JOHN F. KENNEDY
SU LIDERAZGO
Para Mary Elisabeth
Nuestra Mimi
© 2009 por Grupo Nelson®
Publicado en Nashville, Tennessee, Estados Unidos de América.
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completamente a Thomas Nelson, Inc.
Grupo Nelson es una marca registrada de Thomas Nelson, Inc.
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Título en inglés: John F. Kennedy on Leadership
© 2007 por John A. Barnes
Publicado por AMACOM, una división de
American Management Association, International, Nueva York.
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Traducción: Belmonte Traducciones
Adaptación del diseño al español: Grupo Nivel Uno, Inc.
ISBN: 978-1-60255-279-1
Impreso en Estados Unidos de América
09 10 11 12 13 QW 9 8 7 6 5 4 3 2 1
Contenido
6. Redacción de discursos:
Domine el arte de comunicar sus ideas
¿Otro libro sobre John F. Kennedy? ¿Qué queda por estudiar que ya no lo haya sido?
Su liderazgo. De manera notable, dado el torrente de obras sobre «liderazgo» que se han publicado en la década desde que el libro de Donald Phillips, Lincoln on Leadership [Lincoln: Su liderazgo], creara el género, nadie ha hecho el intento de escribir uno que examine el estilo de liderazgo del moderno presidente estadounidense que quizás sea el más estrechamente identificado con el término.
Uno no tiene que mirar lejos para encontrar la evidencia de la huella que Kennedy ha dejado en la vida y la política estadounidenses. Desde el día de su muerte, casi cada presidente y candidato a la presidencia ha pretendido, hasta varios grados, retratarse a sí mismo como el heredero del legado de Kennedy. Lyndon Johnson estaba obsesionado por vivir a la sombra de Kennedy. Richard Nixon estaba inmensamente celoso del hombre al que también consideraba su amigo. Jimmy Carter se deleitaba en ser descrito por la revista Time como «kennedyesco» durante su campaña en 1976. Ronald Reagan recurió a la dura postura hacia la Unión Soviética y su estrategia económica de recortes de impuestos para reforzar sus propios esfuerzos en esas esferas. Un Bill Clinton de dieciséis años de edad fue famosamente fotografiado —con una expresión beatífica en su rostro— estrechando la mano de Kennedy en el Rose Garden. John F. Kerry (con las mismas iniciales y del mismo estado) algunas veces llevó las comparaciones a extremos, al salir en windsurf de la isla Nantucket en una emulación aparentemente consciente de Kennedy cuando salía navegando de Hyannis.
Quizá los políticos sientan algo que los profesores de ciencias políticas —que han tendido a no tener en muy alta estima a Kennedy— no sienten, aún cuatro décadas después de su muerte: JFK sigue siendo extraordinariamente popular. Una encuesta de ABC News realizada el fin de semana del Día del Presidente en el año 2003 situaba a JFK como el segundo mejor presidente de todos los tiempos. Un sondeo Zogby mostró un resultado casi idéntico. Aunque lo reciente y la nostalgia sin duda desempeñan un papel principal en tales resultados, el hecho es que, en el momento de su muerte, Kennedy ostentaba el índice promedio de aprobación más elevado que cualquier otro presidente medido por la organización encuestadora Gallup: un setenta por ciento.
Los cínicos han mirado en retrospectiva la carrera de Kennedy y han proclamado que era el hijo consentido de un padre rico cuyo éxito era inevitable. Tal conclusión menosprecia seriamente a Kennedy. Había muchos jóvenes con talento, bien parecidos, acomodados y políticamente ambiciosos en Estados Unidos en los años cincuenta, y no llegaron a ser presidente, y mucho menos un ícono de la época para millones de sus conciudadanos. Sin duda, JFK disfrutó de ventajas, pero estaban contrapesadas por considerables desventajas por las que tuvo que esforzarse mucho para vencer. John F. Kennedy, su liderazgo demostrará, creo yo, cómo el ejecutivo moderno —o meramente el lector interesado— puede beneficiarse al conocer la manera en que Kennedy abordó este proceso de desarrollo de liderazgo. Kennedy, por ejemplo, nos dio la «imagen» de la presidencia moderna. Si Franklin D. Roosevelt creó la «presidencia» imperial, fue Kennedy quien le otorgó sus adornos reales. Kennedy tomó el cuadrado y funcional avión presidencial; contrató a uno de los mejores diseñadores industriales para repintarlo; y bautizó el resultado como Air Force One, para descender majestuosamente desde los cielos como el símbolo mismo del poder presidencial. Los presidentes estadounidenses ya no saludarían a sus visitantes extranjeros prosaicamente en el aeropuerto; en cambio, el visitante sería llevado rápidamente a la Casa Blanca para una grandiosa «ceremonia de bienvenida» en el South Lawn. Las cenas de estado, que habían sido ocasiones bastante sobrias durante décadas, fueron transformadas en acontecimientos espectaculares con hombres vistiendo de etiqueta y mujeres vistiendo trajes de noche. La Casa Blanca misma, después de haber sido una mansión bastante desastrada de una administración a la siguiente, entonces resplandecía con un grandioso estilo. Y el público estadounidense supuestamente plebeyo la adoraba.
Kennedy fue también, en palabras del biógrafo Geoffrey Perret, el primer «presidente celebridad». Eso puede que sea bueno o malo, pero comenzando con Kennedy, la Avenida Pennsylvania se cruzó con Sunset Boulevard y nunca ha echado la vista atrás.
Kennedy tuvo a su favor otros notables logros en el liderazgo:
Hizo sus propias reglas. Cuando se presentó al Congreso en el año 1946 sin haber ocupado ningún otro cargo anterior, los políticos de la vieja escuela de Boston se quejaron de que estaba transgrediendo las reglas. A Kennedy no le importó. Sencillamente construyó su propia organización, una práctica que mantendría a lo largo de su carrera. Hoy día, casi todos los políticos ambiciosos se apoyan en sus propias organizaciones, en lugar de hacerlo en las del partido, para ganar las elecciones.
Comenzó temprano. En 1951 empezó a poner las bases para enfrentarse al acomodado, bien parecido y popular republicano, senador titular por Massachusetts, Henry Cabot Lodge hijo, en el que seguramente sería el año republicano de 1952. Kennedy viajó por el estado, sin dar nunca un solo voto por ganado. Comenzó a presentarse a la presidencia en el año 1958 y declaró su candidatura en 1960, momentos que se consideraron absurdamente tempranos en aquella época. Ahora bien, comenzar temprano es un procedimiento operativo normal.
Dominaba la televisión. El formato del debate político no había hecho sino morir a principios de los años cincuenta; pero Kennedy pensó que si podía reunir a los suyos en un debate televisado, eso le ayudaría. Su teoría demostró ser correcta contra Lodge y también contra Nixon. Hoy, redes enteras de televisión por cable no se dedican a otra cosa que al debate político.
Se hizo amigo de la prensa acreditada. Kennedy fue el primer presidente que respondía en directo preguntas de periodistas en la televisión. ( «La idea más tonta desde el hula hop», se quejó el columnista del
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