Gonzalo Torrente Ballester - Compostela y su ángel

Magistral canto elegíaco a la espiritualidad de otros tiempos, en Compostela y su ángel (1948) Gonzalo Torrente Ballester funde lo real con el mito y la leyenda, cristiana y pagana. La creación de un mundo lírico, fantástico y conmovedor, en el que no faltan los apuntes humorísticos, no excluye la reflexión sobre la compleja historia arquitectónica, política y religiosa, de la ciudad jacobea, ni el testimonio de las impresiones que sobre ella han dejado destacados visitantes, redondeando una obra en la que adquiere cabal plasmación la presencia de lo maravilloso en lo cotidiano.

Gonzalo Torrente Ballester

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turolero 18.08.15

Título original: Compostela y su ángel

Gonzalo Torrente Ballester, 1948

Editor digital: turolero

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A la ciudad de Compostela, y a mi hijo Xavier, nacido en ella.

GONZALO TORRENTE BALLESTER. Nació en El Ferrol en 1910 y falleció en Salamanca en 1999. Estudió Derecho en la Universidad de Oviedo y marchó a Madrid, en donde inició estudios de Filosofía y Letras. Al cabo de un año regresó a Ferrol, trabajando como profesor en una academia. Se licenció en Historia en la Universidad de Santiago de Compostela y aprobó unas oposiciones como profesor auxiliar en la Universidad de Santiago. Con el inicio de la Guerra Civil, se afilió a la Falange tomando contacto con la élite cultural falangista. Terminada la guerra, fue profesor en un instituto de Ferrol y en 1947, marchó a Madrid en donde fue profesor de Historia en la Escuela de Guerra Naval, al tiempo que desarrollaba su labor literaria, ejercía la crítica teatral en Arriba y Radio Nacional de España, y hacía colaboraciones en prensa. En 1966 se desplazó a Estados Unidos para trabajar como profesor de Literatura Española en la Universidad de Albany, en la que salvo en una pausa, estuvo hasta 1973, fecha en la que regresó a España siendo profesor de instituto en Vigo y finalmente en Salamanca, en donde se jubiló, si bien continuó con su labor creativa hasta su muerte. Recibió numerosos honores y premios, destacando el Príncipe de Asturias de las Letras en 1982 y el Miguel de Cervantes en 1985.

Hic quoque Iacobus, cretus genitore vetusto delubrum sancto defendit tegmine celsum; qui, clamante pio ponti de margine Christo, linquebat proprium panda cum puppe parentem. Primitus Hispanias convertit dogmate gentes, barbara divinis convertens agmina dictis, quae priscos dudum riuts et lurida fana, daemonis horrendi deceptae fraude, colebant; plurima hic praesul patravit signa stupendus quae nunc in chartis scribuntur rite quadratis.

(De San Adhelelmo , abad de Malmesbury, s. VIII. )

Prólogo en 1984

Este libro, publicado por primera vez en 1948 y agotado en fecha incierta, quedó completamente olvidado, no ya de los editores, sino también de los lectores, y, si me apuro, del propio autor. Me atrevería a dividir en dos grupos muy heterogéneos a los libros olvidados: aquel de los que figuran en los tratados históricos y críticos, a veces ornamentados de adjetivos brillantes, de los que aseguran la perennidad, y el de los que no figuran ya ni figurarán jamás. Contra lo que pudiera pensarse, así, de repente, la suerte de los segundos es más apetecible que la de los primeros; porque, ¿habrá tristeza mayor que aparecer en los textos y que no le lea nadie? El hecho de que este libro no haya aparecido nunca en ninguna lista, ni siquiera en las elaboradas por mí, me lo hace simpático e incluso suscita en mi ánimo una especie de cariño probablemente explicable. Si el libro mismo me pidiera explicaciones (¡ah, si el libro me las pudiera pedir!), tendría que responderle que mi olvido aparente obedeció a ciertas dificultades de clasificación, pero no deja de ser posible que semejante respuesta no pase de escapatoria con el fin de ocultarle su penosa condición de trabajo de encargo. Para la estimación vigente, sobre todo para la de aquellos que están deseando desde siempre que les encarguen libros, este modo de nacer se asemeja bastante a la bastardía o acaso a modos algo menos prestigiosos de ilegitimidad. Lo cual no deja de ser, aparte de una hipocresía, como ya se insinuó, una mamarrachada fenomenal, sobre todo si se piensa que la mayoría de las obras de arte le deben al encargo su existencia. Sin ir más allá, y por tratarse de Compostela, ahí está el Pórtico de la Gloria. No faltarán supuestos «puros» que se atrevan a imaginar a Mateo con el Pórtico a cuestas, camino tras camino, hasta hallar el sitio idóneo donde instalarlo, pero después, por supuesto, de haber hallado a un obispo con dinero que se lo pudiera pagar. La verdad parece ser que Mateo iba de catedral en catedral en oferta de sus servicios, y que éstos se contrataban de una manera bastante mercantil, como quien vende unas madreñas, sin trances ni otros éxtasis. Y no es que yo sostenga, ¡Dios me libre!, que este libro vale tanto como el Pórtico mentado, pero no cabe duda de que también se engendró en un encargo, quiere decirse, en un contrato: Manolo Sanmiguel, director literario por entonces de la empresa editorial Afrodisio Aguado, tenía cierta fe en mi inventiva y en mi prosa, y ante la inminencia de un Año Jubilar, pensó que podría aprovecharse la coyuntura para editar un libro de algún modo excepcional, pero sobre todo de un modo plástico. Aceptado el proyecto, habló conmigo, yo le presenté a María Droc, pintora rumana en el exilio, y de esta triple colaboración salió un precioso libro con bellas ilustraciones y de formato grande y lujoso, un poco caro para la economía de aquel tiempo. El libro era tan bonito que, puesto también a imaginar, veo a la gente mirándolo en vez de leyéndolo. Es lo que suele acontecer con los libros bellos: el que quiera conocer las razones, acuda al quinto acto de Santa Juana, de Bernard Shaw, donde el inteligente y delicado analfabeto lord Warwick, después de contemplar un libro bellamente decorado (era el siglo de los grandes ilustradores), acaba por declarar, sin entenderlo, que la gente, ahora, «en vez de mirar los libros, los lee». ¡Afortunado lord Warwick, que vivió en una época en que para ser un gran político o un gran poeta no hacía falta saber leer y escribir! Los que prefirieron la contemplación de las acuarelas de María Droc, tan bonitas, a la lectura de mis prosas, obraron rectamente y no les guardo rencor. Al cabo casi de cuarenta años (treinta y seis, exactamente), la publicación de mi texto sin las ilustraciones pudiera parecer una revancha. No lo es. Un libro como el de 1948, con las mismas o semejantes acuarelas, si no una osadía, sería inaccesible por su precio. El que adquiera, pues, este volumen, o lo guarda en el anaquel sin abrirlo, o tendrá que leer, aunque sólo sea por encima, lo que escribí en 1947 por encargo de Manolo Sanmiguel y de Afrodisio Aguado, S. A. (o quizá S. L.: no lo recuerdo bien).

Y aquí debería terminar este prólogo, a falta solamente, si he de ser justo, de una mención a José Vergés, que