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INTRODUCCIÓN
LA LUCHA DE NIETZSCHE CONTRA EL CRISTIANISMO SURGE DE SU PROPIA CRISTIANDAD
Es legendaria la inaudita rudeza con la que Nietzsche rechazaba el cristianismo. Un ejemplo: «Si hoy me encuentro con alguien que mantiene una relación siquiera ambigua con el cristianismo, no le hago ni el más mínimo gesto de confianza. La única respuesta decente que cabe aquí es un rotundo no».
Nietzsche lleva a cabo un desenmascaramiento del cristianismo, y lo hace usando un lenguaje cargado de indignación y de desprecio y empleando un estilo que abarca desde la serena investigación hasta el enardecido panfleto. Con una extraordinaria riqueza de perspectivas deja en evidencia las realidades cristianas. Al asumir como propios los argumentos de antiguos antagonismos, el propio Nietzsche se convirtió en el nuevo origen de una lucha intencionada contra el cristianismo, una lucha tan radical y librada de tal modo hasta sus últimas consecuencias como quizá jamás la había habido antes.
Sin embargo, quien no conozca más que esta animadversión se asombrará cuando estudie a Nietzsche, pues encontrará frases que parecen totalmente incompatibles con las tesis anticristianas. Nietzsche puede decir del cristianismo: «No obstante, es el mejor ejemplo de vida ideal que realmente he conocido: lo he seguido desde niño, y creo que en mi corazón jamás me porté vilmente con él» (carta a Gast del 21 de julio de 1881). Es capaz de afirmar la repercusión que ha tenido la Biblia: «El modo como hasta ahora se ha conservado íntegra e intacta la veneración a la Biblia en toda Europa quizá sea la mejor muestra de educación y refinamiento de las costumbres que Europa debe al cristianismo […]».
Si examinamos una a una las declaraciones de Nietzsche referentes a temas cristianos, encontraremos casi siempre estas valoraciones difícilmente compatibles — por ejemplo en relación con los «sacerdotes» y con la «Iglesia»—, aunque por su extensión las valoraciones negativas acaparan el primer plano en todos estos temas, hasta el punto de que las valoraciones positivas prácticamente desaparecen:
Llama a los sacerdotes «enanos taimados», un «tipo parasitario de hombres», «ungidos calumniadores del mundo», «arañas venenosas de la vida», los «más hábiles hipócritas, y encima con la pretensión de serlo»; y sin embargo es capaz de hablar reiteradamente «en honor de las naturalezas sacerdotales»: «El pueblo tiene mil veces el derecho a venerar precisamente a este tipo de hombres: las clementes, seriamente ingenuas y castas naturalezas sacerdotales, que le pertenecen y proceden de él, pero como seres consagrados, escogidos, sacrificados por su bien, ante los que puede abrir su corazón impunemente […]».
Nietzsche ve que la Iglesia es enemiga mortal de todo lo noble que hay en la tierra. Ella representa para él la moral de los esclavos. Ella lucha contra toda grandeza humana, es la organización de los enfermos, es una maligna mistificadora. Pero por otro lado, Nietzsche puede respetar a la Iglesia como poder, concretamente como esta forma de poder:
Una Iglesia es, ante todo, un organismo de gobierno que les asegura el rango superior a los hombres de mayor talante intelectual, y que cree hasta tal punto en el poder de la espiritualidad que descarta todo otro medio de poder que sea más bruto. Ya solo por eso la Iglesia es, en cualquier circunstancia, una institución más noble que el Estado.
Nietzsche piensa que la fuerza de la Iglesia católica se basa «en aquellas naturalezas sacerdotales que todavía hoy son muy numerosas» y «que se hacen a sí mismas la vida más difícil para darle así mayor sentido». Por eso no es cierto que Nietzsche aplauda siempre la lucha contra la Iglesia:
La lucha contra la Iglesia es también, entre otras cosas, la lucha de las naturalezas más vulgares, más satisfechas, más confiadas y más superficiales contra el gobierno de las personas más graves, más profundas, más reflexivas, es decir, más malignas y más desconfiadas, las cuales, tras recelar desde hace tiempo del valor de la existencia, cavilan también sobre su propio valor…
Basten estos ejemplos para mostrar las interpretaciones y valoraciones contradictorias que hace Nietzsche. Toda comprensión de Nietzsche exigirá dar cuenta de estas contradicciones, pues en él no son casuales. Tratemos de dar una primera indicación de cuál sería una interpretación fiel de esta relación contradictoria con el cristianismo.
Nietzsche consideraba un privilegio incomparable haber vivido entre cristianos y proceder de familias de pastores protestantes. Pero esta cercanía al mundo cristiano pasa a significar para él algo totalmente distinto en cuanto se da cuenta de que, en la mayoría de los casos, los cristianos no son perfectos como tales cristianos. La discrepancia entre la exigencia y la realidad fue desde siempre el motor del cristianismo. Muy a menudo la exigencia que demanda lo imposible y la realidad que se resiste a obedecer discurren paralelamente sin tocarse. Pero cuando no se dan tregua, entonces puede surgir lo extraordinario. En este sentido observa Nietzsche que «en Alemania el audaz escepticismo interior [ha surgido] precisamente de los hijos de pastores protestantes». ¿Por qué? «Ya ha habido demasiados filósofos y eruditos alemanes que por ser hijos de predicadores pudieron ver cómo se comportan los sacerdotes (!), de modo que acabaron perdiendo la fe en Dios. […] La filosofía alemana es esencialmente falta de fe en los homines religiosi y en los santos de segundo rango, en todos los párrocos rurales y urbanos, incluidos los teólogos de universidad […]».
Con esto se alude a un rasgo fundamental de la propia pasión de Nietzsche: su animadversión hacia el cristianismo como realidad es inseparable de su apego real a él como aspiración. Y el propio Nietzsche consideraba que no había que desprenderse de este apego, sino que este era para él algo muy positivo. Él es consciente de que fue el impulso moral del cristianismo lo que engendró una ilimitada voluntad de verdad , y de que «incluso nosotros, los actuales hombres de conocimiento, nosotros los ateos y antimetafísicos, aún tomamos también nuestro fuego del incendio que desencadenó una fe milenaria». Así es, pues, como Nietzsche se entiende a sí mismo: su pensamiento ha surgido del cristianismo al haber sido alentado por los propios impulsos cristianos. Su lucha contra el cristianismo no pretende en modo alguno renunciar sin más a él, revocarlo ni salirse de él recayendo en una fase previa, sino que Nietzsche quiere superar el cristianismo y trascenderlo, pero con unas fuerzas que el cristianismo, y en todo el mundo solo el cristianismo, ha desarrollado.
Nietzsche sabe muy bien esto: «Hemos dejado de ser cristianos». Pero enseguida añade: «Es nuestra propia piedad más severa y exigente la que hoy nos prohíbe seguir siendo cristianos».
Pero los verdaderos impulsos cristianos, es decir, una veracidad elevada hasta su máxima expresión moral, han llevado desde siempre a una lucha cristiana contra la cristiandad real, que es la que se encierra en el poder de la Iglesia y en el carácter y el comportamiento reales de las personas que se hacen llamar cristianas. Esta lucha en el seno del cristianismo ha acarreado consecuencias, y Nietzsche se siente como la última de esas consecuencias. De esta educación cristiana cree ver surgir una tremenda posibilidad, a la que él mismo se encomienda: