MATAR
PORQUE SÍ
ASESINOS
ADOLESCENTES
EL CRIMINAL
EN CASA
LA DROGA Y EL CRIMEN
QUE VIENE DE FUERA
LOS LOCOS
DEL PUEBLO
ENCARGOS
ESPECIALES
ROCÍO Y SONIA
LOS CRÍMENES
DE LA COSTA DEL SOL
AGRADECIMIENTOS
Todo lo que van a leer a continuación no hubiese sido posible sin la ayuda de un buen número de personas, casi las mismas que durante los últimos diez años han soportado nuestra curiosidad, insistencia y hasta grosería en nombre de una supuesta profesionalidad, para conocer los detalles de los sucesos que protagonizan este libro. Probablemente cometemos algún olvido —perdón por anticipado—, pero los que están, seguro que son.
El comandante Fustel, el brigada Quini, el alférez Hidalgo, el alférez Espinosa y toda la gente de la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil nos explicaron con paciencia y sinceridad durante meses la verdad de las investigaciones sobre Antonio Anglés, Joaquín Ferrándiz y otras que les han llevado a ser unidad de elite, envidiada por compañeros y temida por delincuentes. Conociendo su alergia a los focos, las cámaras y los periodistas, tenemos una deuda permanente de gratitud hacia ellos que tratamos de pagar cada día con nuestra amistad.
Tito Rapino y Serafín Castro nos ayudaron a reconstruir el secuestro de Anabel y a querer a la familia Segura. Tito —viejo amigo y con categoría humana de comisario principal— contó lo que pudo de las fechorías de Arcan y el crimen de Javier Rosado. Ricardo Sánchez y Florentino Villabona relataron los pormenores de la muerte de Joselito. Otros policías aportaron también su experiencia, su sabiduría y, sobre todo, su desinteresada ayuda: Paulino Rodríguez y sus hombres, Ricardo Toro, Marceliano Gutiérrez, Julio Corrochano, José Luis Conde, Miguel Ángel Barrado, Eloy Quirós, Iñaqui Garzón, Enrique Juárez, Evaristo Lázaro y todos los demás funcionarios que nos llevan aguantando una década. Juan Luis Méndez ya no está, pero nos habría prestado la mejor de sus sonrisas y toda su colaboración. Seguro.
El teniente coronel Feliz, de la Guardia Civil de León, nos ayudó a entender los terribles sucesos de Herreros de Rueda. El Grupo de Homicidios de la Guardia Civil de Madrid nos dio una lección de lucha contra la delincuencia internacional. Toda la gente de la ORIS (Oficina de Relaciones Informativas) de este cuerpo nos atendió siempre con diligencia, paciencia y eficacia. Gracias a todos.
Concha Mendoza, Mari Carmen Aparicio y Rocío Camacho nos abrieron las puertas de su despacho, donde nos sentimos como en casa. Francisco Javier Saavedra nos ayudó a reconstruir el crimen del rol. La colaboración de Ramiro Palacio fue fundamental para el caso de Fernando Rivero, como la de Ignacio de Andrés para el de Joselito. María Ponte, abogada y amiga, también ayudó lo suyo. Otro abogado, Ignacio Andarias, perdió gustoso su tiempo para ayudarnos a entrar en la mente enferma de Pablo Esteban Bienvenido. Piedad Jara, Pedro Bermúdez y Manuel Quijano también nos brindaron su desinteresada ayuda. En los casos de asesinatos cometidos por personas con problemas psicológicos, recibimos la ayuda experta de Vicente Garrido y José Antonio García-Andrade, dos de los mayores especialistas españoles en descifrar los cerebros de los criminales. Gracias, profesores.
La familia Mayora nos recibió en la preciosa localidad navarra de Garzain con dolor por los recuerdos de Juan José, pero tuvieron un comportamiento amable y noble sin el que no hubiéramos podido entender los sucesos del pueblo. El abogado Carlos Guinea, de San Sebastián, nos atendió con la misma cordialidad y disposición, y nos ayudó en nuestro trabajo. En Granada, Raquel y Francisco, los hijos de Ana Orantes, nos contaron para Interviú el infierno en que el hombre que decía ser su padre convirtió sus vidas.
