Gonzalo Bernardos - La gran mentira de la economía

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Prologar un libro es siempre una tarea delicada, pero prologar un libro de un amigo es ciertamente mucho más difícil. El prólogo debe estimular a la lectura del texto que precede, que es lo importante, mientras que la amistad no debe empañar los elogios que la obra merece. Además, como sucede en este caso, cuando se trata de un libro de un economista que nos ilustra sobre economía y sobre economistas, y el prólogo lo redacta un geógrafo, el cometido puede complicarse aún más. Todo tipo de dificultades y complicaciones no pueden, sin embargo, en modo alguno, impedir la tarea encomendada que me honra como geógrafo, como profesor y como amigo del autor. Empecemos, pues, por el principio para explicar cómo hemos llegado hasta aquí.

Conocí a Gonzalo Bernardos no muchos años atrás, cuando intentábamos ejercer la política universitaria en nuestra querida Universitat de Barcelona, él como economista y yo como experto en relaciones internacionales. En este marco forjamos nuestra complicidad, sobre todo basada en la necesidad del cambio de rumbo que necesitaba nuestra universidad. Bajo este objetivo, la complicidad derivó en una fecunda amistad y en ella aprendimos (aprendí yo, al menos) algunos de los errores que, a otra escala, aborda este libro. Especialmente luchamos contra el frecuente concepto de restringir la economía a su sentido doméstico etimológico y de reducir las estrategias económicas a una simple contabilidad, por sofisticada que pueda aparecer, envuelta en cálculos más aritméticos que matemáticos. El cambio universitario, como los lectores se podrán imaginar, no se alcanzó, y nuestra aventura terminó cuando paradójicamente parecía más cercano el conseguirlo.

En esta aventura, la llamada crisis económica, que Gonzalo venía anunciando a los cuatro vientos desde tiempo atrás con su profunda experiencia sobre el mercado inmobiliario, nunca nos llevó hacia la claudicación, postura tan habitual a nuestro alrededor. Y en este sentido, su primer libro fue de gran utilidad para quienes nos dedicamos a los estudios urbanos, ya que la dinámica inmobiliaria ha sido y hoy más que nunca es el principal motor de la economía de las ciudades.

Finalizada la aventura en la política universitaria, cuando felizmente pudimos regresar a nuestra verdadera profesión, la formación de ciudadanos universitarios, a partir de la investigación del mundo real como corresponde a las disciplinas sociales, a pesar de las crecientes dificultades ambientales e institucionales, prosiguió nuestra colaboración intelectual y nuestra mistad. Una vez iniciado en el aprendizaje sobre los vericuetos de la economía contemporánea, he esperado todos y cada uno de los capítulos del libro de Gonzalo, que se ha tejido y desarrollado a lo largo del año 2013, en un proceso largo y lento, diría que casi doloroso para el autor. Dotado de un finísimo ingenio y de una sobradamente conocida capacidad dialéctica, de un gran conocimiento y de una rápida y fina intuición, Bernardos posee el dominio del verbo hablado, pero la cristalización de su escritura, con sus tiempos distintos, le cuesta un mayor esfuerzo.

Pero aquí está su libro, al fin, y se inicia con un capítulo introductorio en el que se analizan las causas del desprestigio social de los economistas. A continuación se pasa al análisis de las causas de los principales errores en que incurren los economistas. El segundo capítulo destaca la excesiva pasión por el dinero; el tercero, la inadecuada utilización de las ideologías políticas; el cuarto, la falsa prudencia que atenaza la toma de decisiones; el quinto, señala que el futuro es una repetición del pasado; y el sexto, trata del olvido de los costes sociales de las medidas económicas. Finalmente, el capítulo séptimo presenta la reconciliación posible de los economistas con los ciudadanos, que constituye la conclusión del libro.

Lo primero que hay que señalar es que estamos ante un libro estimulante. Ofrece distintos niveles de lectura y además de lo que dice, entre líneas a veces, con irónicas insinuaciones otras, habla de muchas más cosas que las que el sumario anuncia. La insinuación es mucho mayor en lo que se refiere a personas; pocas son las citadas explícitamente, pero las aludidas impersonalmente son muchas. Cada lector en su lectura pensará en sujetos diferentes a quienes cuadran perfectamente las ideas y conductas que Bernardos critica con argumentos, originales muchos y rigurosos todos. Algunos, sujetos cercanos al lector, protagonistas de las grandes noticias otros muchos.

La obra contiene una cierta paradoja ya que critica la aplicación de las recetas del pasado a los problemas actuales, como incitando a los economistas a no basarse en la repetición de la historia. Pero, en cambio, el argumento del libro se basa en un gran repaso crítico de la historia económica reciente. Ello significa una incitación hacia el desarrollo de la creatividad, de la imaginación y de la innovación, pero sin ignorancia de las lecciones del pasado. Igualmente, el libro presenta una excelente visión macroeconómica, que tan a menudo falta en los análisis coyunturales de tantos otros economistas, incluso de los más mediáticos. Una visión macroeconómica que para un geógrafo aparece como aquella geografía económica que tan importante fuera en los planes de estudio de las viejas escuelas de comercio y que desapareció en las nuevas facultades de economía tras una estructura económica carente normalmente de tiempo y de espacio. Un campo éste el de la macroeconomía, o del análisis de la escala global para la comprensión de los problemas locales, en el que podemos encontrarnos cómodamente economistas y geógrafos.

En este sentido el conjunto de la obra escapa del sensacionalismo coyuntural para erigirse en un auténtico programa económico a diversos niveles. Desde la necesaria reforma de los planes de estudio en los que se forman actualmente los economistas en facultades y escuelas de negocios, hasta los programas económicos de los partidos y de los Gobiernos.

Un punto que merece ser destacado en esta formulación programática es la crítica al afán de lucro personal, al dinero como objetivo a corto plazo, que arrastra a tantos economistas y políticos contemporáneos. La crítica a la corrupción estructural y el énfasis en el desequilibrio fiscal español desde que las rentas del trabajo han superado las del capital constituye una carga de profundidad para las conciencias de las izquierdas que sostienen la existencia de soluciones únicas. Me ha recordado la excelente contribución del abogado Francesc Cabana para el caso catalán en su obra sobre la cultura de la codicia y la crisis económica.