ADVERTENCIA
En 1964 la Universidad Nacional Autónoma de México editó en la colección Poemas y Ensayos, dirigida entonces por Jaime García Terrés, cuatro volúmenes que reunían los escritos de Jorge Cuesta, recopilados por Miguel Capistrán y por el que esto escribe. Fue una ardua labor de investigación en revistas y periódicos cuyo resultado no solamente produjo sorpresa en el ambiente intelectual, sino que dio a conocer casi en forma total una obra que rayaba en lo mitológico o que era solamente compartida por la leyenda.
En 1978 se reproduce la misma edición en forma facsimilar, patrocinada ahora por la UNAM a través de la Coordinación de Humanidades y la Dirección General de Publicaciones. En vista de que esta edición fue realizada sin consulta previa con los recopiladores y que dejaba atrás un buen número de composiciones poéticas y de artículos que se habían localizado con posterioridad a 1964, decidí con Fernando Curiel, quien era el coordinador general de Extensión Cultural, publicar un quinto tomo que salvara esos escritos dispersos, agregándose además parte de la correspondencia de Cuesta, una antología crítica sobre su obra y su personalidad y un buen número de fotografías. De esta manera, estos cinco tomos reflejan la producción completa que hasta este momento existe de Jorge Cuesta.
Para esta edición antológica en la tercera serie de Lecturas Mexicanas, he decidido incluir toda la obra poética de Jorge Cuesta, excepto las composiciones escolares, y seleccionar exclusivamente aquellos ensayos de directa referencia a la cultura nacional. La intención es obvia: señalar de manera definitiva que la idea aún no desterrada totalmente de que los Contemporáneos eran tildados de extranjerizantes cae en el terreno de las falsedades y de un lugar común. O por lo menos no es aplicable a Jorge Cuesta: más del ochenta por ciento de sus escritos están referidos a la problemática mexicana.
Agrupo los ensayos en asuntos concernientes a la literatura, comprendiendo artículos y reseñas sobre escritores y libros; sobre plástica, pintores y exposiciones; sobre educación y política. Cuando existen dos, tres o cuatro referentes a un mismo intelectual o artista —como en el caso de José Gorostiza o de José Clemente Orozco— opto por mostrar el que me parece más importante, con el propósito de despejar redundancias. En cada sección he ordenado cronológicamente los textos; al pie de los mismos se registra la referencia biblio-hemerográfica.
L. M. Sch.
JORGE CUESTA (Córdoba, Veracruz, 1903-1942). Llegó a la ciudad de México en 1921 con el propósito de estudiar música y química. El conocimiento de la lengua y literatura francesas, adquirido en los años de educación básica, le permite acercarse a los intereses estéticos de Gilberto Owen y Xavier Villaurrutia, quien definió a Cuesta como «el más universalmente armado de todos los escritores del grupo, porque la filosofía, la estética, la ciencia, la crítica y la poesía lo atraían con igual fuerza». Luego de la desaparición de la revista Contemporáneos, en 1932 funda Examen; en ella podemos advertir —dice Guillermo Sheridan— «todos los indicios que permiten penetrar en la personalidad de su fundador y director. Pues resulta ya no curioso, sino fascinante, el que Jorge Cuesta no haya publicado en vida, aparte de la Antología de la poesía mexicana moderna, más que un par de folletos de asunto político». En éstos, al igual que en sus colaboraciones periodísticas sobre política, economía, educación y cualquier otro tema que le apasionara, Cuesta trazó, con absoluta fidelidad a sí mismo, los rasgos inconfundibles de su pensamiento: lucidez y libertad frente a la domesticación de la conciencia.
RETRATO DE GILBERTO OWEN
Enviaba a la guerra su imagen indócil
para que volviera sobria y mutilada
pero volvía intacta y se ponía a llorar
porque no era bastante equilibrista
para ser un modelo de Cézanne .
Y envidiando el estable equilibrio
de las frutas que posan sobre el mantel,
ya más no iba a buscar por los paisajes
mudables fondos que hicieran juego con él:
sino pensando en la geometría de sus líneas
divagaba por otoñales huertos escondidos,
donde las musas tenues se ríen entre las ramas
y amarrándose al pie lastres de manzanas
se arrojan sobre los labios distraídos.
Entonces descubrió la Ley de Owen
—como guarda secreto el estudio
ninguno la menciona con su nombre—:
«Cuando el aire es homogéneo y casi rígido
y las cosas que envuelve no están entremezcladas
el paisaje no es un estado de alma
sino un sistema de coordenadas».
Y para defender los dulces números pitagóricos
que dentro de sus nuevas proporciones cantaban,
dibujaba a su lado muchachas apacibles
cuya sola presencia confortaba.
Pero la constancia enseñándole pronto
que el amor verdadero es menos breve
que los gratos objetos que lo mueven
las apartó luego de sí, para quedarse solo.
Y sembró en su soledad el gesto puro
que amoroso cuidado nutre y guarda,
para mostrarlo inalterable al día
que traicionen su fondo las ventanas.
Pero con pensamiento que atraviesa
la densa niebla de la posteridad,
para tener en paz y en regla su postura
le roba al tiempo su madura edad.
1926. Fragmentariamente en El Hijo Pródigo, marzo, 1944. Completo en Revista de la Universidad de México, núms. 6-7, febrero-marzo, 1975, p. 3.
DIBUJO
Suaviza el sol que toca su blancura,
disminuye la sombra y la confina
y no tuerce ni quiebra su figura
el ademán tranquilo que la inclina.
Resbala por la piel llena y madura
sin arrugarla, la sonrisa fina
y modela su voz blanda y segura
el suave gesto con que se combina.
Sólo al color y la exterior fragancia
su carácter acuerda su constancia
y su lenguaje semejanza pide;
como a su cuerpo no dibuja y cuida
sino la música feliz que mide
el dulce movimiento de su vida.
Ulises, núm. 3, agosto de 1927, pp. 33-34. En Estaciones sin título.
RÉPLICA A IFIGENIA CRUEL
Creció mi vida y se hizo
el espacio que invade su presencia,
donde su voz no muere y se termina
y el ademán que olvida a su cuerpo se une.
Nada pierde de ti
en el tiempo que soy donde te mueves,
nada desaparece o se diluye
sino que fijamente se presenta.
Pero llora su vana vigilancia
la ruina del contorno que media
mirando que desborda su apariencia
en la extensa avidez que la vacía.
Desordénate, enloquece, entrégate
al ademán violento con que aspiras
a escapar de la ley que te contiene
o salir del azar donde te viertes:
nada podrás abandonar, y nada
se retira del cuerpo a donde vuelves.
Revista de Avance, noviembre 15, 1928, p. 316.
DELGADA
Delgada, diluida, tenue,
para mis manos ávidas de palparte
gruesa y dura.
Incolora, diáfana,
para mis ojos fatigados sin fruto,
sedientos de tu color espeso y opaco.
Sin olor, sin aliento
en la sombra fría que respiras y abres
y que vuelve a cerrarse expulsando de su aire
la huella móvil que tu vida abandona.
Sin voz, sin palabras
en el murmullo deshilado y deshecho
que pierde la forma que le dan tus labios.
Sin ruido, sin eco
en el largo corredor de mis oídos,
donde te borras antes de que pases.
Y sin peso y sin realidad
sobre mi cuerpo inútil que exagera