Durante cerca de dos décadas mis obligaciones docentes me han conducido a impartir enseñanza sobre la América Colonial hispana en la Universidad Autónoma de Barcelona. Sin duda, la obra que el lector tiene en sus manos es un reflejo de mis intereses acerca de la historia de la guerra en la Época Moderna, temática a la que he dedicado casi todos mis esfuerzos en lo que se refiere a la investigación, entendiendo que la guerra en las Indias es solo un aspecto más de las múltiples posibilidades que ofrecía la mencionada temática, y con ese espíritu, y no otro, he abordado el presente trabajo. Pero, sin duda, el ejercicio docente ha debido dejar su impronta, de modo que, fueran conscientes de ello o no, todos mis alumnos de estos casi dos decenios son, de una forma u otra, copartícipes de la decisión de interesarme por la historia de la violencia ejercida en la conquista de América. He procurado aprender todo lo posible por y para ellos. Numerosas crónicas y otras fuentes han podido ser consultadas merced al esfuerzo de muchas instituciones por digitalizar dichos materiales (entre otras, la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, Memoria Chilena, el portal PARES, etc.), a quienes damos las gracias desde aquí. También quisiera mostrar mi agradecimiento al servicio de préstamo interbibliotecario de la Universidad Autónoma de Barcelona (Biblioteca d’Humanitats) por su diligencia a la hora de atender mis peticiones y, como siempre, a Maria Ribas Prats por escuchar mis argumentaciones al respecto de esta obra, de temática tan terrible, y por hacerme la vida tan agradable.
Por supuesto, una mención muy especial se merecen mi colega, el profesor Borja Antela, quien me puso en contacto con RBA, los señores Manuel Martos y Joaquim Palau, responsable editorial de la línea de Historia, por la calurosa acogida que han dado a la presente obra, y Ferran Meler y Anna González, que han trabajado duro en las diferentes fases de la edición del libro. A todos, muchas gracias.
INTRODUCCIÓN
No se hace propaganda de las atrocidades cometidas se recurra a estas por motivos políticos, militares o por ambos al mismo tiempo. La celebérrima definición de lo que es la guerra propuesta por Carl von Clausewitz («La guerra es un acto de violencia destinado a obligar al adversario a hacer nuestra voluntad»
En realidad, el uso del terror, de la crueldad, de la violencia extrema de una manera sistemática con fines político-bélicos, de conquista y sometimiento, sin ser desconocido, por supuesto, en el mundo griego —la destrucción de Tebas
Siguiendo a Enrique García Riaza, frente a la teórica protección de la población sometida mediante la rendición incondicional de su ciudad (deditio), lo cierto es que los romanos aplicaron en algunos casos la misma ferocidad represora, de los bienes y de las personas, como si se tratara de la toma al asalto de una ciudad fortificada (oppugnatio). En este segundo supuesto, lo habitual —como sucedería después en las épocas medieval y moderna— era entrar a sangre y fuego «aniquilando de manera intencional no solo a los defensores activos, sino a cuantos habitantes se topara la vanguardia romana en su progreso, así como a los animales».
Hasta cierto punto, la opinión que ha merecido la conquista hispana de las Indias
La aparición de una famosa leyenda negra antihispana, la historiografía americanista ha reflexionado muy poco, creemos, sobre estas cuestiones desde los presupuestos de una historia de la guerra muy renovada, historiográficamente hablando, en los últimos años.
Así, durante muchos decenios en el panorama americanista habían triunfado los presupuestos de historiadores como Rómulo D. Carbia, quien, sin negar la existencia de desmanes e «inexcusables delitos» durante la ocupación por parte de la monarquía hispánica de las tierras americanas, acentuó el hecho de que tales prácticas no fueron «indicios de un sistema sino síntomas que evidenciaron la calidad humana de la obra». Es más, «[...] la crueldad, el exceso, la perversidad y el delito no fueron lo normal sino lo excepcional en la hazaña de trasladar a América la civilización del Viejo Mundo». Podríamos llamarla una diabólica trinidad: en primer lugar, se trataba de hacerse con las personas de los caciques porque, una vez aquellos muertos, «fácil cosa es a los demás sojuzgallos». Una variante era tomar presos algunos indios de la zona —mejor si eran principales—, para que, tras torturarlos, les descubriesen sus «secretos propósitos y disposición y gente y fuerzas que en ellos hay». En segundo lugar:
Tenían los españoles [...] en las guerras que hacían a los indios, ser siempre, no como quiera, sino muy mucho y extrañamente crueles, porque jamás osen los indios dejar de sufrir la aspereza y amargura de la infelice vida que con ellos tienen, y que ni si son hombres conozcan o en algún momento piensen; muchos de los que tomaban cortaban las manos ambas a cercén, o colgadas de un hollejo, decíanles: «Anda, lleva a vuestros señores esas cartas».
Por último, Las Casas señala la utilización de las masacres como una técnica habitual para domeñar la resistencia de muchos
Lo cierto es que, como veremos en las próximas páginas, el padre Las Casas —y otros autores, no precisamente lascasianos, como fray Toribio de Benavente o Fernández de Oviedo, que nos ofrecen testimonios parecidos— decía toda la verdad. Significativa frase. Un testigo de los hechos acontecidos en Perú, Cristóbal de Molina, llamado el Almagrista, no dudó en señalar cómo
si en el real había algún español que era buen rancheador y cruel y mataba muchos indios, teníanle por buen hombre y en gran reputación [...] He apuntado esto que ví con mis ojos y en que por mis pecados anduve, porque entiendan los que esto leyeren que de la manera que aquí digo y con mayores crueldades harto se hizo esta jornada y descubrimiento y que de la misma manera se han hecho y hacen todas las jornadas y descubrimientos destos reinos, para que entiendan qué gran destrucción es esto de estas conquistas de indios por la mala costumbre que tienen ya de hacerlas todas.
No deberíamos dejar de lado un cuarto factor. Esteban Mira dedica estremecedoras páginas en su obra Conquista y destrucción de las Indias al uso y abuso de las indígenas por parte de la mayoría de los conquistadores. Molina explicaba en su crónica cómo, tras el avance de las tropas hispanas por Perú, los indios se percataron de que lo más seguro era servirles «por las grandes muertes que en ellos habían hecho»; pero ¿qué ocurría con sus mujeres?:
Y la india más acepta a los españoles, aquella pensaba que era la mejor, aunque entre estos indios era cosa aborrecible andar las mujeres públicamente en torpes y sucios actos, y desde aquí se vino a usar entre ellos de haber malas mujeres públicas, y perdían el uso y costumbre que antes tenían de tomar maridos, porque ninguna que tuviese buen parescer estaba segura con su marido, porque de los españoles o de sus yanaconas era maravilla si se escapaba.
Vergüenza y desolación.
Y no solo eso. Como señala Francisco de Solano, «los remordimientos por los excesos de la guerra podían remediarse espiritualmente mediante el pago de unas bulas de composición ante el pontífice: en 1505 se lograba una para las Antillas, en 1528 para Nueva España». Bernal Díaz del Castillo así lo explica: envió Hernán Cortés a Juan de Herrada a Roma con un rico presente para tratar dicho negocio con el papa Clemente VII, el cual «entonces nos envió bulas para nos absolver á culpa y á pena de todos nuestros pecados, é otras indulgencias para los hospitales é iglesias, con grandes perdones;