 800 fueron ahorcados y Razin fue llevado a Moscú, torturado y descuartizado en público… antes de convertirse en un héroe de la literatura, de la canción y del cine ruso e incluso del soviético.

El incendio que quemó las tres cuartas partes de Simbirsk y mató a centenares de habitantes, permitió que la ciudad se convirtiera en una ciudad «moderna, con calles rectas y largas, con casas casi todas de madera y hermosos parques y jardines», aunque Baedeker lamentaba que no hubiera un «hotel propiamente dicho, sino casas amuebladas, casi todas en la Calle Mayor, Iazikor, Troïtsky». Por último, señala «la catedral de la Trinidad, construida por la nobleza de Simbirsk para rememorar la expulsión de los franceses en 1812».

Fue en esa pequeña ciudad de provincias del inmenso Imperio zarista, agazapada a un costado del formidable Volga, a la que Trotski calificaría como «la más atrasada, más desértica de todas las capitales de provincias del Volga», donde el 22 de abril de 1870 nació el segundo hijo de los Uliánov, Vladímir —en eslavo significa «amo» o «dueño del mundo— bautizado en la catedral de San Nicolás. Simbirsk, a 900 kilómetros de Moscú y a 1.500 de San Petersburgo, sin conexión ferroviaria hasta finales de la década de 1880, era una ciudad hecha a imagen de esas viejas ciudades rusas pobladas principalmente por nobles, burócratas zaristas, comerciantes, militares acuartelados, «pequeño burgueses» —estatus creado por Catalina la Grande para los ciudadanos que no eran tan ricos como para unirlos a los «comerciantes»—, por gente humilde y una masa de desclasados. Una ciudad sin industria, pero volcada al río, a la pesca del esturión, al transporte fluvial y sus famosos bateleros, y rodeada por un oscuro mundo de campesinos siervos.

Ahí nació Iván Goncharov que en 1859 creó uno de los personajes más emblemáticos de la literatura rusa, el famoso Oblómov, ese terrateniente convertido en la encarnación de la pereza, la apatía y el desencanto de una aristocracia cuyo resorte interior estaba roto. «Oblomovismo» será uno de los insultos favoritos de Lenin. Pero, también en Simbirsk, un siglo antes que Vladímir Uliánov, nació Nikolái Karamzin, el historiador y teórico del régimen zarista definido por la famosa fórmula «Ortodoxia, Autocracia, Nacionalidad», en el sentido de «espíritu nacional» ruso.

La familia Uliánov era la imagen de un imperio multiétnico predominantemente eslavo en donde los rusos «auténticos» representaban apenas la mitad de la población. El padre, Ilía Nikolaiévich, nacido en 1831, era originario de la región de Astrakán, nieto de siervo e hijo de un comerciante próspero, con ascendencia de calmucos o kirguises. Ilía, joven huérfano, apoyado por su hermano mayor, estudió en la Universidad de Kazán y luego se hizo profesor de matemáticas y física en un instituto de Penza, donde se casó en 1863 con María Alexandróvna Blank. El padre de esta, Alexandr Blank, era un judío convertido a la ortodoxia que había cursado una brillante carrera de médico, incluso en la policía y, después, de inspector de hospitales en Siberia occidental, antes de obtener el prestigioso rango de consejero de Estado y ser ennoblecido. La madre de María era de origen alemán y sueco y de religión luterana. Cuando se jubiló, Alexandr compró en 1848 en Kokuchkino, cerca de Kazán, una propiedad que incluía una cuarentena de familias de siervos, donde nació María y que Lenin heredaría. María, que siguió practicando la religión luterana, aunque no fue a la universidad, tuvo una excelente educación y aprendió música y piano, y hablaba igual el ruso que el alemán, el francés y el inglés.

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