LA INVASIÓN DE AMÉRICA
© del texto: Antonio Espino López, 2021
© de esta edición: Arpa & Alfil Editores, S. L.
Primera edición: febrero de 2022
ISBN: 978-84-18741-39-5
Diseño de colección: Enric Jardí
Diseño de cubierta: Anna Juvé
Imagen de cubierta: © Episodios de la Conquista:
La matanza de Cholula, Félix Parra
Maquetación: Àngel Daniel
Producción del ePub: booqlab
Arpa
Manila, 65
08034 Barcelona
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Antonio Espino López
LA INVASIÓN DE AMÉRICA
SUMARIO
Precedentes: los años finales de la conquista
de Canarias
Ejecuciones en la hoguera,
aperreamiento, empalamiento
PRÓLOGO A UNA NUEVA EDICIÓN
Como ya nos señalaba hace muchos años el filósofo y teólogo argentino-mexicano Enrique Dussel, hablar de Descubrimiento de las Indias o de América no dejaba de ser, en realidad, una interpretación sesgada desde «arriba» de lo acontecido. En efecto, los europeos, y en primer lugar los castellanos, pero no solo ellos, habrían quitado el «velo» que cubría unas tierras para ellos desconocidas, pero no para sus habitantes originarios, y de esa manera las mostraron al resto de la Humanidad. Desde una óptica eurocéntrica de la Historia, algo se «descubre», se desvela —o incluso se «inventa», como diría otro filósofo e historiador: Edmundo O’Gorman—. Pero si la mirada viene desde «abajo», de los mal llamados indios, entonces más bien lo que se produjo fue un encuentro —un mal encuentro en realidad—, una «invasión» del extranjero, del ajeno a aquel mundo, del que viene de afuera (Dussel, 1988: 481-488).
El verbo conquistar (o conquista), si bien incluye una acepción que señala el hecho de ganar un territorio o una población mediante una operación de guerra, también lo utilizamos para señalar cómo hemos conseguido algo, en general con esfuerzo, dedicación y habilidad. A menudo nos hemos referido a la conquista del espacio, del aire o del fondo del mar, ámbitos donde no habita nadie, al menos de momento. Es más, podemos conquistar el ánimo de alguien e, incluso, su amor. Pero el verbo invadir es mucho más inequívoco. Implica irrumpir, entrar por la fuerza, así como ocupar anormal e irregularmente un lugar. Y eso es lo que ocurrió en el caso de América. Asimismo, en un proceso de adueñamiento o de dominio de un territorio y sus habitantes se producen ambos fenómenos: a una fase inicial de invasión le seguiría otra de conquista en profundidad del territorio, incluyendo el control total y absoluto del mismo al impedir que levantamientos o rebeliones de los invadidos y, más tarde, de los conquistados lograsen alterar el nuevo orden establecido, en este caso colonial. El propósito principal de este libro será establecer las culturas de la violencia empleadas a la hora de invadir el territorio americano y, una vez dicha invasión estuvo en marcha, cómo se mantuvieron durante el tiempo en que se completaron las diversas conquistas emprendidas.
En los últimos tiempos, y por circunstancias muy diversas, la invasión española de América parece haberse puesto de moda. Aunque el movimiento indigenista estadounidense llevaba cierto tiempo mostrándose receloso con respecto a figuras como fray Junípero Serra, denostado desde la Universidad de Stanford, y cierto concejal de Los Ángeles insistió en la retirada de una estatua del almirante Colón de un parque de dicha ciudad a finales de 2018, y no ha sido el único caso, lo cierto es que la demanda efectuada por el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, a Felipe VI de España en marzo de 2019 solicitándole disculpas oficialmente por hechos acontecidos hace quinientos años tuvo un amplio eco, recogido de manera oportuna por los medios de comunicación. A lo largo de 2020 y 2021 se han ido sucediendo los ataques y las retiradas preventivas de ciertas estatuas, todas ellas representativas, en el fondo, de una época dominada por el imperialismo más desaforado, el esclavismo y, en definitiva, por el racismo. Por todo ello, determinados personajes históricos, pero no solo de la órbita hispánica, han visto sus estatuas destruidas, mancilladas o retiradas por las autoridades, como se ha comentado. Sea como fuere, las reacciones suscitadas estos últimos años nos convencieron, tanto a mi editor, Joaquim Palau, como a mí mismo de la conveniencia de reeditar este libro aparecido por primera vez bajo el sello editorial de RBA en 2013.
