SIN TRABAJO
GABRIEL SÁNCHEZ ZINNY
SIN TRABAJO
El empleo en América Latina
entre la pobreza, la educación,
el cambio tecnológico y la pandemia
Planeta
Sánchez Zinny, Gabriel Sin trabajo / Gabriel Sánchez Zinny. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Planeta, 2021. Libro digital, EPUB Archivo Digital: descarga ISBN 978-950-49-7565-6 1. Ensayo. I. Título. CDD A864 |
© 2021, Gabriel Sánchez Zinny
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© 2021, Grupo Editorial Planeta S.A.I.C.
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1ª edición: diciembre de 2021
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Inscripción ley 11.723 en trámite
ISBN edición digital (ePub): 978-950-49-7565-6
Quiero dedicarle este libro a mi gran amigo Esteban Bullrich,
con quien hace 30 años soñamos, caminamos
y trabajamos juntos.
Esteban es una persona excepcional que nos inspira siempre
a todos, nos alienta a pensar en grande y, sobre todo,
a ser mejores personas.
¡¡Confiamos y esperamos que te recuperes pronto!!
INTRODUCCIÓN
A principios de los años 90 tenía algo más de veinte años. Como tantos otros jóvenes, pensaba que el debate económico había quedado saldado después de la caída del comunismo. Eran tiempos en que, de la mano de Francis Fukuyama, muchos pensaban que la historia había llegado a su fin. La Argentina, mi país de origen, transitaba su propio proceso de reformas, tal como parecía ocurrir en todas partes. Estaba entusiasmado. Quería contribuir en lo que parecía ser inevitable: una segunda generación de reformas.
En 1994 conocí a Horacio Rodríguez Larreta, futuro jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires. Entonces me sumé a la recién creada Fundación Sophia, que Horacio dirigía.
La democracia y la economía de mercado estaban en auge en todo el mundo y el espacio creado por Horacio nos daba la oportunidad, a mí y a varios más, de discutir e imaginar nuevas reformas: la del Estado, la de la salud, la del trabajo. Y claro, también la de la educación. En ese entonces, yo estudiaba Economía. No había trabajado antes en políticas educativas, pero ya tenía la certeza de que, para construir una economía abierta, donde imperaran la ley y la competencia, e integrada al mundo, era clave la formación de sus ciudadanos. Era necesario tener altos niveles educativos que nos permitieran competir de igual a igual con el resto del planeta. Además, había descubierto que una mayor apertura haría más necesario generar condiciones de igualdad de oportunidades para que todos pudieran progresar.
Desde entonces mi vida cambió. La obsesión por transformar la educación me acompaña hasta el día de hoy. A veces se hace presente en emprendimientos sociales, otras veces como funcionario de gobierno. Y, cada tanto, a través de las páginas de un libro como este, o como mi libro anterior, Educación: lo que no nos cuentan.
En las últimas décadas he sido siempre parte de comunidades y grupos que se dedican a mejorar la educación, ya sea desde las ideas, la investigación, los libros y desde la generación de emprendimientos con impacto social y en alianza con el sector privado. Y también desde gobiernos y organismos multilaterales. Con muchos compartimos que, más allá de los esfuerzos realizados tanto en materia económica como en infraestructura, la calidad de la educación no ha mejorado todo lo que requieren las poblaciones más vulnerables de nuestra región.
En los 90 asistíamos en toda América Latina a una revalorización del libre mercado y las desregulaciones. Sin embargo, en materia de educación no se hablaba de las experiencias que iban surgiendo en otros países y cambiaban los paradigmas sobre el rol del Estado. No hablábamos del protagonismo de las escuelas y de sus equipos de directivos y docentes. Ese fue el tema central de mi primer libro, La Escuela Protagonista, de 1999. Tampoco se pensaba en generar más y mejores evaluaciones para que todas las familias y los ciudadanos conocieran el estado real de la educación. Y mucho menos se decía acerca de eliminar normativas y regulaciones, y de darles a las escuelas públicas mayor espacio para gestionar.
Las contradicciones de cada época son curiosas. Pero en aquel tiempo el debate ideológico tenía menos prejuicios que el que alcanzó un cuarto de siglo después. Me parece que era un debate de ideas, pero también incluía un mayor pragmatismo, más enfocado en encontrar soluciones. En los últimos años, el debate en Educación se ha vuelto más difícil, se ha colmado de prejuicios y de ideologías partidarias, a uno y otro lado, que no contribuyen a definir políticas que mejoren los sistemas educativos. Prejuicios que a veces no permiten siquiera ponerse de acuerdo en consensos básicos. Un punto de partida común que surge de la evidencia muestra ya que estos consensos son clave para mejorar la educación. A su vez, en el debate prima la corrección política, lo que no facilita las cosas para las innovaciones o las ideas que propongan quebrar el statu quo. Antes de argumentar cualquier novedad esta será percibida como negativa.
La experiencia de la presidencia de Carlos Menem en la Argentina dejó una fuerte marca en materia de política educativa al transferir la responsabilidad de la gestión del Estado nacional a los estados provinciales, tal como sucedió en otros países federales como México o Brasil. Siempre interpreté esa reforma más como una medida que buscaba la eficiencia en la asignación de recursos por sobre el interés de dotar de mayor protagonismo al alumno. Fueran la nación o las provincias las responsables de la gestión, el financiamiento seguía sin llegar a los estudiantes.
Era un tiempo de paradojas. Mientras que las reformas económicas de la Argentina resultaban inspiradas por el llamado Consenso de Washington, la reforma educativa tuvo un vínculo extraño con las políticas de la España socialista gobernada por Felipe González. A su vez, la descentralización impulsada por el entonces ministro de Economía Domingo Cavallo obedecía más a responder a las presiones del Fondo Monetario Internacional para reducir el déficit fiscal. Fue un paso importante pero incompleto, e implementado por las razones incorrectas.
Ojalá algún día las escuelas logren ser gestionadas por los propios municipios, al menos en todo lo referido a su gestión no educativa: es decir, la infraestructura, la alimentación y el transporte de los estudiantes, entre otros aspectos de la vida cotidiana de una escuela. Eso fue lo que impulsé cuando estuve al frente de la gestión educativa de la provincia de Buenos Aires. En cualquier caso, aquella reforma educativa de los 90 fue un claro ejemplo de la dificultad del pensamiento de la época para atravesar los temas sociales.
En aquel tiempo, nuestros interlocutores eran los mismos que existen hoy, solo que sus ideas se volvieron aún más anacrónicas con el correr de los años. La calidad de la educación estuvo ausente en el debate público. Es fundamental dialogar con todos los sectores, incluidos los más reticentes a las nuevas ideas. En aquellos años me reuní en varias ocasiones con Mary Sánchez y Marta Maffei, las dos poderosas referentes del sindicalismo docente argentino de finales de los 90.
Uno de esos encuentros fue significativo: en 1998, junto con la Fundación Sophia, habíamos invitado a Lisa Keegan, secretaria de Educación del estado de Arizona, en los Estados Unidos. Keegan estaba a la vanguardia en materia de innovaciones en los sistemas educativos que tenía a su cargo. Había impulsado con decisión las escuelas