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Gonzalo Vial Correa - Gonzalo Vial: política y crisis social

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Gonzalo Vial Correa Gonzalo Vial: política y crisis social
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    Gonzalo Vial: política y crisis social
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    Ideapaís
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    2020
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Gonzalo Vial: política y crisis social: resumen, descripción y anotación

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APÉNDICE

¿Qué será de los partidos políticos?

1. El centro radical. El centro ibañista

En Chile ha habido dos grandes partidos políticos de centro, el Radical y el Demócrata Cristiano, que sustituyó al primero —paulatinamente— desde fines de los años 50 del siglo pasado. Durante los mismos años 50, el ibañismo —que eligió presidente de la república a su líder, Carlos Ibáñez, en 1952— insufló breve importancia a un tercer partido de centro, el Agrario-Laborista.

1.1 Los radicales hasta 1906

Los radicales nacieron a mediados del siglo xix , como una facción liberal extrema. Su extremismo se reflejaba en una defensa más amplia que lo común de las libertades públicas, tal como ellos las veían. Y así, por ejemplo:

Eran contrarios al autoritarismo presidencial —que vivía esos años el último y quizás el más duro de sus decenios, el de Manuel Montt (1851-1861)— y partidarios de un régimen de recorte de las atribuciones del jefe del Estado, y aumento de los poderes del Congreso.

Eran partidarios de la libertad electoral, y en especial de que el gobierno dejara de manipular las elecciones, como lo hacía (según nos han adelantado los dos fascículos precedentes de esta serie).

Eran partidarios de la más amplia libertad de cultos, y de la neutralidad religiosa del Estado, que debería traducirse en su separación constitucional y legal de la Iglesia Católica; el fin de todo privilegio y subsidio estatal para esta; secularizar o desacralizar cier tos hechos e instituciones, como el matrimonio, los nacimientos y los fallecimientos y cementerios; una educación del Estado “laica” (arreligiosa), etc.

Eran, finalmente, también liberales en lo económico, defensores del “Estado gendarme”, que en esa materia solo “dirigiera el tránsito”, dejando actuar libremente y sin interferir a las fuerzas naturales... la economía del laissez faire, laissez passer (dejad hacer, dejad pasar).

Los liberales todos compartían estas ideas, pero solamente los radicales las llevaron al extremo. Y así, los presidentes liberales —Errázuriz Zañartu, por ejemplo; o Domingo Santa María, o incluso Balmaceda— fueron tan autoritarios y manipularon tan descaradamente las elecciones como los mandatarios “pelucones” de los decenios. Y la defensa de la libertad religiosa no les alcanzó a los mismos presidentes liberales como para suprimir el “patronato” —los poderes, que databan de la llamada Colonia, del Estado sobre la Iglesia—, ni para imponer, como pudieron hacerlo, la separación entre esta y aquel. Pues temían que la Iglesia, libre, y utilizando el enorme poder social que entonces detentaba, perjudicara políticamente al liberalismo y favoreciera al partido confesional-católico, el Partido Conservador. Los radicales, en cambio, reclamaban doctrinariamente la separación y el consiguiente fin del patronato, sin fijarse en sus consecuencias políticas.

Por este extremismo, los radicales eran la izquierda del mundo liberal y, generalmente hablando, del espectro político de Chile. Se les llamaba “rojos”.

Contribuyó a su caracterización como partido extremo el hecho de que en el combate con los católicos-conservadores y la Iglesia utilizaran un lenguaje sumamente agresivo y descalificador (que el otro lado, por cierto, correspondía con creces). También, su conexión con la masonería, que muchos católicos juzgaban una máquina secreta para perseguirlos y destruirlos. Todo esto derivó a menudo, para todos los contendores, en un fuerte sectarismo.

Los radicales, sin embargo, se vieron de repente en el centro político, y no en la izquierda, por la razón que vamos a explicar.

Habían sido una facción de la clase rectora, distinta del resto de esta solo por el extremismo doctrinario. Pero, reiteremos, en lo económico-social, Adam Smith no hubiera tenido nada que reprocharles. Y su origen de clase era aristocrático y de grandes fortunas, especialmente nortinas (la plata, los Gallo) y después agrícolas del sur (los Moller, los Sáenz, etc.). Formaban sin embargo en sus filas profesionales de una baja clase media, todavía muy incipiente, y artesanos: obreros ilustrados y especializados sin patrón.

