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Karina García Reyes - Morir es un alivio

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Karina García Reyes Morir es un alivio

Morir es un alivio: resumen, descripción y anotación

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Cuando yo mataba no sentía nada. sabía que alguien tenía que hacerlo. Para mí era un trabajo común, como el de un militar o un policía. Yo sabía que, si alguien tenía que matar a alguien, se tenía que hacer y ya, para mí era normal. Lalo La doctora en Ciencia Política Karina García entrevistó a 33 excriminales mexicanos y escuchó sus historias más crudas: fantasías de parricidio, rituales a la Santa Muerte, adicciones, secuestros, asesinatos. ¿Cuáles son las razones para que una persona elija una vida así? ¿Realmente es una elección? La respuesta de la autora es clara: el crimen organizado se alimenta, en su mayoría, de personas sin oportunidades para mejorar su condición de vida, víctimas de un maltrato sistémico y de expectativas inalcanzables. A partir de 12 testimonios de aquellos que han logrado escapar del narco, la investigadora da voz a los protagonistas, describe su contexto social y ofrece conclusiones contundentes que permiten comprender por qué en esas circunstancias morir es un alivio. El narcotráfico contado desde una perspectiva novedosa y, al mismo tiempo, considerada una de las más necesarias: los ojos de un sicario.

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ÍNDICE


A los treinta y tres hombres que me confiaron sus historias de vida.

Estén donde estén, espero que sigan viviendo en paz.

L A ACADÉMICA Y LOS SICARIOS

Sergio Aguayo

El Colegio de México

Karina García Reyes hace un trabajo dificilísimo pero necesario: entrevistó a treinta y tres exnarcotraficantes entre 2014 y 2015, y seleccionó una docena para incluirlos en este libro dedicado a escudriñar los motivos que los empujaron a convertirse en asesinos despiadados.

En la literatura académica faltaba una obra como esta, escrita pensando en un público más amplio. Su utilidad se atribuye a que ataca un error analítico bastante frecuente: reducir el fenómeno de la violencia criminal a un enfrentamiento entre policías y delincuentes. La historia es bastante más compleja porque la sociedad también importa. Y mucho. Recuperemos algo de historia.

Los cárteles mexicanos nacen por el impacto sobre México de la Prohibición de las bebidas alcohólicas en Estados Unidos entre 1920 y 1933. Entonces aparecen en México pequeñas organizaciones que, protegidas por políticos de altos vuelos, se dedicaron a llevar licores y narcóticos al país vecino. Durante mucho tiempo recibieron poca atención porque sus niveles de violencia eran menores y poco visibles.

Eso cambió con la aparición de los Zeta a principios del siglo XXI . Los Zeta eran desertores de tropas especiales entrenadas para matar y llevaron su experiencia a los grupos criminales. Los otros cárteles respondieron a la brutalidad de los Zeta incrementando el número de sus sicarios. Esa militarización —facilitada por el flujo de material bélico desde Estados Unidos— se aceleró cuando Felipe Calderón declaró la guerra a los cárteles en 2006 y se multiplicó la demanda de sicarios.

En enero de 2020 leí un texto de Karina García Reyes en El País de España. Era una crónica sobre los motivos que la llevaron a entrevistar a un grupo de treinta y tres sicarios en proceso de rehabilitación en un albergue, en el norte de México, dirigido por una organización religiosa. Me interesé por su trabajo porque tengo años estudiando la violencia en Coahuila y una de mis principales fuentes han sido declaraciones ministeriales de sicarios. Conocía, por tanto, las brutalidades que ellos cometían; me faltaba entender por qué habían actuado de esa manera. Cuando Karina García y la editorial me invitaron a escribir el prólogo acepté de inmediato.

La autora no busca juzgar el comportamiento de los sicarios. Su propósito es más elemental y profundo: entender los resortes que transformaron a unos jóvenes comunes y corrientes en asesinos brutales. Para lograrlo, y ese es un subtexto de la obra, Karina García tuvo que modificar su esencia para meterse en la piel de sus entrevistados. Brotan los relatos que van detallando o sugiriendo los horrores que vivieron. Una de las partes más inquietantes de este libro son las secciones dedicadas a la veneración de la Santa Muerte y sus ritos satánicos de iniciación. También sacuden los relatos acerca de sus relaciones familiares. Dicho esto, el tratamiento de estos temas es tan perturbador como necesario.

Debe reconocerse a la ahora profesora de la Universidad de Bristol su capacidad para lograr que unos sicarios le contaran partes importantes de su vida. Hay barreras formidables entre un académico y este grupo de la sociedad. Lo refleja la frase de uno de los entrevistados: «Nadie quiere hablar con nosotros».