Sin entrar a valorar el oportunismo del presidente de México, quien no iba a dejar pasar la ocasión que le ofrecía una efeméride como el Quinto Centenario del inicio de la conquista del Imperio mexica por Hernán Cortés, 1519-2019, lo deseable en todo caso es que desde España se asimile de una vez por todas la verdadera y trágica dimensión de la invasión y conquista de América. El auténtico problema de fondo, a mi juicio, es que con respecto a la invasión y la conquista nunca se quisieron aceptar sus aspectos más negativos, que toda actuación imperialista, por otro lado, conlleva. Solo una ideología conservadora, nacionalcatólica, racista e imperialista heredera del franquismo nos permite sostener hoy en día, en pleno siglo XXI, que el colonialismo castellano de los siglos XV a inicios del XIX, prolongado hasta 1898 en los casos de Cuba, Puerto Rico, Guam y Filipinas, tuvo aspectos positivos. Incluso aspectos civilizadores. Todavía hay quienes se niegan a considerar la conquista española de las Indias como lo que fue: una hecatombe poblacional de dimensiones colosales. Y a día de hoy están utilizando las voces, en general muy poco autorizadas, de algunos mal llamados intelectuales para dotar de (falsos) argumentos su concepción sobre lo ocurrido, desde una posición casi siempre acrítica, cuando no simple y llanamente reaccionaria.
En el imaginario de la nación española quedó establecida una verdad axiomática, cuasi sagrada, pues fue y es uno de sus máximos fundamentos: la invasión y conquista de América fue un hecho de una extraordinaria trascendencia para toda la humanidad, del que somos los únicos y brillantes responsables, ergo ese hecho tan fundamental para el devenir de la civilización occidental no podía ser mancillado por ninguna valoración negativa. La historia oficial, ese es el drama y no otro, de la invasión y conquista de América nunca se puso en la piel del vencido. Es que no hubo vencidos, así de sencillo. La historiografía americanista, en especial durante la época franquista, creó un discurso en el que la conquista de las Indias fue muy sui generis, ya que la guerra fue irrelevante y casi no se produjeron víctimas; fue un imperialismo sin explotación, algo realmente asombroso en el devenir de la humanidad si hubiera sido cierto; fue un colonialismo amable y heterodoxo puesto que, en lugar de sustraer, enriquecía: proporcionó una lengua, una religión, una cultura… Facilitó, en definitiva, la civilización de todo un continente y sus gentes. No se arrasó nada importante, pues poco había de importante que se perdiera.
Es muy extraordinario que en pleno siglo XXI el pensamiento y la actitud con respecto a estos temas de buena parte de la sociedad no haya evolucionado apenas un ápice desde las posiciones colonialistas defendidas por el cronista regio Juan Ginés de Sepúlveda en el famoso debate de Valladolid de 1550-1551. Es más, a veces considero que es un pensamiento más retrógrado que el del propio Sepúlveda, un intelectual orgánico, al fin y al cabo, un justificador de la presencia hispana en las Indias, pero cuyo deseo era que los conquistadores fuesen gentes no solo valerosas, sino además justas, moderadas y humanas (Fernández Santamaría, 1988: 223 y ss.). En definitiva, nunca se quiso contemplar el fenómeno de la conquista como lo que fue: la explotación de un continente y sus gentes por unos invasores extranjeros, cuyos ancestros también fueron invadidos por otros antes, como si dicha circunstancia fuese un eximente.
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