La periodista Regina Laguna, del diario Levante, nos facilitó datos imprescindibles para conocer al descuartizador de Mislata. Virginia Fernández y Mapi Muñoz, viejas (por antiguas) compañeras de Antena 3 TV, olvidaron agravios y facilitaron nuestra labor en ese capítulo.
Gracias a Rosana López-Díaz, Hugo Moncada, el sargento Bevilacqua y la guardia Chamorro por darnos a conocer a Lorenzo Silva, hasta ahora escritor admirado y a partir de ahora, querido.
Gracias a José Ayala, que fue el primero en creer en este proyecto, y a Carmen Fernández de Blas, que puso toda su profesionalidad en él.
Muchas de las historias en las que hemos profundizado en este libro las descubrimos trabajando como periodistas en distintos medios de comunicación (El Sol, Antena 3 TV, y en los últimos años, Interviú). Seríamos injustos si por ello no mencionásemos aquí a las personas que creyeron —sin mucho fundamento— en nuestras posibilidades. Alberto Pozas, adjunto al director de Interviú, lleva diez años apostando por nosotros —a veces perdió hasta la camisa—. Agustín Valladolid hizo posible que volviésemos a trabajar juntos, reuniéndonos en Interviú. Con Juan Carlos Serrano, ahora redactor jefe de La Razón, compartimos horas de carretera, esperas en los portales, entierros, miserias, cervezas, índices de audiencia, boleros y karaoke’s. Casi tanto como con Mar Hedo, cuya ayuda fue también fundamental para este libro. José Ángel Sánchez nos enseñó que un cámara de televisión puede ser periodista y tener sensibilidad. Alberto Gayo, compañero de Interviú, nos da lecciones sobre creatividad, imaginación y tolerancia. Soledad Juárez nos aportó su deliciosa visión del mundo desde su planeta. Nieves Salinas comparte nuestra mesa con sensatez, prudencia y sentido del humor. Gracias muy especiales a Carolina Martín, por su sonrisa portátil, que nos ha acompañado en el proceso de elaboración de este libro.
Queremos expresar nuestro sincero agradecimiento a Antonio Asensio, fundador del Grupo Zeta —fallecido mientras se elaboraba este libro—, por crear en sus empresas periodísticas el clima de libertad del que hemos disfrutado.
Gracias a dos personas humildes y buenas, Concepción y José, uno de los autores ha podido participar en este libro. Aunque ellos no están ya para leerlo. Como Gumersindo, que me acogió sin preguntar. Sí están Chelo, que ha sido consejera sabia, generosa y paciente durante años, y Josefa y Pérez, que son casi una pareja de hecho. Y Rafa, Juanín, Juan, Chopis, Jorge, Fernando, Pablo y los demás que me ayudan desde hace ya casi 25 años a poner los pies en la tierra (si es tierra asturiana, mejor).
Entre pasillos, ordenadores, velatorios y garitos encontré personas buenas y dispuestas a enseñar lo mejor de sí mismas y del oficio de contar historias. Mi agradecimiento por ello a Gonzalo López Alba, Carlos Castro, Raquel Santos, Teresa Casado y especialmente a Ana Kuntz, que fue profesora noble, generosa y paciente de un becario atropellado.
Gracias a Beatriz: tía, consejera y tutora. Y muchas gracias a Rafael Casado, Cristina Sánchez y Fernando Olmeda, que soportaron mis ausencias y me animaron en los momentos difíciles durante la elaboración de este libro y durante los últimos años. Con muchos otros también contraje deudas en las máquinas de café de las redacciones, en interminables noches de cierre o en cabinas de posproducción: Ángel Gonzalo, Javier Huerta, Javier Rangel, Isabelle Boix, María Pardo, Javier Robledo, Paco Hidalgo, Marta Porras, Antonio Campos… Y un recuerdo muy especial para dos compañeros que lo fueron en momentos muy difíciles: Lola Márquez y Guillermo Valadés, que tanto dieron por mí y tan poco pude darles a cambio.
Por último, enviamos un sincero agradecimiento a todas aquellas personas (guardias civiles, policías, jueces, abogados, funcionarios, asistentes sociales, ONG…) que trabajan cara a cara en la lucha diaria contra la maldad humana y tratan de paliar sus efectos en las víctimas. A éstas, a sus familias, nunca suficientemente reconocidas ni confortadas, con nuestras disculpas por haberlos incomodado en tantas ocasiones armados con bolígrafos y cámaras, también está dedicado este libro.