Capítulo primero
¿Los cristianos se comen a los niños?
Creemos que se debe en gran parte al cristianismo si hoy el mundo nos parece menos inhumano, sádico y violento que en el pasado. Durante dos mil años, millones de creyentes han intentado testimoniar de todas las formas posibles la palabra de paz y amor que Jesús predicó. Se veían creyentes a las cabeceras de los enfermos, recogiendo huérfanos por los caminos, curando a los heridos tras las batallas y los saqueos.
Cristianos como san Francisco dieron un techo y confortaron a quienes eran devorados por la lepra, y comida a quien moría de inanición. Y muchos como él atravesaban las primeras líneas de las batallas para tratar de poner paz entre los ejércitos.
Eran los fieles quienes socorrían a los supervivientes de las inundaciones, de los terremotos, de las carestías.
Eran cristianos los que trataban de poner un límite a la brutalidad ejercida sobre los esclavos y los siervos de la gleba, oprimidos por los possessores. Cristianos que se exponían en primera persona para obtener la gracia de un inocente condenado sin pruebas, solo a causa de la locura del fanatismo religioso.
Se vio a sacerdotes construir comunidades de indios y morir junto a ellos cuando los conquistadores católicos decidieron que reunirse en comunidades igualitarias y no pagar los impuestos constituía un crimen contra Dios y la corona. Fueron sacerdotes quienes crearon cooperativas y escuelas para los trabajadores, quienes organizaron las casas del mutuo socorro, quienes ayudaron a huir a los judíos y a los cíngaros perseguidos…
Pero estas personas maravillosas, que en dos milenios han contribuido en gran medida a mejorar la condición humana y civil de las minorías, raramente formaban parte de los vértices de la Iglesia.
Como ha sucedido en todas las religiones del mundo, en el momento en que se han convertido en «culto de Estado», los centros de poder de las principales Iglesias cristianas fueron conquistados por individuos sin prejuicios y astutos, preparados para lucrarse a costa de la fe y el desapego místico con el único fin de adquirir riqueza y autoridad.
Es cierto, hemos de estar atentos y no generalizar: ha habido hombres religiosos que han llegado a altos cargos de la esfera eclesiástica y que han actuado con justicia y con notable honestidad, que sobre todo han repartido, arriesgando la propia vida, el derecho a la dignidad y la supervivencia de los pobres, hiriendo con palabras y actos concretos a los ricos satisfechos y poderosos, enemigos de Cristo y de los hombres (de una homilía de san Ambrosio).
Durante siglos, los Papas continuaron vendiendo los cargos religiosos al mejor postor y para ser ordenado obispo bastaba pagar, no era necesario ni siquiera ser cura. Por dinero Julio II consagró cardenal a un muchacho de dieciséis años.
Así, al fin, muchos pillastres se hicieron elegir incluso Papas, y se mancharon con crímenes monstruosos.
Hoy, el papa Woytjla se da cuenta perfectamente de esta nefasta memoria histórica, y ha sentido el deber de pedir perdón a Dios por los pecados cometidos por aquellos que representaban y pertenecían a la Iglesia.
Pero, ah, por extensa que sea la relación de los actos nefastos recordados, no podemos pretender que resulte completa.
Por lo tanto nos hemos encargado de recoger, con abundancia de detalles, el mayor número de documentos que nos den una idea menos vaga del «pecado» con el que se habría manchado la Iglesia. Al hacer esta búsqueda nos hemos encontrado frente a un cuadro terrorífico, salpicado de un número increíble de episodios, a veces grotescos, pero siempre trágicos.
Cristo Pantocrator. Pintura mural de 1123. Ábside de la iglesia de sant Climent, Taüll (Lleida). Barcelona, museo d’Art de Catalunya.
Hechos en su mayor parte desconocidos, incluso para los estudiantes de las facultades de historia. En efecto, no son historias que se encuentran en todos los libros. Más bien, los textos que recogen estos eventos (salvo raras excepciones) están colocados en un limbo para superespecialistas (y nos surge la duda de si están escritos en un lenguaje abstruso y erudito precisamente para que sea casi imposible leerlos).
¿Pero por qué razón nos hemos embarcado en una aventura similar? Seguro que no es a causa de un anticlericalismo maniqueo de especulaciones de fin de siglo. Hoy en el propio clero se ha abierto un debate muy fértil sobre la investigación histórica de las religiones. Por suerte, una gran fiebre renovadora recorre toda la Iglesia, y por todas partes nacen grupos de fieles que tratan de practicar la palabra de Jesús y construyen con solidaridad, libertad, paz, oportunidades de afrontar juntos, en el amor, las dificultades de la vida. Superando los obstáculos que aún se oponen a la realización de un mundo donde también la vida anterior a la muerte sea digna de ser vivida.
Pero para que esta renovación sea fértil es indispensable sumergirse profundamente en el clima histórico, político y religioso que determinó el sacrificio de tantos mártires, víctimas de la parte corrupta y autoritaria del clero, a menudo conchabado con los grupos de poder.
Solo si conseguimos analizar y discernir la naturaleza y la gravedad de los abusos, se podrá construir la conciencia y la cultura que impidan la repetición de tales horrores.
Este libro está dedicado a todos los cristianos y a los hombres de distinta fe, de buena voluntad.
Está dedicado a los ateos que, precisamente por no ser creyentes, tienen la obligación moral de poseer un profundo sentido religioso de la vida.
Jesús amaba a las mujeres
Jesús predicaba el amor, la fraternidad y la piedad en una época en la cual esos sentimientos eran a menudo considerados infamantes signos de debilidad.
Los Evangelios nos dan testimonio de que entre los discípulos más queridos por él se encontraban en primer lugar las mujeres. Incluso los evangelistas narran cómo Jesús despreciaba la riqueza y condenaba violentamente a los que trataban de mercadear con la fe.
Esta filosofía puso, de inmediato, a los cristianos en contradicción con la cultura y los poderosos de su tiempo, y no tardaron en comenzar las persecuciones. Pero apenas tres siglos después de la crucifixión del Mesías, el cristianismo se convierte en la única religión del Imperio Romano, lo que significa que no se permitía a ningún súbdito que profesara otro credo, bajo la condena a la persecución más feroz, o la muerte en el patíbulo.
¡Roma era el imperio del mal!
¡Roma había crucificado a Cristo!
¿Cómo fue posible llegar a un pacto con el diablo?
¿Cómo fue posible?
¡DEL AMOR DE JESÚS A LA IGLESIA DE ESTADO DEL IMPERIO ROMANO! ¡ES UN SALTO ABISMAL!
Para comprender el alcance de esto es necesario analizar qué era el Imperio Romano.
La escuela nos ha llenado la cabeza con historias sobre generales geniales y refinados legisladores.
Pero Roma era algo muy distinto.
Grabado de J. M. Moreau (1782), que evoca la penitencia del conde de Tolosa.
Las mujeres se consideraban animales de propiedad de los padres y los maridos, que tenían el derecho de pegarles y matarlas. Quien no pegaba a su mujer era considerado un asocial. Una digna mujer romana era la que, asediada por un malvado, se quitaba la vida. No tanto para salvar su propio honor, como para glorificar el del marido.