Gonzalo Puente Ojea - El mito de Cristo
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- Libro:El mito de Cristo
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- Editor:ePubLibre
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- Año:2000
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El mito de Cristo: resumen, descripción y anotación
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Para comprender el perfil definitorio del mito neotestamentario de Cristo, y las argucias de su falsedad, la explicación que ofrece este breve escrito solamente exige buen sentido, respeto por las reglas que impone el sano razonamiento y la atenta lectura de los propios evangelios canónicos, en el contexto de la sencilla información que el autor suministra sobre la época y el medio ambiental en que se sitúan esos cuatro incoherentes relatos, una vez despojados de aditamentos eruditos o premisas dogmáticas. Esta lectura, exenta de los aberrantes prejuicios de la fe, pone de manifiesto una evidente contradicción irreductible entre el anuncio profético atribuido a la propia persona de Jesús de Nazaret y el sangriento e inesperado desenlace del que fue la víctima cruenta. Desde este trágico suceso, la fe fanática de unos pocos de sus seguidores comenzó la tarea de transformar radicalmente a un artesano galileo en el Hijo de Dios, consustancial y coeterno con el Padre, cuyo sacrificio redimiría un pecado original a fin de aplacar la cólera de un Dios vengativo e implacable. Esta absurda leyenda generó muy pronto una enigmática dogmática trinitaria que implicaba una doctrina sacrílega y blasfematoria del estricto monoteísmo bíblico, creando un abismo insondable entre cristianismo y judaísmo: el mito de Cristo.
Gonzalo Puente Ojea
ePub r1.0
Titivillus 30.06.17
Título original: El mito de Cristo
Gonzalo Puente Ojea, 2000
Diseño de cubierta: Juan José Barco y Sonia Alins
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
A Pilar
Para comprender el perfil definitorio del mito neotestamentario de Cristo, y las argucias de su falsedad, la explicación que ofrece este breve escrito solamente exige buen sentido, respeto de las reglas que impone el sano razonamiento, y la atenta lectura de los propios evangelios canónicos, en el contexto de la sencilla información que el autor suministra sobre la época y el medio ambiental en que se sitúan esos cuatro incoherentes relatos, una vez despojados de aditamentos eruditos o premisas dogmáticas destinados a deformar y adulterar la esencia de la predicación y la acción de un visionario conocido históricamente por el nombre de Jesús de Nazaret, cuya existencia real sigue siendo objeto de polémica, pero que por varias razones me inclino por una respuesta positiva si se concibe como un simple ser humano sin la menor connotación divina. Una lectura exenta de los aberrantes prejuicios de la fe pone de manifiesto una evidente contradicción irreductible entre el anuncio profético atribuido a su propia persona y el sangriento e inesperado desenlace del que fue la víctima cruenta. Desde este trágico suceso, la fe fanática de unos-pocos de sus seguidores comenzó la tarea de transformar radicalmente a un artesano galileo, ofuscado por las promesas del Reino, en el Hijo de Dios, consustancial y coeterno con el Padre, cuyo sacrificio redimiría un pecado original a fin de aplacar la cólera de un Dios vengativo e implacable. Esta absurda leyenda generó muy pronto una enigmática dogmática trinitaria que implicaba una doctrina sacrílega y blasfematoria del estricto monoteísmo bíblico, creando un abismo insondable entre Cristianismo y Judaísmo: el mito de Cristo.
Madrid, febrero del año 2000
La premisa mayor del Evangelio de Marcos, el primero cronológicamente de los cuatro canónicos, consiste en otorgar autenticidad a lo que no es sino una palmaria ficción legendaria según la cual Jesús habría previsto, asumido y anunciado secretamente a sus discípulos, antes de iniciar el período decisivo de su aventura personal, el martirio expiatorio y la resurrección al tercer día. En la historia de la exégesis neotestamentaria, dicha ficción recibió el nombre de secreto mesiánico, porque escenifica la revelación hecha por Jesús de que el Mesías —él mismo— debe sufrir y morir conforme a un plan de salvación universal establecido por Dios desde el inicio de los tiempos. Este imaginario episodio constituye la piedra fundacional de la revelación cristiana, razón por la que Hans Conzelmann, con su reconocida autoridad, pudo escribir sin hipérbole que «la teoría del secreto es la presuposición fundamental del género Evangelio».
El período galileico de la andadura de Jesús alcanza su climax, en los textos sinópticos, en la llamada confesión de Pedro, inmediato preludio del secreto mesiánico decretado por el Nazareno. De esta confesión puede deducirse que el carácter mesiánico de la empresa de Jesús había sido intuido por sus habituales seguidores más íntimos, pero la recreación teológica del evangelista —un supuesto vaticinium ex eventu— le lleva a poner en los labios del Maestro una instrucción terminante: su mesianidad debía quedar oculta a la mirada pública —es decir, secreta— hasta el momento inaugural del Reino de Dios en la tierra de Israel, como cumplimiento de las promesas divinas a su pueblo elegido. Es cierto que las fuentes escritas no son concluyentes en cuanto a la condición en que Jesús se tomaba a sí mismo como agente mesiánico: ¿profeta, intermediario, Mesías?… Pero todos los datos conocidos, interpretados en el contexto estrictamente judío en que pensaba y actuaba el Nazareno, permiten presumir con estimable seguridad que su fe mesiánica en el gran suceso inminente de la instauración del Reino se ceñía fundamentalmente a la concepción tradicional de este concepto, que adquirió vigencia popular incontestable en los días de Jesús. Un examen objetivo del conjunto de los textos pertinentes, conducido con la visión propia de un historiador independiente, deja muy pocas dudas sobre esta conclusión. El Nazareno jamás definía la naturaleza del próximo reino mesiánico, porque sus auditorios sabían perfectamente de qué se trataba. Como en otras muchas cuestiones, hablaba con obvias referencias. Precisamente, la sustitución teológica que construyeron los evangelistas inicia el mito de Cristo y, a la vez, la tergiversación ominosa del Jesús histórico.
En la ficción del secreto mesiánico se supone diáfanamente que ni siquiera los discípulos habrían de comprender adecuadamente, hasta después de la Resurrección de Jesús, las inesperadas connotaciones de la radicalmente nueva noción de mesianidad. El elemento axial del evangelio se sitúa en las perícopas que van de Mc 8. 27 a 8. 31, en las cuales, pese a la calculada cautela del evangelista, lo que se anuncia con dramatismo es meridianamente claro: mucho sufrimiento, persecución, condena a muerte y resurrección tres días más tarde. El mensaje se inicia así: «Él les preguntó: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Pedro, le dijo: Tú eres el Mesías. Y (él) les encargó que a nadie dijeran esto de Él. Comenzó a enseñarles cómo era necesario que el Hijo del hombre padeciese mucho, y que fuese rechazado por los ancianos y los príncipes de los sacerdotes y los escribas, y que fuese muerto y resucitara después de tres días. Claramente les hablaba de esto. Pedro, tomándolo aparte, se puso a reprenderlo. Pero Él, volviéndose y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro y le dijo: Quítate allá, Satán, pues tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres» (vv. 29-33).
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