A) Entre la utopía y la democracia
I. Nacimiento y crisis
El Congreso ha sido el espejo de la grave situación que existe en nuestro partido español. Los delegados eran incapaces de entablar una discusión política, de ver los problemas políticos […]. No era difícil constatar que en España no tenemos un partido.
Informe de Ruggero Grieco, «Garlandi»,
sobre el III Congreso del PCE, agosto de 1929
1. Tres reyes magos y cien niños
1. Tres reyes magos y cien niños
La historia de la Internacional Comunista en España comienza en el Hotel Palace de Madrid. Es allí donde se instalan, un día de diciembre de 1919, dos extranjeros que acaban de llegar a Madrid en coche cama, procedentes de La Coruña. Habían desembarcado en este puerto después de una larga travesía, alojados en suites de lujo, desde Veracruz, vía La Habana. «Si quieres disimular tu condición de revolucionario —opinaba uno de ellos, el ruso “Borodin”—, tienes que viajar siempre en primera clase».
De los dos viajeros, «Borodin» era el más relevante y el que durante la travesía completa la educación política de su compañero con los elementos básicos de la versión leninista hacia el marxismo. Su verdadero nombre era Mijail Grusenberg y era un bolchevique judío de la primera hora, exiliado en Siberia tras la revolución de 1905 y refugiado luego en Estados Unidos hasta que la caída del zar le llame de nuevo a Rusia. Al triunfar la revolución, el gobierno bolchevique le encarga la venta en el extranjero de joyas del zar que, en un episodio rocambolesco, pierde temporalmente. Eran piedras preciosas por un valor de un millón de rublos cosidas en el doble fondo de dos maletas de cuero, más tarde recuperadas. En la escala inmediata de su viaje, antes de trasladarse a España, «Borodin» se presenta en México con dos credenciales. Una de embajador del gobierno de los soviets para el caso de que México reconociera al gobierno revolucionario y otra en la forma que utilizará en lo sucesivo la Komintern para identificar a sus hombres en las misiones en el extranjero: un pequeño trozo de tela de seda cosido en la hombrera de su abrigo, especificando su condición de representante del Comité Organizador de la Tercera Internacional, con la firma de Angélica Balabanova. El llamamiento para constituirla, suscrito por nueve organizaciones, se había hecho público el 24 de enero de 1919 y el I Congreso se reunió dos meses después, en marzo. Pero como hubo de reconocer Zinoviev, todo estaba en sus comienzos. Había que desplegar el estandarte comunista y proclamar en todo el mundo la idea de la Internacional Comunista. «Borodin» fue uno de los encargados de esta tarea.
El grupo de emisarios que dan cumplimiento en España a esa labor de siembra de partidos comunistas, se constituye en México. En los locales del diario El Heraldo de México, «Borodin» conoce a un socialista norteamericano que escribe en el periódico, de nombre real Charles Phillips, pero que usaba allí el de Frank Seaman y pronto tomará prestado el de «Jesús Ramírez», con el que se convierte para España en el misterioso mexicano que intervino en la fundación del Partido Comunista español. La semilla de «Borodin» fructificó en México, dando lugar también en ese país a la constitución del correspondiente Partido Comunista. En realidad, Phillips no había dejado Estados Unidos y pasado a México por causa revolucionaria alguna: simplemente escapó del servicio militar.
Una extracción muy diferente es la del tercer hombre de nuestra historia, ganado para el socialismo por Phillips, siempre en México, después de haberse relacionado en Java con agentes del káiser para organizar un levantamiento antibritánico en su país. Se trataba de un joven brahmán que en España se llamó «Robert Allen», pero que pasa a la historia como Manabendra Nath Roy, el comunista indio que impresionó a Nehru con su descripción de la realidad soviética. Llegó más tarde a Madrid e intervino menos que sus compañeros.