Las doce entrevistas seleccionadas tienen en común infancias y adolescencias basadas en familias sin estructura y con grados extremos de violencia familiar. La autora del libro concluye que «nacieron y crecieron en medio de muchas violencias, de tal manera que cuando se enfrentaron a un nivel de agresividad superior, un nivel letal, no lo sintieron como un cambio tan radical».

Ahora bien, una y otra vez se confirma que su decisión estuvo determinada por la llegada a los barrios pobres de las ciudades mexicanas de organizaciones criminales en busca de jóvenes con el perfil de asesinos en potencia. Ya incorporados fueron entrenados, capacitados y socializados en las reglas, usos y costumbres de cada grupo y en las mañas de cada jefe de plaza.

La obra de la doctora García Reyes confirma la notable mejoría en el conocimiento del crimen organizado. Su obra pionera demuestra que la delincuencia tiene una sólida base social construida con violencia. En otras palabras, los cárteles mexicanos forman parte de la sociedad. De ella se nutren y sobre ella influyen.

Solo falta que las dependencias oficiales aprovechen el conocimiento acumulado en esta y otras obras académicas para diseñar mejores políticas. No podemos dejar que el Estado siga aferrado a lecturas incompletas de una realidad compleja. La convergencia entre Estado y sociedad es indispensable.

Espero que este libro sea muy leído. Los testimonios permiten entender las bases sociales de la violencia criminal en México y conducen a una conclusión inevitable: las batallas son a balazos, pero también involucran las mentes y los corazones de gobernantes y ciudadanos. Después de todo, para combatir la violencia hay que entenderla y eso supone leer libros como el de Karina García Reyes.

L A GUERRA CONTRA LAS DROGAS

La mejor manera para que la opinión pública no pese en la conducción de una guerra es que no sepa exactamente lo que está pasando en ella.

Carlos Fazio

docente y periodista en México

C omo parte de mi investigación de doctorado en la Universidad de Bristol, durante cuatro meses visité un centro de rehabilitación al norte de México. De octubre de 2014 a enero de 2015, mi rutina de todos los días consistió en reunirme con exnarcotraficantes para escuchar sus historias: por un lado, relatos de violencia intrafamiliar, abuso infantil, pandillerismo y drogadicción;

Mi idea original era explorar el impacto de la violencia del narcotráfico en niños y jóvenes de bajos recursos. En ese entonces, yo pensaba que existía una clara división entre estos grupos vulnerables y los narcotraficantes. Sin embargo, desde mis primeros encuentros con personas del centro de rehabilitación, me percaté de que muchos de estos niños habían crecido para convertirse en parte de la misma maquinaria de violencia que los había amenazado durante sus infancias. Después de escuchar el testimonio de decenas de exnarcotraficantes, me di cuenta de que, en la realidad, la línea que divide a víctimas de victimarios es muy borrosa. Debido a esto cambié mi enfoque y decidí estudiar a fondo las historias de vida de aquellas personas que yo había prejuzgado como los malos de esta película que los gobiernos han llamado «la guerra contra el narcotráfico». Y me refiero a ella como una película porque, como explicaré más adelante, es una lucha basada en numerosas ficciones, distorsiones y mentiras detrás de las cuales no hay una justificación coherente.

He pasado incontables horas examinando las narraciones de los treinta y tres participantes de mi investigación, como me referiré a ellos de ahora en adelante. En un inicio, cuando los entrevisté, escuché sus testimonios con curiosidad. Después, durante un largo proceso de análisis, experimenté una montaña rusa de emociones: enojo, dolor, angustia, terror, compasión, tristeza, pero al final siempre termino con un sentimiento de impotencia. Sus historias le añadieron nuevas dimensiones al significado de vivir en la pobreza y me confirmaron la existencia de un sistema social que permite que millones de mexicanos sobrevivan en condiciones francamente deplorables.

Es importante tomar en cuenta que todas las historias de este libro son relativamente exitosas; los participantes se encontraban entonces dentro de un programa de rehabilitación de adicciones y decidieron compartir conmigo su camino hacia la redención. No obstante, la mayoría de los involucrados en la guerra contra el narcotráfico no tiene tanta suerte. Todos y cada uno de los participantes vieron morir a personas cercanas, con frecuencia de manera escalofriante. En todos los casos, los entrevistados evidenciaron el terrible sufrimiento de sus comunidades —amigos, vecinos, familia—; y aunque ellos lograron salir de ese contexto, dejaron a muchas personas tras de sí. Por esta razón busco poner de manifiesto que nuestra atención está concentrada en lo que considero el enemigo equivocado. A través de este libro quiero demostrar que estamos desperdiciando recursos cruciales en una guerra injustificada, cuando hay otros problemas urgentes que merecerían toda esa inversión y nuestro completo interés, como la violencia doméstica, el abuso infantil, la trata de personas y la violencia de género.

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