Pero como el liberalismo económico del partido fuese muy duro, parte de su “sector bajo” lo abandonó para formar una nueva colectividad, que fuera más sensible (pensaban quienes la fundaron) a los males materiales y morales del pueblo... más sensible a lo que entonces ya comenzaba a llamarse “cuestión social”. Y más luchadora al respecto.

Fue el Partido Democrático, desgajado del radicalismo en 1887. Apoyaría los movimientos obreros y de protesta social. En 1888, se hizo notorio al respaldar el reclamo por el alza de los pasajes en el “ferrocarril urbano”, tranvías, de Santiago, que culminó con una muchedumbre quemando numerosos de estos. Fue a la cárcel el Directorio Democrático completo.

Nada de lo anterior se avenía con el Partido Radical. Bruscamente quedaron en el centro político, del cual ya no se moverían. Los democráticos eran ahora la izquierda, los “rojos”.

Cuando la Guerra Civil liquidó la intervención electoral —que le había sido muy adversa bajo Santa María y Balmaceda—, el radicalismo exhibió su verdadera fuerza, eligió numerosos congresales y sería un elemento importante del régimen parlamentarista.

Pero se iba anquilosando, perdiendo fuerza y futuro, por el desangramiento sufrido de elementos mesocráticos y populares; por el añejarse de su doctrina económica; por no haber sintonizado con los problemas sociales, y porque su gran bandera —la libertad religiosa— se había tornado obsoleta... obsoleta debido a un triunfo casi total.

De tan peligrosa situación vino a sacarla el jurista, ensayista y por sobre todo educador Valentín Letelier, acaudillando una corriente renovadora del partido.

Esta corriente se enfrentó, en la Convención de 1906, con la tradicional, que encabezaba uno de los grandes parlamentarios y oradores —el “ruiseñor radical”, lo llamaban— de la colectividad, Enrique Mac Iver.

Mac Iver era liberal extremo en lo económico, habiendo llegado a afirmar que Chile no conocía la “cuestión social” respecto de los obreros urbanos, quienes figuraban, añadía, entre los mejor pagados del mundo.

Letelier preconizaba un nuevo sistema económico-social. Lo había visto aplicado en Alemania, donde don Valentín fuera funcionario diplomático. El creador del sistema: Bismarck, a quien Letelier veneraba (especialmente por su lucha contra la Iglesia Católica, la “ Kulturkampf ”). Consistía en arrebatarles banderas a los socialistas, interviniendo el Estado para solucionar los problemas de la clase trabajadora. Este sistema fue conocido, un tanto impropiamente, como “socialismo de Estado”.

Triunfó Letelier en 1906, y el Partido Radical se hizo socialista de Estado. Con ello, saldría de su letargia, iniciando un contundente repunte. El liberalismo económico quedó atrás, pero no la tendencia “laica” (palabra que se hizo sinónima de arreligiosa y anticlerical), a veces sectaria, ni el vínculo con la masonería. De todos modos, el derrotado patriarca Mac Iver comentaría, pocos años después: “No reconozco a mi partido”.

1.2 Los radicales entre 1906 y 1938

El nuevo Partido Radical tuvo un característico atractivo para la clase media, en rápido crecimiento.

Este crecimiento mesocrático se originaba en lo que sigue:

La educación, que se había universalizado del modo asombroso. Provino básicamente del Estado liberal-radical, con fuerte influjo masónico.

Al ser gratuita, convirtió en clase media a una parte considerable del pueblo.

Al ser “laica” (por proporcionarla un Estado de esos rasgos doctrinarios), quienes ella formaba coincidían con el radicalismo, sobre todo en su nuevo ideario económico social, el socialismo de Bismarck y Letelier.

Por otra parte, la educación egresaba muchachos de conocimientos más bien teóricos, librescos, literarios... Premios Nobel, como los dos paradigmas de la enseñanza chilena: Lucila-Gabriela, la maestra; Neftalí-Pablo, el liceano. Pero no formaba hombres de negocios, como reclamara Encina, ni técnicos de la agricultura, la minería, la industria y el comercio, como pidiera Tancredo Pinochet.

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