Phillips hablaba español con acento mexicano y tal vez por eso es él quien toma la iniciativa para establecer contactos en Madrid con los elementos socialistas enfrentados al reformismo de la dirección en el PSOE. Fracasa en un primer intento cuando acude a un mitin de protesta contra la carestía de la vida y tampoco encuentra interlocutor en la Casa del Pueblo. Decide entonces probar suerte en el Ateneo, y en su biblioteca ve a un joven rubio con gafas y libros en inglés sobre el pupitre. Resultó ser John Dos Passos, quien le llevó hasta dos españoles de cierta edad que leían en mesas cercanas. Uno era Fernando de los Ríos, quien dijo no ser realmente un hombre de partido, y otro el concejal socialista Mariano García Cortés. Éste sí era simpatizante de los soviets y le invitó a su tertulia que se reunía a partir de medianoche en un café de la Puerta del Sol. En ella García Cortés presentó a Phillips un joven que había estudiado en la universidad —su fama era de maestro—, pero ahora trabajaba de camarero en el café. Es, dijo García Cortés, «el muchacho más brillante de la Juventud, pero un impaciente». Se trataba de Ramón Merino Gracia, partidario decidido de la nueva Internacional dentro de las Juventudes Socialistas de Madrid. El supuesto mexicano llevó a Merino Gracia al Hotel Palace y, tras la conversación con «Borodin», los dos viajeros quedaron convencidos de haber encontrado su hombre en Madrid.
«Borodin» y Phillips llegaban en un buen momento, justo cuando culminaba la curva ascendente de la afiliación política y sindical por el crecimiento económico que sacudió a España gracias a la neutralidad, y sin que todavía se hubieran dejado sentir las consecuencias de la crisis de la posguerra. Tanto para socialistas como para anarcosindicalistas la orientación favorable a la revolución rusa se hallaba asimismo en el cenit. Del 9 al 16 de diciembre había tenido lugar el I Congreso extraordinario del PSOE, donde se había discutido en un clima de ardor y confusión la permanencia en la Segunda Internacional o la adhesión a la Tercera. La mayoría reformista de la ejecutiva estuvo a punto de la derrota y su victoria pírrica fue aderezada con una fórmula dilatoria, envuelta en la aceptación del curso revolucionario seguido en Rusia: el PSOE accedió a seguir en la Segunda, pero si las internacionales no se unificaban después de la reunión que la socialdemocracia pensaba celebrar en Ginebra, un próximo congreso decidiría la adhesión a la Tercera.
El 23 de diciembre de 1919 dieron comienzo las reuniones de «Borodin» con los posibles fundadores de un partido comunista que el ruso aspiraba a ver constituido a tiempo para estar representado en el II Congreso de la Comintern. Según los recuerdos de Phillips, el lugar fue la vivienda del hermano de Merino Gracia, en un segundo piso cerca de la plaza del Carmen, si bien Borodin sitúa las primeras en casa de López y López. «Borodin» tenía que utilizar a «Jesús Ramírez» como intérprete y su información del movimiento obrero español se limitaba a la prensa; por ella tiene noticia de los dos congresos socialistas y del congreso de la CNT celebrado en el Teatro de la Comedia. Sorprende que ni «Borodin» ni «Ramírez» prestaran atención a esta posibilidad, a pesar de la vibrante defensa de Rusia que el segundo escucha de un sindicalista en un mitin sobre el tema, y de la importancia de la Confederación.
El primer interlocutor fue el presidente de las Juventudes, José López, quien defendió las posiciones de ambos congresos y se mostró digno seguidor de Andrés Saborit, el prototipo del burócrata socialista, cuando para mostrar la seriedad de su adhesión a la Comintern explicó que estaban dispuestos a pagar fielmente las cuotas que se les fijaran. La segunda conversación con López sirvió a «Borodin» para presentar su proyecto de instalar en Madrid un buró de información y servicio de prensa de la Tercera Internacional. En la tercera y cuarta conversaciones, los días 26 y 28 de diciembre, llegaron los temas de fondo al asistir también los terceristas Daniel Anguiano y Mariano García Cortés, así como Merino Gracia. De paso «Borodin» logró que se aprobase su proyecto de servicio de prensa que habría de llamarse Agencia Verdad, que pudo ser una cortina de humo sobre sus intenciones. Así, un tercerista como García Cortés pudo pensar que «Borodin» había llegado a Madrid por azar y con el único fin de informar a Moscú. Pero sobre todo «Borodin» pudo comprobar las dudas en sus interlocutores socialistas que mantenían la lealtad a la decisión de diciembre y tenían esperanzas en los «elementos revolucionarios» de la Segunda Internacional. Era claro que les preocupaba también romper la unidad del partido.